VIH en Chile: Lo que no vemos del problema y una propuesta de mejora
En Chile, casi el 40% de los infectados en Chile no sabe que posee el virus. La participación activa de científicos y académicos en las campañas de educación podría dar un impulso a las actuales estrategias, ineficaces de acuerdo a las cifras.
El acceso a la terapia antirretroviral ha permitido que millones de personas infectadas por VIH extiendan su esperanza de vida. Pero eso no significa, necesariamente, que el daño se detenga. De hecho, la inmunodeficiencia persiste, y afecta a todos los sistemas del organismo, como el cardiovascular y el nervioso central.
Se ha observado que los pacientes crónicos tienen un envejecimiento acelerado, con un mayor riesgo de mortalidad cardiovascular y un acelerado deterioro cognitivo. Se estima que una persona con VIH puede desarrollar alteraciones propias de un adulto mayor, adelantando la aparición de enfermedades como Alzheimer antes de los 50 años.
Cerca del 50% de las personas seropositivo –adhieran o no a los medicamentos– sufren desórdenes neurocognitivos que van desde alteraciones mínimas a la demencia. También tienen serios problemas a nivel óseo.
El acceso a tratamiento también ha tenido, paradójicamente, un impacto negativo en el fortalecimiento de la percepción de riesgo. Al percibir la enfermedad como de bajo riesgo por existir un tratamiento, las personas asumen que pueden adquirir la infección con consecuencias controladas. No es cierto: el VIH es mucho más que una condición crónica como cualquier otra y el 20% de los pacientes (uno de cada cinco) no responde a la terapia convencional. Tampoco se habla del impacto económico en los sistemas de salud y para el desarrollo de los países.
Además, los mecanismos de prevención como el uso de preservativo y la realización del test se han distendidos. En Chile, se calcula que cien mil personas viven con VIH, pero 40 mil no están diagnosticadas. Su no acceso a tratamiento evita el control de su carga viral, acelera su progresión a una fase aguda y los vuelve igualmente más propensos a la transmisión del virus.
Es necesario educar desde una perspectiva sanitaria a las poblaciones, relevando sus impactos y explicando por qué sigue siendo una epidemia en todo el mundo y uno de los mayores desafíos de la ciencia a nivel global.
Desde el año pasado, un grupo de científicos del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICBM) asumió el reto de abordar la educación para la prevención desde una perspectiva biomédica. Los doctores Fernando Valiente y Ricardo Soto-Rifo, quienes lideran las investigaciones para buscar una terapia alternativa para el VIH en Chile, han realizado charlas de difusión en 50 colegios de cinco regiones, llegando a más de 6.500 adolescentes.
La participación activa de científicos y académicos en las campañas de educación podría dar un impulso a las actuales estrategias, ineficaces de acuerdo a las cifras. A la brecha fundamental de la falta de información se suma la pobre pertinencia de la entrega de los mensajes clave: cuándo y cómo hacerse el examen, qué impactos están sufriendo las personas infectadas o cómo revertir la transición hacia un clima de opinión marcado por la percepción del VIH como una condición "crónica y no dañina".
Queda la impresión de que las campañas sanitarias pretenden informar a la población sobre cuestiones accesorias a la enfermedad misma, mostrándose desconectadas del escenario actual que enfrentamos, los estilos de vida de las personas y los grupos de riesgo y fundamentalmente subestimando la capacidad de los ciudadanos de comprender conceptos aparentemente complejos. Esto, en paralelo de una mayor disponibilidad de los métodos de diagnóstico rápido.
Todo ello podría aumentar la cifra de personas que adopten medidas preventivas, que se hagan el examen y que se sometan a tratamiento. Resulta escandaloso que hoy, casi el 40% de los infectados en Chile no sepa que posee el virus. Una campaña de salud potente, permanente y constante, capaz de explicar los impactos y beneficios, el daño y las oportunidades de la enfermedad, debiera atenuar esas problemáticas sanitarias, restando la carga moral, accesoria e inefectiva, que el país ha puesto irresponsablemente sobre la prevención del VIH.
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