Llega marzo y de a poco vuelven mis clientes con sus historias de verano. Historias que, de una u otra forma, me obligan a volver a mis lecturas de estío, pues tras horas de escucha, me hace sentido la audaz sentencia del psicoanalista argentino Luciano Lutereau:
“La pareja es el gran problema del siglo XXI. Ya sea por la inestabilidad vincular que varias personas testimonian, o bien por las opciones de relación que surgieron en los últimos años y que no se basan en la pareja”.
Así arranca Adiós al Matrimonio y ya en el prólogo este autor nos anuncia que, así como en el siglo XX las parejas se preguntaban “cómo seguir juntos”, las de este siglo se cuestionan si “podemos estar juntos”.
Desde mi consulta soy incapaz de validar o invalidar que este sea un fenómeno local o mundial, pero lo cierto es que varios de mis clientes han confesado que a lo largo de las vacaciones se hicieron ambas preguntas, por lo que sospecho que los problemas de ayer y los de ahora siguen conviviendo con las parejas. Y como ya es costumbre en el diván del runner, abordaré esta temática a través de Felipe, cliente ficticio armado en base a distintas historias de distintos veranos.
Hola Seba, espero hayas tenido unas buenas vacaciones, que hayas descansado y estés renovado. Por mi parte, estoy destruido y lo único que quería era llegar de vuelta a Santiago a retomar mi trabajo, los entrenamientos y las sesiones contigo. Tuve sobredosis de familia, la mía, la tuya, la nuestra. Es bonito, las fotos del Instagram son preciosas, pero me tenía que arrancar todos los días a trotar para no enloquecer. Por suerte en mi familia nadie corre, pues necesitaba pasar horas a solas y estar físicamente agotado para soportar las eternas sobremesas y las clásicas discusiones familiares en la cocina. ¿Mis hijos? Ricos, simpáticos, demandantes, peleadores e inconformistas… (silencio). Y mi señora se quedaría ahí para siempre… de hecho… sigue allá con los niños… pero como estoy con nueva pega no me webearon casi nada cuando partí...
¿Y cómo estuvo el aterrizaje en Santiago?
Llevo tres días de felicidad absoluta. No he ido a trabajar todavía, por lo que he estado dedicado a correr e ir al gimnasio de día y en las tardes noche me he juntado con amigos a tomarnos un par de cervezas. Te juro que en el bus de vuelta a Santiago me sentía mal por haber mentido y adelantado mi viaje, pero ya acá se me hizo evidente que lo necesitaba. Es muy raro esto de las vacaciones, pues vuelves a ser hijo y hermano siendo papá y después pasas a la casa de tus suegros y ves que tu señora se transforma en una niña que pelea con sus papás y sus hermanos como si tuviera 15 años. Y así, todos los días como la Marmota, entreteniendo a los niños, jugando con ellos, recibiendo visita, siendo visita y siempre al debe con alguien.
¿Y con tu señora?
Tan bien o tan mal, depende como quieras verlo, pero acá en Santiago me preocupé, pues allá jamás peleamos ni pasó nada entre nosotros. No había tiempo, no había espacio, no había energía. Siempre ocupados o rodeados. Y te mentiría si te dijera que me esforcé para crear esos espacios o darme esos tiempos. Ni siquiera para el 14 de febrero salimos solos, sino que lo hicimos con sus hermanos y sus parejas. Y estuvo perfecto, puras risas por allá, caras largas de vuelta en la pieza y a dormir y olvidar en una cama plagada de niños que no quieren estar solos.
¿Entonces qué es lo que te preocupa?
Que en el gimnasio todas las minas me parecen ricas. Da lo mismo si son más jóvenes, más flacas o lindas que mi señora. Lo loco es que todas me calientan, con cualquiera me paso rollos y no quiero que esto se me vaya de las manos, pues me aterra que esta calentura me acompañe a la oficina. Por suerte mañana llega mi señora con los niños… si no… no sé en qué tontera andaría…
¿En qué estás pensando?
Te juro que todo esto es nuevo para mí. Pololeé desde cuarto medio con la Isi. Seguimos toda la U pololeando, aunque entre medio terminamos como un año. En ese año conocí un par de minas y pololeé con una, pero yo siempre quise estar con la Isi. Volvimos, nos casamos. Un hijo, dos, tres. Y siempre bien con la Isi, siempre fiel, pero hace un año que le vengo diciendo que necesitamos cambios… y nada… no pasa nada…
¿Y qué cambió en ti?
Mira, la Isi le echa la culpa al running, pero esto viene de antes, de cuando me quedé sin pega y aunque en el momento no entendí nada, de a poco fui atinando. Yo llevaba diez años trabajando en el banco, el mismo al que entré saliendo de la U, cuando me tocó una fusión. Como era tan bueno en mi pega, nunca me di cuenta que venían grandes cambios hasta que el nuevo gerente divisional, que venía del otro banco, organizó un campeonato de pádel. Yo sé que esto suena a teoría conspirativa, pero el weón quería conocernos y así fue como lo hizo: nos llevó a su terreno. Y aunque yo llevaba como cinco años sin mover la raja y sin agarrar una raqueta, llegué a la final y obviamente me encontré con mi nuevo máximo jefe. Sinceramente el weon técnicamente era bueno, pero humildemente yo era mejor, pues aunque nunca había jugado pádel, desde chico hasta que me casé jugué tenis. El problema es que físicamente él era como Zlatan Ibrahimovic a sus cuarenta y yo, a mis treinta, como Ronaldo Luis Nazário de Lima. Aun así, fue un partido apretado y se tuvo que esforzar al máximo para ganarme. Sí, me ganó la final mi jefe delante de toda la división, un weón al menos diez años mayor que yo y al día siguiente -que por suerte fue sábado- no me pude levantar de la cama. Estuve todo el fin de semana destruido y el lunes llegué a penas a la pega. Y de ahí empezó un bullying divertido por haber perdido con el big boss, pero después me empezaron a webear con el peso y el estado físico. En esa época había recién nacido mi tercer hijo y estaba física y mentalmente agotado, razón por la cual este bullying me empezó a afectar ya no solo como persona, sino en mis resultados. Y ahí me agarró mi jefe y no me soltó más hasta que me terminaron echando…
¿Y qué tiene que ver el running?
Como nunca tuve tiempo para entrenar o ir al gimnasio mientras tuve pega, lo primero que hice apenas me recuperé de la patada en la raja fue inscribirme en un gimnasio. De verdad que estaba hecho una vaca y no me había dado cuenta y empecé a correr furioso sobre la cinta. Al principio era solo sufrir, pero era tanta mi rabia que no paré ni un solo día de ir al gimnasio durante seis meses. Y cuando ya tenía un peso decente me sumé a un equipo de running y de ahí no he parado (silencio y sonrisa nerviosa). Al principio todo el mundo me aplaudía, pero la primera resentida fue la Isi, pues empezaron a cambiar mis horarios, mis hábitos, mis amigos y mis gustos… (silencio largo).
¿Pasó algo?
Igual tiene razón la Isi. De a poco me empecé a obsesionar con bajar de peso y correr más rápido, más largo… lo típico del runner… pero también me puse más vanidoso con la ropa y en realidad… con todo… por supuesto lo negaba y no lo reconocía… pero después de muchas peleas, di vuelta a la Isi y le dije que en vez de criticarme por mis cambios, podría empezar a preocuparse de ella… y ahí quedó la cagada…
¿Cuándo quedó la cagada?
Justo antes de las vacaciones. Yo estaba feliz con mi pega nueva, banco nuevo y ascenso. Todo me sonreía, menos la Isi y ahí tuvimos un fuerte encontrón, pues me empezó a webear con que ahora que estaba mino y era gerente me iban a llover las minas. Se puso ácida y no hacía nada para cambiar...
¿Querías que cambiara físicamente?
Sí, pero nunca me atreví a ser directo, aunque ella me confrontaba y me decía que ahora necesitaba una de esas runners o de esas minas de gimnasio y no a una mamá que tiene guata, unas canas locas y anda con guaguas colgando. Todo fue escalando y literalmente nos salvaron las vacaciones.
* * *
Para Luterau la pareja es conflicto. Sí, tal cual. Para este psicoanalista la pareja no es un pacto y es por ello que, a sus ojos, “si tuviera que situar un problema de muchas personas hoy en día, diría que se trata de la dificultad para vivir un conflicto con otro; esto es, el temor que les representa decir a alguien que algo les molestó, que no les gustó, que no les hizo bien, sin que de forma más o menos inmediata se les figure como algo a evitar, por las consecuencias que tendría, sea que el otro se enoje, o por el particular tono agresivo con que, para ellas, se establece esta situación”.
A la luz de estas palabras, Felipe tiene un conflicto que no ha sabido abordar con su pareja. Conflicto que evita por temor a las consecuencias relacionales y al enojo de ella, pues tal como señala el autor de Adiós al Matrimonio, Felipe no puede vivir este conflicto sin pensar que éste va a terminar mal. Ahora… ¿Se equivoca Felipe? ¿Debe andar con la verdad por delante y decirle a la Isi que se ponga las pilas, baje de peso y se arregle más? ¿O mejor callar?