Un recorrido en el corazón profundo de la gestión del riesgo de desastres en un campamento
¿Cómo se dice desastre en quechua Blanca? Blanca Camuendo, ecuatoriana de origen, es una de las tantas dirigentas del Macrocampamento Balmaceda en Antofagasta, y que proviene de una comunidad indígena, como más del 90% de las personas que constituyen este territorio "informal" nortino. Ella piensa unos segundos y responde: "alpa mamá yakichin, la madre tierra nos trae una tristeza, es una catástrofe", nos traduce.
Este diálogo con tanto sentido hoy que vemos las consecuencias nefastas del cambio climático, es la antesala a un conversatorio que realizamos junto a TechoChile y Pablo Seward –estudiante de doctorado en Antropología–, y gestor junto a Blanca Camuendo y otras dirigentas, de este encuentro entre la ciencia y la comunidad en su propio territorio.
Acarreando un parlante, golpeaban puerta a puerta, instando a los pobladores a asistir a un conversatorio en el centro comunitario, donde les plantearíamos cómo co-construir gestión del riesgo de desastre en campamentos, para rescatar al mismo tiempo, ese conocimiento profundo del entorno que se percibe en las "tomas", donde las mujeres luchan día a día por la seguridad y por la vivienda digna. Y ¿cómo se construye el riesgo en comunidades que se enfrentan cotidianamente a la xenofobia, el racismo, la pobreza, y el machismo?
Con una sala llena de asistentes, la mayoría emigrantes de Perú, Bolivia y Ecuador, Blanca nos cuenta del significado de la palabra terremoto, "alpa mamá cuyujun", la madre tierra se está moviendo, y nos habla de los prejuicios al inmigrante, al habitante de un campamento.
Reflexionamos acerca de cómo los desastres están intrínsecamente relacionados con nuestra vida emocional, nuestra identidad. La madre tierra se manifiesta también en relación a nuestra propia conducta. Tomo nota. Blanca con otra dirigente, y un par de cientistas sociales y la diputada que representa a esta zona, profundizan sobre las consecuencias de nuestro propio accionar frente al riesgo de desastre: "En cualquier parte del mundo va a haber riesgos pero nosotros vamos a ser quienes decidimos que aquellos riesgos sean mitigables", asegura convencida.
Con un grupo de investigadores de Cigiden y Techo Chile, organizamos una actividad diseñada para alertar a los pobladores del macro-campamento Balmaceda de los riesgos que presentan las amenazas naturales y antrópicas que existen en el territorio, entre ellos, aluviones. Por varios años hemos estado colaborando con comunidades en el desarrollo de modelos locales de gestión del riesgo, con actividades de mapeo comunitario, desarrollo de observatorios, entrega de materiales, conversatorios e investigación interdisciplinaria en territorios olvidados e incluso excluidos de las políticas públicas.
Blanca y varios de los asistentes nos interpelan a no estigmatizar a las personas que viven en asentamientos irregulares. A pesar de estar marginados de políticas públicas que les permitan acceder a una vivienda segura, los habitantes del campamento se hacen cargo con ahínco de los problemas de la basura, los caminos, las áreas compartidas, la electricidad, las aguas servidas, etc. Es explícito en esta reunión su cuidado por el territorio que habitan, que tiene múltiples amenazas naturales (aluviones, desplazamientos de dunas, cables de alta tensión, incendios, etc.) y otras relacionadas con la fragilidad de la infraestructura.
Cuando conversamos acerca de los riesgos en que se encuentra el campamento, sus habitantes sugieren que la ciudad completa enfrenta riesgos, pero que es la desigualdad social la que visibiliza aún más ese riesgo. "Los indígenas tenemos un solo corazón y una sola nación, la naturaleza es parte de los atributos que veneramos y así como se lo hacemos sentir, dando gracias a nuestra vida histórica, shuk shungulla suk maquilla shulla güiñay shulla pacha", me cuenta Blanca al día siguiente cuando recorremos junto a un grupo pobladoras las quebradas que rodean a sus casas, en lo que llamamos mapeo comunitario.
¿Qué hay más allá de los cerros? Me pregunta una niña de ocho años que protege de una media docena de perros callejeros, el área que he reservado para que el dron que piloteo aterrice. Hay más cerros le respondo. ¿Y más allá? Muchos cerros, el desierto y la cordillera, respondo. ¿Es infinito entonces? Sorprendido, no logro articular una respuesta y ella arremete: ¿los números son infinitos?
Sus preguntas curiosas son no solo acerca de la ciencia o el conocimiento, si que sobre la existencia, tan profundas como las que nos plantean los pobladores durante los conversatorios y el mapeo comunitario. Una curiosidad que me sorprende de nuevo porque la he escuchado en otras niñas y niños viviendo en otras "tomas".
Pablo nos pregunta cuándo un campamento deja de ser uno. ¿Cuándo los pobladores de estos territorios en la periferia de nuestras ciudades pasarán a ser ciudadanos con derechos? Son preguntas abiertas como la del infinito más allá de los cerros del desierto. Las pobladoras saben que mitigar el riesgo de desastres en su territorio está en manos de ellos mismos.
Nuestro país se felicita por su consistente resiliencia frente a los terremotos y la tierra madre se mueve periódicamente —alpa mamá cuyujun—, pero las tristezas que traen estos movimientos todavía afectan de modo desigual a las personas, que se ven forzadas a construir comunidad sin el apoyo de nuestra institucionalidad. A pesar de ello, sus capacidades de organizarse debieran servir de ejemplo a todos de cómo repensar la gestión local del riesgo.
Es tarea de todos, pero en especial de los organismos públicos y aquellos que concentramos esfuerzos en construir resiliencia frente a los desastres, el conectar a todos los habitantes al alero de políticas públicas, que aseguren el derecho a vivir en lugares seguros, amables, conectados a la vida ciudadana, y sobretodo, para evitar desastres y catástrofes socionaturales.
* Colaboración de Blanca Camuendo
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