Históricamente, la planificación y la gradualidad en las transformaciones han sido características principales de los sistemas educacionales a nivel mundial. A ellas debemos sumarle la capacidad adaptativa, demostrada durante el periodo pandémico al desplegar un enorme abanico de modalidades de aprendizaje a distancia, muchas de ellas basadas en la educación en línea.
Este cambio adaptativo tuvo como soporte la revolución de las plataformas educativas virtuales e implicó modificaciones relevantes en las dinámicas de aprendizaje y de interacción social durante el proceso docente. Además, implicó desarrollar niveles nunca antes pensados de responsabilidad individual e involucramiento familiar en el quehacer de los estudiantes, cuyo éxito estuvo influenciado por el impacto socioeconómico de la crisis sanitaria sobre cada núcleo familiar.
La integración al mundo digital, por supuesto, no se circunscribió al ámbito educativo. Por el contrario, fue parte de cada faceta de nuestras vidas. En la eterna era del Covid-19, fue imperativo desarrollar mecanismos adaptativos en un contexto marcado por el distanciamiento físico, lo cual implicó el mayor uso de tecnologías y herramientas digitales.
Así, el mundo virtual se convirtió en el principal, y casi obligatorio, sitio de encuentro con amigos y familiares. Como nunca antes, fue puerta de acceso al crecimiento cultural. Y necesariamente, reemplazó a otras fuentes de entretenimiento, provocando el crecimiento acelerado del número de usuarios de redes sociales y el tiempo de uso de dichas plataformas.
Ahora, cuando la pandemia da tregua y el “like” se combina con interacciones reales, los sistemas educacionales tienen el imperativo de adecuar, nuevamente en un periodo de tiempo limitado, sus procesos de aprendizaje.
Esta vez, considerando los efectos psicológicos que ha tenido sobre los estudiantes el contexto de aislamiento e incertidumbre vivido durante el último año y medio. Esta secuela de la pandemia es parte de la crisis de salud a la cual nos enfrentamos y está representada por la explosión de problemas psicológicos, que incluyen estrés, ansiedad, depresión, insomnio, crisis de pánico, ira o aburrimiento.
A ello debe incorporarse el aumento observado en las tendencias al uso adictivo de redes sociales y tecnologías digitales. Este comportamiento, el cual tiene profunda repercusión en el rendimiento académico, guarda relación con el grado de estrés vivido durante de la crisis sanitaria y constituye un factor de riesgo para la aparición de síntomas depresivos y de ansiedad.
En este sentido, uno de los retos actuales de las instituciones docentes es ampliar y perfeccionar los mecanismos activos de apoyo a estudiantes, atenuando los impactos psicológicos derivados de la pandemia. Considerando los beneficios de la presencialidad, debemos trabajar los aspectos motivacionales, haciendo del aula el ambiente ideal para la adquisición de conocimientos y el encuentro interpersonal. Y generalizar programas de orientación encaminados a promover el uso saludable de redes sociales y tecnologías digitales, que incluyan la participación de las familias. La tarea es ardua y motivante. Pero, más aún, necesaria. Teniendo en cuenta que, siempre mediada por las condiciones sanitarias, el incremento de la presencialidad es la realidad a la que más temprano que tarde nos enfrentaremos los docentes y estudiantes de todos los niveles.
*Investigador Principal del Centro Latinoamericano de Salud Mental (BrainLat) y Profesor de la Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez