Wuhan: así es la vida hoy en la ciudad donde comenzó la peor pandemia de los últimos 100 años
La ciudad de 11 millones de habitantes, y cuna de la pandemia, saldrá hoy oficialmente de cuarentena. Sus habitantes reconocen que nada volverá a ser lo mismo.
Li Xiwen es un pequeño empresario que aún no ha podido inaugurar la tienda que debió abrir hace cuatro meses; Wang Yinxi es una estudiante de Derecho que no dudó en unirse a un programa de voluntariado para ayudar a los necesitados y Chu Jing, una administrativa que ha logrado sobreponerse a los más de dos meses que ha permanecido en casa durante la cuarentena de Wuhan, la más longeva hasta hora en todo el mundo.
Ninguno de ellos podía imaginar que su ciudad natal, Wuhan, capital provincial de Hubei, en la parte central de China, se iba a convertir en el origen de una pandemia que tiene en jaque a todo el planeta.
Cada uno a su manera, pero todos recuerdan el momento en que, pasadas las tres de la madrugada del 23 de enero, las autoridades anunciaron el cierre de la ciudad a la mañana siguiente.
Casi nadie entendía lo que estaba sucediendo, porque las cifras oficiales hablaban de 17 muertos y 444 contagiados por un nuevo coronavirus. Sin embargo, de la noche a la mañana se encontraron sin transporte público interurbano ni de larga distancia.
Solo faltaba un día para el Año Nuevo chino, la principal época festiva en el país, en la que millones de personas viajan para reunirse con sus familias en sus lugares de origen.
Dio así comienzo un episodio inédito en la historia, la puesta en cuarentena de una urbe de 11 millones de habitantes, que quedaron confinados en sus casas sin poder salir siquiera de sus complejos residenciales: a la entrada de cada urbanización esperaba un estricto punto de control que sólo podían pasar si se tenía un permiso especial para ello.
Los wuhaneses creen que su sacrificio para contener y derrotar al virus ha merecido la pena: de los hospitales saturados y la falta de medios se ha pasado -siempre según cifras oficiales- a cero contagios y una única muerte en la ciudad contabilizada este domingo.
Este miércoles, 8 de abril, concluyen casi 11 semanas de aislamiento. La ciudad levantará definitivamente las restricciones impuestas y sus habitantes podrán viajar de nuevo.
Zona cero
La joven Chu Jing es una administrativa que trabaja en uno de los múltiples hoteles que operan en Wuhan, la novena ciudad más poblada de China y uno de los grandes polos comerciales, industriales y educativos de la parte central del país. "Antes del cierre, nadie se lo tomó en serio”, recuerda. Decretada la orden, sobrevino el nerviosismo, el caos reinó en la ciudad.
Miles de personas intentaron salir a primeras horas de la ciudad y otras tantas acabaron con las existencias de los supermercados en busca de provisiones. “No había transporte así que tampoco podías ir muy lejos. Poco después se prohibió a todo el mundo salir a la calle”, agrega.
Comenzaron poco después los puntos de control en cada comunidad de edificios y se colocaron gigantes vallas amarillas en sus puertas para impedir que nadie pudiera entrar o salir sin un permiso especial.
“Estábamos muy asustados. Lo primero por la comida. No sabíamos qué estaba pasando y eso era lo peor”, admite.
Algunas comunidades de vecinos, las más antiguas, tuvieron problemas para recibir las entregas que comenzaron a organizar las autoridades, a lo que pronto se sumó otro problema: el colapso de los hospitales. “Una amiga mía estuvo llamando un día entero porque su abuela había caído en coma”. Ningún hospital podía atender a pacientes que no fueran por la Covid-19. “Al final, cuando pudo conseguir ser ingresada, falleció”, cuenta.
Mientras, algunos wuhaneses que se encontraban fuera de la ciudad trataron de volver por todos los medios pese a la prohibición: “Hubo gente que se arriesgó. Conozco a una persona que compró un billete que iba a otra ciudad y el tren paró en Wuhan. Consiguió entrar pese al bloqueo. Hubo muchos casos así”, dice.
Entrar era aún posible, pero salir era imposible, cuenta sobre esos días, los peores momentos de la crisis del coronavirus, que ahora ya suenan lejanos en la cuna de la pandemia. “Si estabas contagiado tenías que esperar horas a que un coche especial te llevase a un hospital, no era nada fácil, y luego debías esperar para empezar el tratamiento”, afirma.
Eran días de tensión, en el que la gente “se reprochaba cosas unos a otros” y donde muchas personas habrían muerto en su casa sin ser diagnosticada dado que al principio no había equipos para hacer test.
A día de hoy, el virus ha dejado en Wuhan más de 2.500 víctimas mortales, cifra de la que muchos dudan en la ciudad. Muchas personas morirían, oficialmente, de gripe o por otra enfermedad, aunque comenzaron también a correr historias de ciudadanos a los que les hicieron firmar certificados de defunción de familiares sin dar más explicaciones.
También hay noticias de que los trabajadores que construyeron el Hospital Huoshenshan -construido en solo diez días para combatir el brote y paradigma del "milagro chino"- no recibieron los sueldos que les habían prometido.
Este tipo historias son consideradas por las autoridades como rumores. El 1 de marzo, entró en vigor una nueva legislación para regular el ciberespacio que convierte su difusión en un delito. Pero a veces, el régimen chino considera como “rumores” las noticias que se desvían de la “verdad oficial” o que no son lo suficientemente positivas.
Uno de los que sufrió esta política fue el doctor Li Wenliang, quien fue reprendido a finales de diciembre por la Policía de Wuhan tras alertar a sus colegas de que en el hospital donde trabajaba había un grupo de enfermos con síntomas de una neumonía similar a la del Sars, que azotó a China en 2003.
Li, oftalmólogo de 34 años, fue amonestado por “propagar rumores” y obligado a firmar una carta en la que reconocía su “error”. Más tarde, contrajo el virus y murió, lo que desató una oleada de homenajes y críticas en las redes sociales chinas por la actuación de las autoridades al intentar silenciarle.
A finales de enero, el alcalde de Wuhan, Zhou Xianwang reconoció que su Gobierno había tardado demasiado en revelar la información disponible sobre el brote, debido, según sostuvo, a que necesitaban la aprobación de instancias superiores para hacerlo.
Jing, la administrativa, teme también que la crisis sirva para que aumente “aún más” el control sobre los ciudadanos, ya que para entrar prácticamente en cualquier sitio se ha de presentar certificados en los móviles que se actualizan cada día y que acreditan a la persona como ciudadano sano.
Teme también que se culpe a los wuhaneses y sean discriminados: “Quizá nada vuelva a ser igual”.
Punto de inflexión
La ciudad ya ha dicho adiós a los 42.000 sanitarios traídos de todo el país para evitar el colapso en Wuhan y la provincia de Hubei. La situación cambió gracias a la ayuda de los militares, pero también de voluntarios, transportistas y repartidores, un verdadero ejército popular.
Varias organizaciones de voluntariado comenzaron a crear programas para distribuir material médico, llevar a pacientes a los hospitales o traer comida a los complejos residenciales.
“Nada más estallar el brote, la asociación de estudiantes de mi universidad creó un equipo de voluntarios para trasladar a doctores y enfermeras y entregar comida a las comunidades de vecinos. Convencí a mis padres para que me dejaran participar: algún día ellos necesitarán ayuda de voluntarios como yo”, explica Wang Xinyi, estudiante de Derecho en la Universidad Huazhong.
También se encargaba de tomar la temperatura a los vecinos, de atender sus peticiones y de darles conversación si lo necesitaban. Y si alguien se empeñaba en pedir un permiso especial para salir a comprar, los acompañaba, porque los ciudadanos no tenían la autorización para entrar en los supermercados.
Las organizaciones de base, como las llama el Partido Comunista de China (PCCh), necesitaban que llegara a Wuhan material de otras provincias, para lo cual se recurrió al ferrocarril o a transportistas que conducían durante muchas horas.
Y una vez en la ciudad, al margen del voluntariado oficial, fueron las plataformas de entregas a domicilio y sus repartidores los protagonistas.
Pero de entre todos han destacado los doctores, como Ren He -es un pseudónimo, prefiere no revelar su nombre-, del Union Hospital de la ciudad, que recuerda aquellos días en los que “todo estaba cerca de colapsar”, con jornadas sin fin, a la espera de material, mientras “los pacientes empeoraban muy deprisa”.
“Una persona de 97 años logró recuperarse, y su mujer, de 80 años, también. Fue uno de los mejores momentos que viví”, relata.
Ante el fin del aislamiento, el doctor cree que, aunque muchos wuhaneses aún desconfíen de salir de casa, antes o después tendrán que hacerlo: “Geles desinfectantes y mascarillas es todo lo que necesitan. No pueden quedarse en casa para siempre. Si alguien tiene miedo, que minimice su tiempo fuera”, recomienda.
"Hasta que haya una vacuna, nadie va a estar 100 % seguro. Eso es algo con lo que tendremos que vivir".
Vencer le miedo
Wuhan es uno de los principales puntos de conexión del gigante asiático, y sus estaciones de ferrocarril la convierten en una de las más transitadas del país: su parada conecta con líneas que pasan por la capital, Pekín, y otras grandes urbes como Cantón, Shenzhen y Hong Kong, en el sur, o Shanghái, en el este.
Es una ciudad viva y bulliciosa, donde cada verano sus emblemáticos ferris cruzaban el río Yangtsé abarrotados de turistas. Esos barcos están ahora en pleno proceso desinfección. Y es, por su puesto, una ciudad repleta de negocios que ahora temen tener que echar el cierre tras los dos más de dos meses sin actividad.
Li Xiwen es un pequeño empresario que llevaba bastante tiempo dándole vueltas a cómo convertir su peluquería en un negocio rentable. “Empecé el negocio a principios de enero, antes de que se supiera nada del brote, y acabamos de abrir ahora. Por el momento sólo podemos dar citas por Internet, y con aforo limitado. Sólo cuatro personas a la vez”, cuenta desde uno de los centros comerciales aún abiertos a medio gas.
Su problema, como el de muchas otras personas en Wuhan, es que tiene que pagar el alquiler: “He tenido que pedir dinero. La verdad es que hoy es el primer día que salgo a la calle en mucho tiempo. De momento, no puedo hacer más planes que intentar sacar esto adelante”.
Li aún no ha podido discutir con el dueño de su local si le dará algún tipo de deducción, o si podrá acogerse a alguna de las ayudas prometidas por el Gobierno.
Las autoridades chinas comenzaron a aplicar algunas medidas de alivio -orientadas especialmente a las pymes- como rebajar el coste de la energía, reducir o eximir las cotizaciones a la seguridad social, bajadas de impuestos o un fondo extra de 500.000 millones de yuanes para préstamos a bajos intereses a empresas afectadas.
Entretanto, los primeros clientes de Li, en su mayoría jóvenes, aguardan también a que reabra la Universidad para asistir a las clases, aunque todavía no hay fecha para ello. “Mi madre me ha dicho que guarde una distancia social por seguridad durante al menos medio año. Creo que va a ser duro”, indica una de ellas.
Hay personas en Wuhan que todavía no se atreven a salir: "Sólo nos atrevemos si no hay mucha gente fuera, queremos protegernos todo lo posible. Ya ves que no hay mucha gente junta a la vez, no queremos tomar el autobús", comenta una chica en una de las céntricas plazas de la ciudad.
Otra wuhanesa, Chen -también pseudónimo- relata por teléfono que acaba de regresar a casa tras pasar por un hotel especial para quienes han pasado de la Covid-19: “He pasado más de un mes en el hospital”.
"Ahora debo pasar una segunda cuarentena para minimizar riesgos. Espero estar bien física y mentalmente después de esto. Hasta mi vecino tiene miedo de mi", cuenta, antes de asegurar que "tomará un tiempo hasta que pueda salir a la calle".
No todos piensan así. Algunos han conseguido dejar el el miedo atrás y acuden a centros comerciales convencidos de que la normalidad, aunque poco a poco, empieza a notarse en la ciudad, donde se han registrado 50.008 casos de contagio por coronavirus de los 81.708 infectados totales en China desde el inicio de la pandemia.
Muchos de ellos son jóvenes y algunas familias con niños, y aunque las tiendas de ropa y de electrónica ya está abiertas, la mayoría opta por pedir comida o bebidas en los restaurantes para llevar.
Una persona de edad avanzada que acaba de completar su primera compra en un supermercado en varios meses, se lo toma todo con mucha más filosofía: “Hace unos dos días salí por primera vez. Tengo más de 60 años, esto no me sorprende nada. He pasado ya demasiadas cosas”.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.