Ad portas de un nuevo fin de semana confinado, repaso mis primeras dos sesiones con Fernando, un cliente que en cuarentena ha tomado conciencia de que ya no soporta a sus hijos. ¿Suena muy mal? Son tres adolescentes universitarios cuya inercia le gatillan profundas antipatías. A sus ojos, son flojos y aprovechadores, pero su señora considera que gran parte de las dificultades de mi cliente vienen de una vida pasada.

Vida pasada donde fue un esclavo… de su actual mujer…

Fernando, independiente de la opinión -y de la veracidad de la regresión- de su señora, concluye que actualmente se siente un esclavo de sus hijos, un prisionero en su propia casa, sensación que en consulta es cada vez más común entre padres y madres. La pandemia, el teletrabajo y las clases de los hijos a distancia han hecho que muchos progenitores vean con otros ojos a esos enanos perversos que, según Michel Houellebecq, tienen una crueldad innata.

Y es que el tema de la crianza, en varias familias, está que arde y no es de extrañar que la semana pasada la siempre controvertida Pamela Díaz -madre de tres- haya recomendado no tener hijos: “Estoy cansada. ¿Sabes lo que es estar con estos cabros todos los días? Es más, toda la pipol (…): no tengan hijos. Es un cansancio. Tienen que trabajar por obligación y no solamente por ustedes”.

Pero no solo los rostros televisivos se atreven a ventilar sus trapitos al sol. De hecho, varios años atrás el New York Times proclamó a Corinne Maier como la heroína de la contracultura tras publicar su polémico No Kid, libro que da 40 razones para no tener hijos. Esta ensayista, economista y psicoanalista francesa (una de las 100 mujeres más influyentes del 2016 según la BBC) afirmó estar arrepentida de ser madre, desatando una fuerte ola de críticas. Y es que la crianza de sus dos hijos no solo dejó exhausta, sino que la dejó en la bancarrota.

“En estos días, es imposible expresar la experiencia personal de la maternidad en otros términos que no sean: “Soy una madre (o un padre) dichoso, mis hijos son mi alegría”. Es obligatorio encontrar placer en la maternidad. En mi experiencia, la realidad es muy diferente: criar a un hijo es 1% de felicidad y 99% de preocupación”.

Según esta autora, la obsesión por nuestros hijos se debe a que estos son considerados garantía de felicidad, desarrollo personal e incluso status social. Y afirma, con cierta provocación, que hoy por hoy, un adulto sin hijos es un peligro para el capitalismo, pues las personas más libres, consumen menos.

Dicho lo anterior, vayamos a la segunda sesión con Fernando:

Después que hablamos la semana pasada me quedé pensando en esto de ser esclavo de mis hijos. Me sentí mal, pero lo bueno es que lo hablé con la Pancha y, en vez de enojarse, le hizo sentido.

¿Qué le hizo sentido?

Esto de haber sido esclavo y tenerle tanto miedo a la libertad, como que es cierto y ando cagado de miedo. Sí… me quejo de mis hijos… ¿pero qué chucha se hace con ellos si no eres su esclavo? Lo mismo en la pega y en el matrimonio. Nunca me había cuestionado estas cosas y ya estoy bien canoso para el año sabático. Sin pega, sin señora y sin mis hijos, no sabría qué hacer… ni quien chucha soy.

Silencio…

Sé que no estoy loco Sebastián, pero igual me angustia verme sentado en el living de mi casa y no saber bien quienes son estos weones. Son pensamientos que vienen y van. Supongo que antes los chuteaba pa’l corner, pero ahora se quedan ahí…

Silencio.

Siendo optimistas, puedo decirte que sobreviví el fin de semana con ellos en la casa. La Pancha me ayuda a relajarme, a no enganchar, pues me cuesta ver que estos weones hacen poco y nada y todo el rato quieren, compran y quieren más. Antes, supongo que por culpa, pagaba y no miraba. Me hacía el weon, pero ahora que los veo todo el día me da rabia.

¿Y qué vas a hacer?

Aquí es donde me tortura la idea del esclavo. No sé qué cresta hacer y ya no soporto verlos tan seguros y protegidos de todos los males… mientras el mundo se cae a pedazos. No se estresan por nada y si los presionas un poco, hacen una pataleta y se van a reclamarle a su mamá. ¡Ya ni siquiera los puedo putear porque me salen con webadas del patriarcado que ni entiendo! Sebastián, no sé qué pensar de esta webada y la Pancha, en su amor infinito, cree que todo va a salir bien, pero yo me pregunto si estos weones, sin nosotros, podrán sobrevivir un fin de semana. ¿Cómo van a llegar a adultos? De los tres, solo uno sacó carné de manejar porque prefieren andar en Uber. ¿Cómo es esa webada? Y el mayor me salió el otro día con una crítica ecologista contra la minería, siendo que los weones han vivido como reyes gracias al cobre. Te juro que ya no qué pensar y la Pancha me dice que me calme… De verdad ¿Estoy equivocado y estos weones están la raja? ¿El mundo va para allá? Tal vez ellos están bien… son más libres, inteligentes y sabios que nosotros… ¿Tengo yo que cambiar a mis 55 años?

Silencio…

La CSM. Ojalá se acabe rápido esta webada de pandemia para subirme al avión, agarrar la camioneta y perderme entre las piedras.

Tras anunciar que estábamos próximos a terminar la sesión, Fernando nuevamente no puede creer que se haya acabado la hora. Con un gesto de manos me pide un minuto y vuelve con un enorme vaso de agua. “Tengo más sed que perro envenenado. Parece que sacar tanta cosa para afuera te seca. Para la próxima sesión traeré mi botella de agua”.

Cierro la pantalla y me doy cuenta que yo también tengo sed. Abro la llave. La dejo correr un rato para enfriarla y con un vaso de agua en la mano busco entre mis libros El Poder del Ahora de Eckhart Tolle y me detengo en una de sus preguntas respecto a nuestra capacidad de liberarnos de nuestros pensamientos a voluntad:

¿Ha encontrado el botón de apagar?

Como Fernando, la mayoría de mis clientes no logran detener el incesante flujo de emociones y pensamientos que los acechan en cuarentena y no saben cómo ponerle pausa o punto final a la chicharra mental. Si este también es su caso, entonces, como diría Eckhart Tolle, “la mente lo está usando. Usted está identificado inconscientemente con ella, de forma que ni siquiera sabe que es esclavo. Es casi como si usted estuviera poseído sin saberlo y por lo tanto toma a la entidad que lo posee por usted mismo. El comienzo de la libertad es la comprensión de que usted no es la entidad que lo posee, el que piensa”.

Cierro el libro y vuelvo a la vida presente y pasada de mi cliente. Fue esclavo… ¿somos esclavos, no solo de otros seres humanos, de nuestra pareja, hijos, jefes o familia, sino de nuestros propios pensamientos? Desde esta perspectiva… la cuarentena no hace más que materializar nuestra esclavitud mental.

En esto divagaba cuando recibo un whatsapp de Fernando quien, tras leer una entrevista de Corinne Maier que le había recomendado, me escribe, “¡esta mujer es extraordinaria! ¡La amo! ¡Muchas gracias!”

Acto seguido, me adjunta el siguiente pantallazo de la entrevista:

“Niños, bienvenidos y buena suerte a todos mientras se abren camino en este mundo podrido que sus padres, quienes los aman mucho, les han dejado. Pasaron tanto tiempo cuidándolos que no tuvieron tiempo de transformarlo. Se dieron por vencidos, renunciaron, colgaron los guantes. “El niño es lo más importante”. Nos perdonarán, verdad”.

Y poco más abajo Fernando me comenta, con varias exclamaciones, que ya sabe que va a hacer con sus hijos para estas vacaciones.

¡Te cuento la próxima semana!

Continuará…

Lee la primera parte de esta columna en este enlace.