Viviendo en modo “sobrevivencia”: el 58% de los chilenos siente que no está en control de su vida y el 69% admite que tuvo que cambiar sus prioridades

Man wears a protective face mask decorated with a question mark during outbreak of the coronavirus disease (COVID-19) in New York
Foto: Reuters.

Estudio Chilenografía, revela que en pandemia y post estallido social, esa sensación se masificó. El 52% de la población reconoce que está “en modo sobrevivencia”, y la proyección promedio a futuro es solo de 4,3 años.


Desde que se inició la emergencia de salud pública producto del coronavirus, surgieron diversas reacciones emocionales en la población. Esa falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, que reconocemos como incertidumbre, ha sido una de la más presentes.

Una emoción que existe cuando los detalles de las situaciones son ambiguos, complejos, impredecibles o probabilísticos. Cuando la información no está disponible o es inconsistente y cuando las personas se sienten inseguras acerca de su propio estado de conocimiento o del estado de conocimiento en general. Todas características que se conjugaron perfectamente en la pandemia.

¿Cómo se manifiesta eso en la población en Chile? Al instalarse la incertidumbre como la nueva normalidad se aprecia que el 52% de las personas reconoce que siente que está “en modo sobrevivencia”. Un 58% siente que no está en control de su vida. Para el 51% todo esto ha implicado ejecutar muchos cambios en su vida reciente. Y un grupo importante (69%) admite que ha tenido que cambiar sus prioridades en el último tiempo.

Las cifras corresponden al estudio Chilenografía, investigación cualitativa y cuantitativa que consideró 8.700 encuestas online realizadas entre noviembre 2020 y julio 2021, a nivel nacional a personas mayores de 18 años de los niveles socioeconómicos ABCDE, realizado por La Vulca, agencia de consultoría especializada en lectura social, con el apoyo de la Facultad de Matemáticas UC.

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La incertidumbre existe cuando los detalles de las situaciones son ambiguos, complejos, impredecibles o probabilísticos. Cuando la información no está disponible o es inconsistente y cuando las personas se sienten inseguras acerca de su propio estado de conocimiento o del estado de conocimiento en general. Todas características que se conjugaron perfectamente en la pandemia.

“La incertidumbre pasó a ser parte de nuestro subconsciente”, señala José Miguel Ventura autor de la Chilenografía y socio de La Vulca. La vida en pandemia implicó asumir, sin darnos cuenta, añade “que es parte de paisaje y, por ende, debemos considerarla siempre en nuestras decisiones y aprender a vivir con ella”.

La llamada “Nueva Normalidad” está muy lejos de lo que vivimos hace años atrás. Es mejor acostumbrarse, dice Ventura: “Nuestra vida, por lo menos pensando en los próximos dos a tres años, incorporará siempre esta cuota de incertidumbre de manera constante”.

Y no es solo la pandemia la que motiva esa sensación. Los efectos cada vez más notorios del cambio climático, a transformaciones sociales, también contribuyen a aumentarla.

Todo eso forma un estrés que, cuando es prolongado, según la neurociencia, hace que el cerebro trate de elegir un curso de acción, pero cómo el escenario actual no ayuda, no puede o ve lo que está por venir como amenazante. Imaginar, predecir y prepararnos para los malos resultados puede afectarnos psicológica y biológicamente. La incertidumbre es un factor de estrés cognitivo y psicológico importante y se asocia con una variedad de enfermedades psicológicas que incluyen desde depresión a ansiedad.

Cambio de prioridades

Una de las cifras que más destaca de Chilenografía sobre incertidumbre, es el 69% que reconoce ha tenido que cambiar sus prioridades en el último tiempo.

“Hace algunos años, habíamos llegado a un punto como sociedad en donde sentíamos que había una suerte de control sobre lo que nos pasaba. Dábamos señales de tranquilidad por esta estabilidad. Podíamos decir que sería de nuestras vidas en tres, seis o un año incluso”, contextualiza Ventura.

Pero esa aparente estabilidad cambió desde el llamado estallido social. Luego vino la pandemia. “Nos vimos obligados a reinterpretar nuestras vidas”, indica Ventura. Con ello, se revaloraron las interacciones. “Tuvimos que analizar y volver a ponderar nuestras relaciones familiares, con amigos, con nuestra comunidad, con nuestro entorno, con la sociedad”.

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La aparente estabilidad cambió desde el llamado Estallido social. Luego vino la pandemia. Todo eso obligadó a reinterpretar la vida.

A nivel comunitario, la incertidumbre a largo plazo pone a prueba las relaciones que debemos mantener y también la visión sobre lo que vendrá. En Chilenografía esa sensación la grafican las cifras que indican que un 68% de la población piensa en su futuro constantemente, que el 46% está muy estresada por su futuro y que el 89% piensa que es muy importante sentirse seguro.

Y si de proyectarse hacia el futuro se trata, el estudio establece que en promedio, la gente se proyecta como máximo 4,3 años.

El resultado fue una nueva estructura de prioridades. “Mucho más simple de lo que teníamos antes”, dice Ventura. La crisis permitió, por ejemplo, considerar que las necesidades básicas volvieron a ser tema, “que pensar cómo llegar a fin de mes volvió a ser algo relevante para muchos (y no para pocos), nos dimos cuenta, que la sociedad no era muy igualitaria que digamos, que la equidad es la base de muchas cosas, etc.”

Ventura explica que se trata de una crisis colateral que no hemos visto. Se trata del quiebre de nuestros hábitos, de todo lo que habíamos transformado en costumbres, que otorgaban certezas y nos ayudan a sentir control, pues aportaban en la planificación de nuestras vidas, simplificándolas.

“Al no tener estos hábitos, hemos tenido que salir a buscar sustituirlos, pero las limitaciones económicas que vivimos nos han dificultado la búsqueda de nuevas costumbres. Esto es uno de los principales factores que desmejoran la salud mental y que serán determinantes en la composición de nuestra visión de futuro. Perder un hábito refuerza la sensación de vaso medio vacío hacia el futuro”, dice Ventura.

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Chilenografía indica que un 68% de la población piensa en su futuro constantemente, que el 46% está muy estresada por su futuro y que el 89% piensa que es muy importante sentirse seguro.

Según este estudio, sólo un 29,2% de la población siente que sus ingresos le alcanzan para llegar a fin de mes. Una experiencia que presenta importantes matices según nivel socioeconómico. Si en el grupo ABC1 el 71,7% admite que sí le alcanzan sus ingresos para los gastos mensuales, eso baja a 33,1% en C2, a 29,7% en C3 y 23,1% en D/E.

La incertidumbre con el posterior cambio de prioridades se vincula a otra modificación de la cotidianidad: un 58% siente que no está en control de su vida.

La pérdida de control es directamente proporcional a la sensación de incertidumbre reinante. Y cuando no sentimos control de nuestras vidas, de nuestro futuro, señala Ventura nos ponemos cortoplacistas, “necesitamos de pequeños ´éxitos´ cotidianos, rápidos, relevantes”. Eso implica empezar a resignificar acciones cotidianas, hábitos, y les cargamos valor simbólico, transformándolos en una especie de ritual individual.

Hogares

Sin embargo, la incertidumbre, sumado a las dificultades económicas que gran parte de nuestra sociedad presenta, no afecta de la misma forma a todos. Por ejemplo, el tipo de hogar reacciona diferente frente a los cambios.

Hoy, señala Ventura los grupos conformados por los segmentos más bajos, las mujeres, las personas mayores, los grupos familiares más grandes, les ha costado llevar la crisis de forma más expuesta, más cruda. “Lamentablemente, la pandemia reveló la infinita desigualdad que existe en nuestra sociedad”, indica.

La pandemia y la crisis económica llevó además a modificar las tendencias en la composición familiar que se venían dando en nuestra sociedad. “Los hogares que venían creciendo en prevalencia, por ejemplo, los hogares de amigos, los hogares unipersonales se han visto en la necesidad de reinventarse”, destaca Ventura. Muchos han tenido que acoplarse a núcleos familiares más grandes.

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Las grupos conformados por los segmentos más bajos, las mujeres, las personas mayores, los grupos familiares más grandes, les ha costado llevar la crisis de forma más expuesta, más cruda.

Por otro lado, añade “también hemos visto que los hogares con más de una familia en ellos han aumentado, supeditados a las dificultades económicas, pues acumulan mayor proporción de segmentos socioeconómicos más bajos”.

La pérdida de control sobre el futuro se enfatiza más aún cuando vivimos en un modelo que potencia la meritocracia, indica Ventura. El 59% de las y los chilenos declara que sienten que lo que han logrado en su vida es mayormente gracias a su propio esfuerzo.

Si se suma entonces esa permanente sensación de incertidumbre más la auto valencia incumplida, se genera decrecimiento en la sensación de bienestar personal. Un punto que el estudio también revela: Sólo el 47,9% de los chilenos se declara satisfecho con su bienestar personal.

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