Un estudio norteamericano reciente avizora que, dentro de pocos años, dispondremos de un método anticonceptivo hormonal masculino efectivo. Tal información nos permite reflexionar sobre un tema casi desconocido: la salud sexual y reproductiva de los hombres.
Ciertamente, existe una amplia literatura médica que tiene por fin educar a la población masculina en el cuidado de su salud sexual y reproductiva –especialmente en lo referente a prevenir el contagio de Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS). Como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud sexual y reproductiva está profundamente ligada a la salud en general; y ello implica bienestar y calidad de vida en un sentido amplio. Una vida sexual sana equivale, pues, a tener una actitud positiva para con la propia sexualidad. Sin embargo: ¿fomentamos –individual o colectivamente– que nuestros hombres efectivamente tengan una actitud positiva, placentera, segura y respetuosa con su sexualidad y su relaciones sexuales? Con franqueza, creo que poco hacemos.
Promover la salud sexual no se limita, por cierto y pese a su importancia, a educar en la prevención de ETS. Existe un aspecto adicional, mucho más complejo, que es clave: Destabuizar la masculinidad. Así como la sexualidad femenina sigue plagada de una serie de tabúes y mitos sociales e histórico-culturales roñosos e inaceptables (como por ej. el mito de que las mujeres no disfrutamos de la sexualidad), también la masculinidad no se ha librado de ello.
A lo largo de la historia, la sexualidad masculina ha asentado su propio atractivo en un paradigma masculino asociado íntimamente a la potencia, al éxito, al poder y al rendimiento. Estas exigencias funcionales no solo son demandadas al hombre como trabajador, sino también a su cuerpo y a su sexualidad. Hagamos mea culpa: ¿Cuántas veces no hemos ridiculizado a un hombre por rechazar un encuentro sexual? ¿Por no tener (o mantener) una erección durante el acto sexual? O simplemente ¿Por no tener ganas? El tabú de la potencia masculina también es violencia.
Así, una parte importante de la salud sexual y reproductiva masculina, requiere que se les reconozcan otras necesidades. Nuestros hombres pueden tener una vida sexual más sana –e incluso más responsable–, no reafirmando una imagen arcaica de potencia que, precisamente debido a su excesiva exigencia, no hace más que estresarles, frustrarles e incluso hacerles evitar la actividad sexual. Por el contrario, sanos son quienes están plenos y disfrutan de su sexualidad desde la propia libertad y no desde un arquetipo al que se le debe rendir pleitesía; sanas son aquellas experiencias sexuales, como también lo señala la OMS, que ocurren de forma libre, sin violencia y/o discriminación.
La sexualidad es siempre individual y colectiva. Cuando los hombres se permiten, y les permitimos también, vivir la sexualidad desde sus necesidades más íntimas y genuinas, desligado de presiones externas, respetan y respetamos más sus propios derechos. Nos volvemos todos y todas un poco más libres y más respetuosos, en conjunto, pero siendo cada uno, su propio sí mismo.