La atmósfera, esa masa de gas que rodea al cuerpo sólido de nuestro planeta, abarca desde el primer centímetro por sobre el suelo hasta el límite en el que encontramos el espacio fuera de la Tierra. Interactuamos con ella las 24 horas del día, incluso mientras dormimos, pues nos provee del aire que continuamente respiramos. Sobre el suelo apoyamos la planta de los pies, pero es a través de la atmósfera que nuestro cuerpo se desplaza. No nos damos cuenta, pero somos seres (mayormente) aéreos.

¿Preocupa la atmósfera a Chile? Debiera. Parte del territorio chileno es su espacio aéreo, que es un trozo de atmósfera hasta cierta altura fijada por acuerdos internacionales. De la contaminación de la atmósfera surgen amenazas para la vida a varios niveles y en diversas dimensiones. ¿Calentamiento global? ¿Mala calidad del aire? ¿Demasiada radiación ultravioleta? ¿Creciente contaminación lumínica? Busque y encontrará el común denominador: Todos estos problemas están dominados por acciones humanas que alteran las propiedades de la atmósfera.

Tuve ocasión de analizar el último problema en el marco del “Grupo de Expertos Autoconvocados”, instancia académica formada en Antofagasta en 2020, que busca acercar el mundo de la ciencia y la política en materias prioritarias para el norte de Chile. Ocupando mi experiencia en comisiones sobre la temática, y nociones recogidas de personas expertas a nivel mundial, me convencí de que la nueva constitución ofrece una oportunidad única para que Chile tome el liderazgo mundial en la protección de la atmósfera. Asumí el desafío de escribir una propuesta, acogida y patrocinada por la convencional constituyente Cristina Dorador.

¿Por qué una norma constitucional? Puedo ejemplificar la necesidad con el crecimiento de la contaminación lumínica en el norte de Chile. Fue sólo en 2019, tras una revisión a la Ley de Bases Generales del Medio Ambiente, que la “luminosidad artificial” hizo su entrada como una forma de contaminación a nuestra legislación. Sin embargo, contamos desde fines de los 90 con una norma ambiental, que específicamente protege el cielo de tres regiones del país (Antofagasta, Atacama y Coquimbo). ¿Ha funcionado esta protección? Poco. En la práctica, tras casi 25 años, contamos con estudios recientes de evolución de contaminación lumínica que muestran que ha aumentado sostenidamente, en parte por el crecimiento de las ciudades, pero en gran medida por efecto del crecimiento de la actividad minera. Incluso en los casos en que la norma ha funcionado, la legislación nacional no obliga a dejar de contaminar y restaurar la situación previa. La línea base se desplaza constantemente y nos acostumbramos a que el ambiente contaminado, de manera muchas veces extrema, es la nueva normalidad.

Esto no puede continuar. Tenemos la oportunidad y la necesidad de dar una señal potente a las nuevas generaciones de Chile y al mundo entero sobre la importancia que damos a este tema. La protección del brillo natural de la atmósfera (en todo el rango electromagnético, de luz visible o invisible) es crucial para proteger la calidad de vida y salud de seres humanos y ecosistemas, además de salvaguardar nuestra relación con el patrimonio cultural asociado a la contemplación del cielo. También cuidará la posibilidad de observar el espacio fuera de la Tierra, cimentando el rol de Chile en la astronomía mundial, y consolidando las ventajas que tener este laboratorio natural puede darnos para educación y disfrute del cielo.

*Grupo de Expertos Autoconvocados y Centro de Astronomía, Universidad de Antofagasta