La pandemia ha movilizado a las personas a buscar diferentes opciones para lidiar con el virus, sus problemáticas vitales y fortalecer su salud. Lo anterior ha impulsado el auge de las llamadas terapias alternativas, complementarias e integrativas, considerando que prometen en muchas ocasiones tratamientos infalibles, sin riesgos y de menor costo, por lo que es importante que miremos con atención estos supuestos.
Hoy en día se sabe que la diversidad de terapias existentes es muy amplia, incluyendo desde sistemas completos de atención como la medicina tradicional china, la antroposófica o la mapuche, hasta otras más acotadas y cercanas a lo tradicional, como la fitoterapia, muchas de las cuales han significado un gran aporte en términos de acceso y beneficios para la salud de miles de personas.
Dentro de esta amplitud, existen algunas que han sido más estudiadas científicamente y validadas empíricamente incluso desde la mirada alopática occidental, con lineamientos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y el Ministerio de Salud (MINSAL) que las respaldan. Entre ellas, están la acupuntura, existiendo centros formadores a nivel nacional e internacional, con certificaciones regulares y un registro público de terapeutas.
Por otro lado, existe una proliferación de terapias con escasa validez científica, las que suelen tomar principios de distintos abordajes y mezclarlos sin una rigurosa evaluación, como podría ser el caso de la sanación uterina. Este segundo tipo de terapias se constituyen en un riesgo para la salud de las personas, ya que incluso abordajes que pueden parecer inocuos, como prácticas meditativas o de respiración, presentan efectos adversos demostrados y pueden empeorar la salud mental de algunas personas, por ejemplo, exacerbando sintomatología ansiosa, depresiva o reviviendo experiencias traumáticas. Esto sobre todo cuando se llevan a cabo sin una adecuada valoración de la condición personal y de un acompañamiento durante el proceso.
Según datos disponibles en el Departamento de Estadísticas e Información de Salud (DEIS) del Ministerio de Salud, durante el 2020 hubo 62.975 atenciones individuales de Medicina Complementaria y Prácticas de Bienestar, de las cuales 51.915 fueron mediante prácticas no reguladas por el ministerio. Además 29.163 atenciones fueron por Terapeutas Complementarios que no se categorizaron como profesionales de la Salud. Sin considerar la gran cantidad de atenciones que probablemente no se registran a nivel del MINSAL, los datos anteriores ya hablan del gran uso que hay en la población chilena de estas terapias y de la escasa regulación al respecto.
La Universidad Autónoma realizó recientemente una encuesta sobre esta temática. De los datos obtenidos -en base a más de 680 respuestas- destacó que el 72% de los entrevistados aseguró haber recurrido a este tipo de tratamientos, siendo los más mencionados las Flores de Bach, Acupuntura y Reiki. El 77% de quienes las utilizan son mujeres.
También destacó en los resultados, que los terapeutas que los realizaban infrecuentemente eran profesionales de la salud, sin embargo, la mayoría reportaba tener algún tipo de certificación en el área a la que se dedicaban.
Considerando las cifras anteriores, se puede hipotetizar que existe un interés y uso de este tipo de terapias por parte de los chilenos.
Más que desincentivar su uso, teniendo en cuenta los eventuales costos y riesgos para personas particularmente vulnerables, se debe promover la valoración e integración crítica de estas. Por ejemplo, no es lo mismo acudir a un acupunturista autodidacta formado por Youtube o certificado tras un curso online de un par de horas, que a uno formado en una institución universitaria y acreditado por el MINSAL. A la vez, no es lo mismo realizarse acupuntura que psicomagia, en términos de validación científica.
Para su adecuado desarrollo e integración al sistema de salud nacional es crucial que se produzca una mayor colaboración entre los diversos actores del mundo de estos tratamientos con instituciones como el MINSAL y las universidades, de tal forma de no privar a las personas de terapias que eventualmente podrían serles de utilidad, dentro de un marco regulado que resguarde su seguridad y que permita el avance hacia una visión más integral en la atención de los pacientes.
*Psiquiatra y director de Educación de Ciencias de la Salud, Universidad Autónoma.