Tradicionalmente diciembre es sinónimo de nerviosismo y expectativa para miles de estudiantes de cuarto medio. Ponen fin a 12 años de vida escolar. Además, viven un evento trascendente: la prueba para ingresar a la educación superior. Actualmente la Prueba de Transición para la Admisión Universitaria (PDT) que, al igual que sus versiones previas, la costumbre era realizarla una vez al año.
En esta oportunidad se rendirá en dos grupos. El primero lo hará el lunes 6 y martes 7 de diciembre. El segundo grupo lo hará el jueves 9 y viernes 10 de diciembre. Pero eso cambiará en 2022.
A fines de octubre el Ministerio de Educación (Mineduc), hizo un inédito anunció: la PDT se realizará dos veces al año. Debutará en julio del próximo año (4 y 5 de julio de 2022) la nueva Prueba de Invierno.
Todas y todos los egresados de cuarto medio podrán rendir el test a mitad de año o a finales de este. El mejor resultado será el seleccionado por el sistema para ingresar a la educación superior.
Una modificación que no solo les permitirá que se preparen mejor, sino que ayudará en “descomprimir la ansiedad natural que genera que en una sola prueba se jueguen parte importante de su futuro académico y además les entrega la flexibilidad que el sistema de educación superior necesita”, subrayó el día del anuncio el ministro Raúl Figueroa.
Un cambio que está dentro de otras modificaciones ya realizadas y que va en la dirección correcta, resalta Sergio Celis, investigador asociado del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile: “En muchas de esas transformaciones ha habido consenso en que sería bueno incorporar la posibilidad de dar la prueba dos veces al año”.
¿Qué implicará para los estudiantes? Será la oportunidad de rendir cada prueba en tiempos más cercanos, señala Verónica Santelices, académica de la Facultad de Educación UC. Es la posibilidad de contar con un tiempo más acotado, más cercano dice Santelices, “así lo que estudiaron en diciembre queda menos obsoleto, y pueden rendirla incluso de nuevo por una tercera vez”. Es contar con un “plan B”.
Menos estrés y presión
Para los jóvenes rendir la prueba más de una vez al año contribuye a reducir el estrés. Les da la alternativa de preparse mejor y más planificadamente para la universidad. “Creo que es lo mejor para ellos y para sus familias, en la medida que tengan más posibilidades de enfrentarse a una situación que al inicio tiene mucho de desconocimiento e incertidumbre”, dice Santelices.
El académico de la U. de Chile añade que, ante un test como éste, que tiene grandes consecuencias y que puede posicionar o no en la carrera de los sueños, reduce sin duda la presión. “Se puede considerar que hay alternativas a ese momento, que se podrá rendir dos veces y que contará el mejor resultado”.
Los nuevos periodos, dice Santelices, responden una mayor flexibilidad que va en directo beneficio de los estudiantes. “Es poner más en el centro al estudiante y su toma de decisiones”, explica la académica.
Una prueba con historia
Los recientes cambios en el sistema de selección de alumnos de pregrado para ingresar a la educación superior, no son nuevos. Son parte de un proceso de que se inició hace 171 años.
La actual PDT tiene en su origen en el Bachillerato, que estuvo vigente desde 1850 y hasta 1966, bajo la supervisión de la U. de Chile. Por casi un siglo ese fue el modo en que se terminaba la educación secundaria y además se podía ingresar a la universidad.
La modalidad, ante la crisis educacional que se vivió durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931), se suspendió. Se dictaminó que para ingresar a la educación superior el único requisito era la licenciatura de egreso de la enseñanza media. En respuesta, las universidades crearon su propio sistema de ingreso y aparecieron los pre universitarios.
“Al caer el gobierno de Ibáñez, en 1931 se volvió a instaurar el Bachillerato como examen oficial de admisión”, señala la investigadora sobre educación superior Elizabeth Simonsen, parte del libro 60 años del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas.
Fue una modalidad flexible. Se rendía en enero y marzo. Contenía preguntas abiertas de desarrollo, sin alternativas, con pruebas de compresión de lectura, redacción, idioma y test específicos de matemática y biología. Daba el grado de bachiller en Filosofía y Humanidades.
Era un examen complejo. Se rendía frente a tres examinadores de la Universidad de Chile. Cada examinador corregía sus propias pruebas.
El proceso, con el alza alumnos, el número de universidades y de programas académicos, fue casi insostenible. Si en 1950 la matricula de estudiantes de pregrado era cerca de 20 mil, para 1967 aumentó a 55.653.
“Entre 5% a 10% de cada grupo socioeconómico lo rendía, porque era complejo. Tenía una parte escrita y otra oral, entonces el sistema el sistema no tenía la capacidad de tomar y revisar esos exámenes”, indica Simonsen.
Las críticas no se hicieron esperar. A medida que se masificaba la educación secundaria, se hacía más evidente, dice Simonsen que solo unos pocos podía acceder al Bachillerato y por ende a la universidad.
En 1966, último año en que se rindió Bachillerato, si el 13,8% de los estudiantes de nivel socioeconómico alto se matriculaban en las universidades, en el caso de los de nivel socioeconómico bajo era el 7,1%, señala el libro 60 años del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas.
La demanda por un ingreso más masivo era patente. Además, pese a que se restauró el Bachillerato en 1931, las pruebas “paralelas” continuaron, dice el historiador José Vera, en el libro El Sistema de Admisión a la Universidad: Permanencia y Cambio: “Esto implicó que postulantes que rendían las pruebas de Bachillerato exitosamente fracasaban luego en estos otros exámenes”. La molestia en padres y apoderados crecía. También el desprestigio del Bachillerato.
El “problema del Bachillerato”
Para inicios de 1960 ya se hablaba del ‘problema del Bachillerato’. Era debate nacional.
En enero de 1963 los rectores en conjunto critican duramente la calidad de la enseñanza secundaria: “Adolece de notorias faltas de personal y material docente... que hacen que se produzcan graves desigualdades en el nivel educacional de diferentes planteles y en la preparación con que el alumno llega al término de su sexto año”.
Erika Grassau, fundadora y directora del Instituto de Investigaciones Estadísticas de la U. de Chile, que realizó los estudios previos a la Prueba de Aptitud Académica (PAA), indica en el libro “60 años del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas” que existían razones suficientes “como para suponer que el Bachillerato mide, como las calificaciones del Liceo, los conocimientos escolares de los postulantes y no mide, como se proponía, los factores de rendimiento futuro del estudiante. Por consiguiente, su validez no es satisfactoria”.
Si el Bachillerato acreditaba estudios de la enseñanza secundaria, la PAA buscaba seleccionar a los mejores para la universidad. Proponía que todos tuviesen similares oportunidades frente a una oferta reducida de vacantes.
Entre 1964 y 1966 se aplicó experimentalmente la nueva PAA. El miércoles 11 de enero de 1967 fue el cambio. Se rindió en 17 sedes del país con 30 mil inscritos (30.763). Esos primeros jóvenes pagaron 15 E° o escudos (moneda de curso legal de entre 1960 y 1975) para rendirla.
Incluyó pruebas de aptitud de Verbal y Matemáticas y las específicas de Biología, Física, Matemática y Química. Los resultados permitían postular a las ocho universidades que existían a fines de los sesenta: U. de Chile, Técnica del Estado, Católica de Santiago, Católica de Valparaíso, del Norte, Técnica Federico Santa María, de Concepción y Austral.
Entre 1967 y 1973, el sistema universitario experimentó una expansión histórica. Aumentó el gasto en Educación Superior y el número de jóvenes en pregrado pasó de 55 mil alumnos en 1967, a 146 mil en 1973.
Se cambió el sistema. Pero las demandas por equidad no terminaron. En 1981, señala el libro, se relacionó el sistema de financiamiento al rendimiento en la PAA, lo que hizo que muchas universidades aumentaran entre 60% y 70% la ponderación a la prueba. “Por esta y otras razones, el nivel de predictibilidad de la prueba bajó, según estudios fue extremadamente sensible al entrenamiento, y la PAA comenzó a ser cuestionada”.
Se mantuvo vigente por 35 años. Fueron constantes las revisiones y adecuaciones que vivió, hasta que en diciembre de 2003 fue reemplazada por la Prueba de Selección Universitaria (PSU).
La nueva PSU incluyó pruebas independientes: dos pruebas obligatorias (Lenguaje y Comunicación y otra de Matemática); dos pruebas electivas (Historia y Ciencias Sociales y otra de Ciencias); con un módulo común y otros optativos de Biología, Física y Química. La primera vez que se aplicó fue en diciembre de 2003.
159 mil estudiantes se inscribieron para la primera PSU. La rindieron 153 mil, y de ellos el 34% fue seleccionado en alguna universidad del Cruch.
Por primera vez este tipo de pruebas está completamente alineada al currículo de la enseñanza media y su institucionalidad dependía de un comité técnico del Cruch.
En 2013 una evaluación internacional, el Informe Pearson, reveló profundas falencias y duras conclusiones: la PSU reflejaba la gran inequidad de sistema educativo chileno.
Se indicó, entre otras cosas, dice Simonsen, que los margenes de error erán más altos que los estándares internacionales. “Se dio a conocer que la PSU tenía poca capacidad predictiva y que los puntajes no eran comparables, además que los alumnos técnicos profesionales no veían los contenidos que se pasaban en las pruebas”.
La PSU claramente reflejaba inequidades. Ante eso, dice Simonsen, en 2012 el Cruch había el ranking de notas, “para de alguna manera equilibrar ese problema”. Se trataba de la posición relativa de cada alumno respecto de las tres generaciones anteriores de su colegio, tendría un peso mínimo de 10%.
En la historia de las pruebas de selección universitaria, desde el Bachillerato, hace más de un siglo, la desigualdad siempre ha estado presente de alguna u otra manera. “Al revisar las actas del Cruch cuando se cambió el sistema de Bachillerato a la PAA, el temor recurrente era que más apertura al sistema implicaría una baja en la calidad”, acota Simonsen.
PDT y los cambios que vienen
En 2020 fue sustituida por la PDT. Hoy, de la misma forma en que se redujeron ciertas brechas de la la PSU en su cambio a PDT, el cambio a dos fechas muestran un mayor enfoque en otro tipo de competencias, dice Celis: “El sistema en su conjunto ha venido permitiendo que se considere más las notas de enseñanza media, por ejemplo. Todo eso nos va moviendo en la dirección correcta que permita una mayor equidad”.
Pruebas de este tipo debería estar bajo revisiones permanentes. Pero, además, dice Santelices considerar mucho más la voz de las y los estudiantes. “Estudios técnicos deberían hacerse con cierta periodicidad, hoy se está estudiando más. Dónde podemos avanzar yo creo, y que son algunas de las recomendaciones que se hicieron hace algunos años y se han ido explorando, es en mecanismos de admisión que pongan más énfasis en la equidad”, asegura.
Entre esas recomendaciones, destaca Santelices está el dar más posibilidades e incorporar de manera más explícita la admisión de estudiantes técnico profesional.
Pero no es la única transformación. Celis añade que hay que ser más agresivos en los elementos estructurales que hacen que el proceso de admisión no replique la inequidad del sistema. También fortalecer las escuelas públicas y programas que los llevan a las universidades.
Una gran debilidad es que los estudiantes saben poco sobre educación superior. Y lo poco que saben, dice Santelices, lo adquieren tarde: “Empiezan recién en cuarto medio y eso de alguna manera se podría activar antes y es importante hacerlo”.
Necesitan la mediación de personas. No basta con sistemas web, que por muy buenos, los confunden y colapsan. “Les hacen el caso a amigos y a la familia, pero no son las principales fuentes de información. No saben cuánto ganarán o cuánto se demorarán en graduarse. Terminar tomando decisiones por cosas excluyentes como: ´no me gustan las matemáticas´”, dice Santelices.
Pensar en una prueba sin cambios, es iluso. Del mismo que cambian las necesidades de la sociedad, también lo hacen las de la educación superior.
Un ámbito que ahora piensa como un derecho, indica el académico de la U. de Chile. “Las exigencias de la equidad son muy importantes. Se deben hacer cambios en esa dirección, sin echar a perder bondades del sistema, como admitir a una gran cantidad de jóvenes en poco tiempo. Hay que hacer ajustes según el contexto porque cada vez más la educación superior será determinante en el futuro de las personas”.