Aunque no seamos del todo conscientes, nuestra identidad se construye sobre una serie de creencias y valores -sobre el mundo, nosotros, los otros y nuestras relaciones- que no necesariamente son ciertos.
Es más, a veces son tan fuertes y poderosas nuestras creencias, que las asumimos como certezas. Y esto es muy típico de la adolescencia, etapa de ávida mirada y veloz inteligencia, donde los intrépidos cerebros pueden construir poderosos estereotipos a partir de pocas experiencias.
Y es tan fuerte lo que sienten, que parece imposible no sea verdadero.
Para graficar lo anterior, los invito a conocer a Sofía, la primera adolescente a la que le hice coaching, muchos años atrás, en una época en que el 100% de mis clientes eran ejecutivos adultos.
Así, mi primera misión fue arrendar un espacio para atender a Sofía -pues con mis otros clientes trabajaba en salas de reuniones y cafés- y tras varios ensayos y errores, terminé en una casa ubicada en la calle Eliodoro Yáñez, la misma donde me formé como trainer y coach.
Para mí el entorno era ideal.
Una casa blanca de dos pisos ubicada en el corazón de Providencia, con parquet, plantas por todas partes y orquídeas ubicadas en lugares estratégicos. Además, mi consulta era amplia e iluminada y desde la ventana se podía ver una hermosa buganvilia fucsia.
Me senté en mi silla de coach y sentí que el lugar me daba la paz y la seguridad que necesitaba para este desafío y a las 17.00 en punto, tal como habíamos acordado, apareció Sofía y bajé a recibirla.
Tras abrir la puerta y confirmar que era ella, la invité con un gesto a seguirme al segundo piso, pero noté que estaba escaneando todo antes de pisar el primer escalón. Y escalón tras escalón lo observaba todo hasta entrar a mi consulta.
Nuevamente miró todo a su alrededor, se sentó, tocó los brazos de la silla y me preguntó.
- ¿Esta es tu consulta?
- Si
- ¿Trabajas aquí?
- No siempre
- ¿Y tú elegiste la decoración y las plantas?
- No
- Se nota
Tras un breve silencio, le pregunté qué la traía por estos lados, y haciendo caso omiso de mis palabras, siguió hablando.
"Me encantó el barrio. Nunca ando por acá y menos sola. Me encanta que todo sea viejo y sucio, que haya taco y ruido".
Silencio
"En mi casa sólo se escuchan pájaros y todo está limpio, impecable, y aunque no me gusta la decoración, me encantaron las plantas y las flores".
- ¿Cómo se llaman las que están en la entrada?
- Orquídeas
- ¿Y esa de la ventana?
- Buganvilia
- ¿Y tú sabes mucho de flores?
Antes de que pudiera responder, Sofía me dijo que era el primer hombre que conocía que era capaz de nombrar correctamente las flores.
Inesperadamente y muy a destiempo, procedió a responder mi pregunta original
- Mira, acepté venir, porque hacía rato que quería hablar con alguien. No sabía con quién, pues no quería hablar con nadie de mi familia, de mi colegio y menos, con alguno de los psicólogos y psiquiatras que me recomienda mi mamá. Me da lata hablarles, porque ya sé perfectamente qué me van a decir, qué me van a recomendar y qué esperan que haga.
- ¿Y qué es lo que quieren que hagas?
- Pues lo obvio, lo que mi mamá les dice que hagan. Todos le hacen caso y supongo que me llamó la atención que tu no le hicieras caso a mi mamá.
- ¿Y de qué quieres hablar?
- No lo sé, no tengo idea, con las únicas que hablo son mis amigas y la verdad es que necesitaba hablar con alguien distinto.
- ¿Qué significa hablar con alguien distinto?
- Mira, no sabía cómo ibas a ser. Primero me imaginé que ibas a ser un viejo canoso, con pinta de sabio, o un psicólogo de esos que andan como apolillados, pero vi tu foto de Linkedin y fue una gran decepción. Ahí vi que también eras consultor y pensé que iba a llegar a una oficina como la de mi mamá y que me iba a encontrar con alguien de terno y corbata. Y no, otra decepción. Y ahora que sé que eres un hípster que le gustan las plantas y las flores no sé qué pensar.
Francamente quedé plop, pero lo que más me inquietaba era que si bien había escuchado la palabra hípster, no sabía bien su significado y se lo pregunté…
- Son viejos que hablan como viejos, trabajan como viejos, pero se visten como niños y andan en bicicleta. Te apuesto a que andas en bicicleta entremedio de todo este taco.
- Sí.
En ese momento la vi sonreír victoriosa.
Se veía cómoda y aproveché ese instante para decirle que gran parte del éxito del coaching se basa en que la persona quiera venir y cambiar...
Dicho lo anterior, abrió su mochila y empezó a buscar algo.
Con una sonrisa en la mano, sacó el cheque que le había pedido a su madre y me lo extendió mirándome a la cara.
- Mi mamá ya pagó el mes, así que no voy a faltar, pues no me la va a ganar. E independiente de lo que ella quiera, hasta el momento lo he pasado bien.
- No entiendo.
- No importa, no tienes nada que entender, y hoy al menos, no quiero hablar de ella, pues me interesa mucho más saber a quién se le ocurre decorar una consulta y llenarla de sapos y autos.
Dicho lo anterior, Sofía se levantó y se puso a revisar una estantería donde efectivamente había una colección de autos en miniatura… y perdonen la corrección… ranas…
- Ranas… son ranas…
- Otro día me cuentas más y me explicas cómo puedes trabajar en un lugar que no tiene nada tuyo, pues yo te imagino minimalista total, zen, a lo más, imagino pondrías una bicicleta en miniatura en esa repisa.
No supe que decir y francamente daba igual, porque el foco de Sofía era la casa y el barrio.
- En un momento pensé que esta era tu casa, pero al verte me di cuenta que no y pensé, eres muy chico para una casa tan grande. También me di cuenta que no había autos estacionados y al verte vestido así, supuse que eras un ciclista que monta esos fierros de paseo.
Sorprendido por la enorme cantidad de información que Sofía recogió del entorno y por la cantidad de juicios que podía emitir, pasé a la ofensiva:
- ¿Y si estuvieras equivocada?
- ¿Cómo?
- Imagínate que todo lo que has pensado no fuera cierto.
- No entiendo.
- Qué pasaría si te dijera que esta casa es mía, que me fascinan las ranas, que en el subterráneo tengo una 4x4 y que no sé nada de flores y plantas.
Sofía se quedó en silencio y sin atinar a nada sólo me dijo… "tela".
¿Qué es tela?, le pregunté
Sofía se río y me explicó que era algo así como alguien que te cae bien y, mirando la hora en su celular, me dijo que quería venir la próxima semana.
Perfecto, le dije y saqué mi agenda de papel y Sofía no pudo evitar comentar que ya nadie usa esas cosas y me preguntó si no usaba el calendar u otra aplicación.
Esta vez sólo le sonreí, la acompañé a la puerta y antes de cerrarla la detuvo y me preguntó.
- ¿En serio tienes una 4X4 en el subterráneo?
Esta fue nuestra primera sesión y sonreí al recordar cuán fuertes -y erróneas- pueden ser algunas de nuestras creencias en la adolescencia. Y seguí sonriendo porque en mi trabajo con adultos es muy difícil encontrarse con alguien que se atreva a dudar tan rápido sobre sus mapas de la realidad.
En definitiva, Sofía se atrevió a dudar, primer paso para modificar creencias que limitan nuestro crecimiento y la invitación es acompañarla a ella y a otros adolescentes, para revisar como andamos por casa. Quién sabe, en una de esas podemos identificar pensamientos que frenan nuestro potencial y nuestra capacidad de relacionarnos bien con los otros y con nosotros mismos, y podemos actualizarlos.
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