Los adultos mayores son el grupo más vulnerable frente al Covid-19. Eso es un hecho. Los datos oficiales nos indican que más del 80% de los fallecidos en nuestro país son personas mayores de 60 años. A esta realidad se suma su precariedad socioeconómica -por pensiones miserables- la falta de apoyo comunitario y muchas veces de redes. En definitiva, una situación de indefensión que los ha instalado en la palestra del cuidado.

Esta indefensión es innegable y merece ser abordada con urgencia. No por lástima ni condescendencia, sino por necesidad. Nuestra sociedad los necesita.

Si desmantelamos las categorías rígidas de la edad y ponemos el foco en sus geografías relacionales, como diría Peter Hopkins y Rachel Pain, podemos ver la importancia de este grupo. Su vitalidad. La inconmensurabilidad que tiene para otros grupos etarios su encierro. Acá algunas razones, más allá de cuestiones formales o prácticas.

Desde el punto de vista de los afectos, en el intercambio con adultos mayores prima la ternura. La manifestación más modesta del amor, como diría Olga Tokarczuk. Atributo que en este grupo etario se despliega, especialmente en su interacción con niños o niñas con las cuales poseen algún vínculo sanguíneo o no. Un afecto solícito, donde a través del juego, instalan un lenguaje capaz de saltarse una generación y promover una alegría sin tiempo.

Asimismo, son fundamentales para activar la memoria. Los recuerdos, anclados en cada uno de sus relatos, son ejemplos vívidos de experiencias fundamentales para nuestra comprensión del presente, para la construcción de una narrativa del desastre que vivimos. La relevancia de sus saberes, en tanto memoria viviente, resulta fundamental para una transmisión certera, basada en la oralidad, lejos de computadores y celulares.

Finalmente, las interacciones con los adultos mayores nos vuelven a lo importante: el ahora, el minuto presente. Lo ornamental y accesorio se deja a un lado. Es la oportunidad de detenerse en la palabra, en la conversación, en el consejo. Una invitación a ver la vida desde el borde, desde la puerta de salida. Fuera de la vertiginosidad y el exitismo de la adultez.

Así, con alegría debemos recibir que los adultos mayores, especialmente aquellos sobre 75 años, para que puedan ir poco a poco retomando sus actividades. No solo por su salud mental y física, sino por aquellos y aquellas que nuevamente tendrán el júbilo de su compañía.

*Investigador CIGIDEN