Marzo, como siempre, trae sorpresas y traspiés y son muy pocos los que, como Nicolás Jarry, son capaces de ir contra toda la vorágine y el caos del inicio de temporada y levantar una copa. Sí, el entrenamiento y el trabajo duro de Nico dio sus frutos y ahora le tocó llevarse el ATP de Santiago.
¡Felicidades!
El futuro, sin duda, traerá más victorias, más trofeos, pero la noche del domingo pasado Jarry pudo recibir de manos de su abuelo la copa. El Príncipe sonríe, su entorno se emociona hasta las lágrimas y el país disfruta una nueva victoria tenística, mientras los demás competidores, en especial el finalista Tomás Martín Etcheverry, se lamen las heridas, pues pese a la belleza de los golpes y movimientos de este deporte y a la caballerosidad de sus máximos exponentes, es un juego duro y cruel en términos psicológicos.
La lógica no resiste mayor análisis. Pese a los esfuerzos, las estadísticas, los recursos y las horas invertidas en los entrenamientos, hoteles y traslados, al final del torneo, hay un solo triunfador. Los demás perdieron. Punto. Y en este accidentado mes los chilenos, que partimos el año literalmente apagando un incendio tras otro, tuvimos la fortuna de hacer un alto para ver y acompañar a un deportista nacional hasta triunfar en la final.
Estamos felices, sacamos cuentas alegres. Nuestra primera raqueta nacional subió en el ranking, acumuló importantes ganancias, podrá acceder a importantes torneos y seguramente habrá nuevas marcas buscando apoyarlo, pero… ¿qué hubiera pasado si Nicolás perdía la final? ¿Cuáles habrían sido los titulares de la prensa? ¿Cómo habrían reaccionado las redes sociales? ¿La reacción de los auspiciadores? ¿Llegarían todas las invitaciones?
Para los que nos dedicamos a acompañar a personas, tanto en temas profesionales, como personales o deportivos, el tenis es una inagotable fuente de recursos emocionales y de metáforas, pues con estos sueños y fatales escenarios deben lidiar -dentro y fuera de la cancha- los profesionales y líderes de cualquier industria.
El legendario tenista Jaime Fillol, abuelo de Nicolás Jarry, sabe mejor que nadie los enormes costos emocionales de la reciente hazaña de su nieto. En el prólogo de En Cinco Sets, entretenido libro sobre la vida y carrera de Luis Ayala, escrito por el periodista Juan Pablo Cappello, Fillol comenta lo siguiente:
“Sin desmerecer otras disciplinas, el tenis es, probablemente, el juego que concibe los momentos de mayor estrés emocional y desafíos individuales de aguante ante las exigencias físicas y sicológicas que el jugador debe enfrentar en cada encuentro”.
Para sorpresa de muchos, cuando acompaño a deportistas, en especial a tenistas, pocas veces hablamos de su juego. Los profesionales de pantalón corto -en consulta privada- vienen a hablar y a compartir sus miedos e ilusiones, su entusiasmo y cansancio, su pasión y aburrimiento con lo que hacen, la exposición y la soledad, su adhesión o rechazo a las rutinas, sus relaciones sentimentales, familiares o con personas de su equipo, sus ganas de dar el siguiente paso en su carrera o de empezar a hacer otras cosas fuera de la cancha.
La cabeza de los deportistas no para, por lo que no es raro que aparte de las sesiones y sus entrenamientos, mediten, practiquen yoga y se instruyan seriamente en temas psicológicos, mentales y espirituales. Al igual que en la cancha, son apasionados y se toman muy en serio su carrera y el factor mental. Rafael Nadal, en Mi Historia, lo describe así:
“El tenis, más que muchos otros deportes, es un ejercicio mental. El jugador que tiene esas buenas sensaciones casi todos los días, el que consigue aislarse mejor de sus miedos y de sus altibajos psicológicos que genera inevitablemente una competición, es el que termina siendo número uno del mundo”.
Nicolás Jarry, en una conversación con El Deportivo, iba en la misma línea que Nadal al reconocer la importancia de lo mental no solo en el tenis, sino en la vida y en “cómo uno se toma las cosas; la energía, la positividad con la que uno afronta los problemas del día a día son claves”.
Y es que, tanto en la vida, como en el deporte, la fortaleza mental es el ingrediente secreto, pues de un momento a otro todo puede cambiar. Un muy buen ejemplo de esto aparece en la biografía de Roger Federer. Corría el año 2002 y el suizo -en su cuarta temporada como profesional- era el jugador de moda, ése que amenazaba la jerarquía existente.
Pese a las altas expectativas, Tommy Haas lo eliminó rápidamente del Abierto de Australia. Roger, de apenas 20años, quedó golpeado, pero se levantó rápido de la derrota y recuperó el entusiasmo en el viejo continente gracias a su buen desempeño en varios torneos en tierra batida, lo que lo hizo soñar con Roland Garros.
El sueño duró poco: el marroquí Hicham Arazi lo derrotó en primera ronda. Bueno, pensó el joven Federer, “veámosle el lado positivo, ahora tengo mayor tiempo para preparar Wimbledon”, donde enfrentó en primera ronda a un desconocido Mario Ancic. ¿Resultado? Ancic, en su primer Wimbledon -y en su primera Pista Central- eliminó en primera ronda a Roger.
René Stauffer, el biógrafo del tenista suizo lo cuenta así:
“Roger estaba tan sorprendido como cualquiera. No pudo dar una razón para la desastrosa exhibición. Después de Wimbledon salió de entre los diez mejores y se desencadenó otra crisis. <<Ya no es el mismo en la pista>> dijo Lundgren. <<Técnicamente no hay nada malo en su juego. Todo está en su cabeza. Está sintiendo la presión>>.
Estas son las cosas que se decían de his majesty cuando perdía, nada muy distinto a lo que pasa con nuestras raquetas nacionales cuando no nos dan el gusto que nos dio Nicolás Jarry en Santiago. Frente a la decepción, literalmente los jubilamos, reacción con la que tienen que convivir a diario todos los deportistas de alto rendimiento. Y es en esos momentos donde el entorno del deportista se hace más importante que nunca y donde los coach podemos aportar.
Y esto que vemos en el tenis, no es muy distinto a lo que vive un ejecutivo cuando siente que su desarrollo profesional se estanca, al emprendedor que lo arriesga todo y no despega, a la tragedia que vive un estudiante universitario que se prepara por meses para su examen de grado y falla o a lo que atraviesa un médico después que una operación no sale como se esperaba.
Así, tras un resultado no deseado, la vida personal, profesional o deportiva puede pasar de ser una cosa a ser otra muy distinta. Puede ser el partido de tu vida o tu peor pesadilla. El salto definitivo o el fin de tu carrera. Todo por un punto, una nota, una mala jugada, una toma de decisiones apresurada o una simple coma en el lugar equivocado.
Como dicen en tantas películas americanas, in the real world, shit happens and you have to be tough, por lo que la invitación de esta temporada de columnas es a aprovechar la experiencia y los conocimientos que el tenis nos ha dado para abordar -con fortaleza mental- los desafíos y los imprevistos de la vida personal, profesional o académica.
El objetivo final es rescatar ideas y estrategias de verdaderos superhéroes del deporte, para que nos ayuden a entender nuestros dilemas, para que nos acompañen en los momentos difíciles, nos ayuden en las crisis o nos guíen en la incertidumbre.
Continuará…