Las violaciones masivas perpetradas por un grupo de hombres en contra una mujer están siendo cada vez más habitual y es un fenómeno a analizar: hace poco, hechos acontecidos en Bolivia y en Argentina, cuando la noche de año nuevo una adolescente fue brutalmente víctima de violencia sexual por cinco jóvenes en un camping, vuelven a revivir el recuerdo de "La Manada" de España, cuando en el 2016 también cinco hombres -que se hacían llamar de ese modo en su grupo de WhastApp- atacaron a una mujer, derivando en masivas reacciones y protestas en todo el mundo.
De la misma manera en Chile y en distintos países, en que han acontecido violaciones perpetradas por grupos de hombres contra una mujer, se les ha denominado "La Manada"; nombre que no es azaroso si consideramos que, al igual que una manada de animales depredadores, actúan en conjunto con otros miembros de su misma especie para cazar a un animal.
En este caso, un grupo de hombres busca de manera primitiva atacar a una víctima, no están respondiendo a un impulso sexual como propósito principal, sino que, ante todo, están marcando su territorio ante la víctima y especialmente ante sus pares hombres, entre quienes demuestran su virilidad. Es una prueba de masculinidad ante los otros hombres, dado que la masculinidad como se entiende tradicionalmente ha estado en jaque, por lo que violentar y dominar a una mujer es parte de una reivindicación. Por ello debe ser en grupo, no basta sólo uno, sino que deben actuar como manada en representación de todos los hombres.
Con este actuar no se está afirmando ni justificando que el hombre por "naturaleza" y llevado por sus "instintos" ataque sexualmente a una mujer, sino que por el contrario y lejos de que esto sea algo propio de la naturaleza humana, es más bien propio del machismo y la misoginia que aún se aloja en nuestra sociedad y la de muchos continentes.
"La Manada" podría representar entonces un fenómeno reactivo a los movimientos feministas actuales, una reacción que pretende el disciplinamiento de la mujer y retomar el control y el poder que se ha visto amenazado. Sin embargo, la búsqueda de control de estas "manadas" funcionan con mecanismos precarios, así como los niños y niñas muy pequeños/as que a través del control omnipotente y mágico logran tener una sensación de dominio de la realidad: imaginan que depende de su deseo la presencia o ausencia de la madre, y fantasean que mágicamente pueden crear a los objetos que lo/a satisfacen. Podemos pensar que, de la misma forma, los hombres necesitan que la mujer esté completamente disponible, y a través del control omnipotente de ellas logran sentir que su entorno y su mundo es predecible y seguro, de lo contrario su masculinidad y su mundo androcéntrico tambalea.
Como personas en general deseamos tener el control de nuestras vidas y del entorno, para no vernos expuestos a la incertidumbre, para confiar, pero justamente las víctimas de "la (s) manada(s)" pierden esto al ser atacadas, ya no deciden ni controlan lo que desean porque se transgredió su libertad, su cuerpo, su subjetividad, y su confianza.
"Las manadas" muestran una ilusión violenta, primitiva y desgarradora de controlar a las mujeres, sin embargo, ya no se puede retroceder lo avanzado, ni silenciar lo dicho, no son ni serán meras fantasías e ilusiones todo lo avanzado (y lo que falta por avanzar) en la lucha por la equidad de los géneros.
Aunque estas violaciones grupales parezcan hechos aislados, no lo son, si consideramos que son expresiones de una violencia estructural y simbólica que afecta a todas las personas, por lo tanto, la solución no pasa por medidas efectistas en el ámbito penal, sin antes crear instancias de profunda reflexión en las escuelas, la comunidad y la sociedad en general, respecto de los orígenes y efectos de esta brutal violencia de género.