El pasado 15 de junio, se conmemoró el Día mundial de toma de conciencia del abuso y maltrato en la vejez. Establecida como resolución el año 2011 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, es parte del seguimiento y plan de Acción de Madrid (2002).
Entre los diversos reconocimientos que se plantea en la resolución, el género es relevado como un punto implicado en la experimentación de discriminación y vulneración de derechos durante la vejez.
Recurrentemente, se alude a la feminización de la vejez como factor que incide en esta mayor vulnerabilidad social, es decir, ya que son más mujeres mayores que hombres mayores en términos cuantitativos y demográficos, es probable que este grupo esté expuesto a mayores proporciones de maltratos y abusos en múltiples dimensiones. Sin embargo, plantear esta situación desde su incidencia cuantitativa y poblacional, obstaculiza visibilizar la raíz estructural del mismo, además de esencializar la vulnerabilidad como experiencia inherente de ser mujer y ser persona mayor.
Poner especial atención al maltrato en la vejez, y particularmente de las mujeres mayores, significa visibilizar el género como estructura presente y dinámica durante todo el curso de vida de las personas. Lo más probable es que detrás de una mujer mayor maltratada-violentada, hay un correlato biográfico de violencia de género que se podría rastrear.
Entonces, ¿por qué se habla de maltrato y no de violencia de género en la vejez? Tomar conciencia del abuso y maltrato en la vejez debería hacer visible que, en el caso de las mujeres, no sólo éste responde a su condición de edad mayor sino también por ser mujer. La violencia de género persiste en la vejez, lo cual la transforma en una doble violencia, por género y por edad, intersectando además con otros ejes de discriminación estructural, como la racialización, la precarización económica, entre otras.
Desde los pensamientos y acciones feministas, se ha planteado cómo el trabajo de cuidados y el doméstico, por ejemplo, son expresiones de las estructuras de género, que generan desigualdades e inequidades en todos los ámbitos de las vidas de las mujeres. Pero la evidencia se enfoca en la vida de mujeres jóvenes y adultas, y no en la de las mayores.
En los resultados del proyecto Fondecyt N° 1150823, centrado en el envejecimiento de personas nonagenarias y centenarias, pudimos observar que los sistemas y relaciones de cuidados hacia personas longevas son sostenidas por mujeres cuidadoras -en su mayoría hijas y esposas- que son también mujeres mayores de 60, 70 e inclusive 80 años. Y que a su vez cuidan a generaciones más jóvenes.
De la persistencia de la provisión de cuidados realizadas por mujeres mayores no nos incomodamos políticamente, ya que generalmente es enmascarado y suavizado en el discurso social por roles y deberes asociados al abuelazgo. Y que claramente, son otras expresiones de estereotipos e imaginarios sociales ligados a posiciones encarnadas por las mujeres mayores.
Otro punto invisibilizado, es la violencia política-sexual que experimentan mujeres mayores. Si siguiéramos las tipificaciones del maltrato hacia personas mayores, la clasificación sería de "maltrato físico". ¿Pero por qué no hablamos de violencia de género, acoso sexual o feminicidio? Si bien y dolorosamente, los feminicidios se concentran mayoritariamente en otras edades, también dolorosamente, existen en la vejez.
El año 2018, en Chile, 7 mujeres mayores (entre 61 y 88 años) fueron asesinadas por hombres, en su mayoría, por sus cónyuges o parejas (Sernameg). Continuando con esta dolorosa explicitación, en Argentina, de 278 feminicidios registrados para el 2018, 32 fueron hacia mujeres mayores (Algec, 2019).
Un análisis rápido, quizás lo encontraríamos en el falso entendimiento de la violencia de género como correspondiente a una objetivización sexual del cuerpo de las mujeres -y por ello silenciado en la vejez femenina, quienes ocuparían un cuerpo no-reproductivo y asexualizado en el imaginario social-, marginando el carácter de esta violencia como política-sexual.
Como se observó en las tantas acciones generadas por organizaciones sociales y entidades gubernamentales en la conmemoración del 15 de junio, el esfuerzo político está puesto en posicionar el edadismo como estructura que genera malos tratos hacia las personas mayores, y que es plausible de cambiar en el ámbito de las relaciones sociales.
Pero quizás, ese sea la problemática de la palabra "maltrato" cuyo antagonista es el "buen trato", poniendo el énfasis nuevamente, en lo relacional. En aquello que podemos modificar en el orden de nuestras interacciones sociales. Y sí. Pero el avance hacia ello, también depende de cómo enunciemos y hablemos del carácter de esos tratos, y de qué tratos queremos cambiar. A qué orden de las estructuras y relaciones sociales pertenecen, y que como se ha planteado, no sólo encuentran su raíz en una categoría etaria. Sin duda es bastante más profundo y responde a la intersección de una serie de posiciones de desigualdad e inequidad que se proyectan también en las vejeces femeninas.
Ignacia Navarrete Luco, Antropóloga Social, Asistente Proyecto Red Iger, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
Paulina Osorio-Parraguez, Académica Proyecto Red Iger - Dpto. Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.