El 15 de diciembre de 1970, una pequeña cápsula, solo un poco más grande que un balón de fútbol, se convirtió en el primer artefacto humano en aterrizar exitosamente en un planeta. La sonda soviética Venera 7 logró posarse en la infernal superficie de Venus. Aunque en 1965, la Venera 3 también logró llegar a este planeta, a diferencia de su sucesora, jamás logró enviar señales a la Tierra.
En cambio, Venera 7, pese a caer de costado luego de que su paracaídas se rompiera poco antes de tocar la superficie, logró enviar señales a la Tierra durante 53 minutos, 20 de los cuales los hizo desde la superficie de Venus. Estas establecieron que la temperatura en la superficie de Venus es de 475 °C, confirmando que los humanos no pueden sobrevivir ahí y descartando la posibilidad de que haya agua en estado líquido.
La herencia de Venera 7
Venera 7 fue lanzada el 17 de agosto. La sonda logró el primer aterrizaje controlado en la superficie de un planeta, algo sin precedentes. Otras sondas se habían estrellado en la Luna (como Lunik 2 en 1959) y Venera 3 en el mismo Venus en 1965, que solo alcanzó a enviar datos durante su caída. Pero ninguna lo había hecho desde la superficie de un planeta o un cuerpo celeste fuera de la Tierra.
Su hazaña, sin embargo, fue muy accidentada. Durante su caída, el paracaídas se abrió a 60 km de tocar tierra. La antena de la cápsula se extendió y comenzaron las señales de retorno. Seis minutos después, el paracaídas se rompió y luego colapsó, dejando que la sonda cayera hacia la superficie durante otros 29 minutos. El artefacto impactó violentamente la superficie de Venus a 17 metros / seg.
Pero el golpe no impidió que la pequeña nave soviética enviará las primeras informaciones desde otro planeta.
Nuevos planes para Venus
Hoy, casi todas las agencias espaciales del mundo están diagramando algún proyecto para explorar Venus. El vecino olvidado de nuestro planeta reanimó a los científicos a ser explorado, después de que científicos descubrieran fosfina en su atmósfera, lo que fue interpretado como “posibles indicios de vida”.
Durante los últimos 65 años, por ejemplo, la Nasa ha enviado 11 orbitadores y 8 módulos de aterrizaje a Marte, pero solo 2 orbitadores a Venus, y ninguno desde 1994.
Uno de los planes propuestos para quebrar este dispar interés pertenece a la Organización de Investigación Espacial de la India (ISRO), que proyecta enviar un orbitador al planeta en 2023.
Estados Unidos también prepara una misión, la que podría despegar en 2025. La Agencia Espacial Europea (ESA) está considerando actualmente una propuesta para enviar un orbitador a Venus en 2032. Y la agencia espacial rusa Roscosmos está trabajando en colaboración con Estados Unidos para enviar una ambiciosa misión al planeta entre 2026 y 2033, que incluiría un orbitador.
Todos estos planes podrían acelerarse tras el reciente hallazgo de fosfina y así recrear la primera misión exitosa al planeta.
Los científicos creen que Venus fue el primer planeta habitable del Sistema Solar, un lugar donde podría haber surgido vida tal como en la Tierra. Ello por sí solo es una poderosa razón para volver a este antiguo mundo oceánico.
Según los astrónomos, se ha invertido mucho tiempo buscando vida en Marte cuando este planeta solo tuvo agua en estado líquido durante 400 millones de años, mucho menos que los tres mil millones que la tuvo Venus.
Sin embargo, algo salió terriblemente mal. Aunque la Tierra y Venus comenzaron de manera similar, los dos han recorrido caminos evolutivos drásticamente diferentes.
Y lo que puede ser una poderosa razón para no ir, es a su vez, la más poderosa de las justificaciones para ir de nuevo. Entender qué causó que Venus sufriera una metamorfosis tan letal, podría hacernos comprender mejor qué causó que la Tierra se convirtiera en un oasis para la vida.
Aunque es posible que Venera 7 no haya logrado el aterrizaje suave que los científicos soviéticos esperaban, al menos envió los primeros datos certeros de cómo era la superficie de Venus y preparó el escenario para misiones aún más ambiciosas como Venera 13 , que aterrizó en Venus en 1 de marzo de 1982 para tomar las primeras fotografías en color del planeta desde su superficie.