Fue en 2009 cuando Arturo Valenzuela (76) recibió un llamado de Barack Obama. El expresidente lo eligió como subsecretario de Estado Adjunto de Estados Unidos para América Latina, un cargo donde tuvo que asesorar a la Casa Blanca en sus relaciones con países latinoamericanos.
En 2011 volvió a la academia. Valenzuela, politólogo, es actualmente director del Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Georgetown y a lo largo de toda su carrera se ha dedicado a estudiar el origen y desarrollo de la democracia en nuestro continente. A pesar de que está radicado en Estados Unidos hace más de 50 años, no pierde de vista lo que sucede acá. Y esta semana, fue panelista de un ciclo de charlas organizadas por Flacso llamada “Crisis del Presidencialismo” donde insistió en su bandera de lucha “académica”: el parlamentarismo.
En sus reconocidos artículos publicados en la década del ’80, Valenzuela ya argumentaba por qué nuestro país debía dejar atrás el hiperpresidencialismo instalado y profundizado en la Constitución de 1980. En esta entrevista, argumenta por qué una posible Convención constituyente debería atender sí o sí este punto.
¿Cómo ha visto lo que ha ocurrido en los últimos meses en Chile?
Obviamente que ha sido preocupante el escenario chileno. Antes, el sistema de partidos políticos era un sistema donde la gente se identificaba como de centro, izquierda o derecha. Los famosos tres tercios. Y la gran mayoría tenía una identidad partidaria muy clara. En el Chile de hoy las encuestas muestran que la gente incluso ya no se identifica ni de centro, ni de izquierda ni de derecha. No hay una identidicación partidaria. O sea, se han venido abajo los elementos más importantes para un sistema de democracia representativa: que son los partidos políticos fuertes. Y allí el peligro es que el país se puede parecer más a una democracia directa a lo (Hugo) Chávez. Donde aparece un mesías que soluciona todos los problemas de la gente.
¿Y a qué atribuye que se hayan venido abajo esos elementos?
Tiene que ver con las reformas a la Constitución. Porque se han hecho reformas importantes a la Constitución de 1980. Incluso, empezaron antes de que asumiera Patricio Aylwin pero lo que se quedó en el tintero fue no haber acabado con el hiperpresidencialismo. Hoy, el Presidente manda un proyecto de ley, él decide si se le da prioridad a eso y se le pide al parlamento que ratifique o rechace. Sin que la negociación política se dé en el Legislativo. En forma importante eso contribuye, a mi juicio, a la desarticulación de los partidos políticos. Porque antes, a pesar de que los partidos tenían liderazgos que no estaban necesariamente en el parlamento, casi todos estaban ahí. ¿Dónde aparecieron los grandes acuerdos antes del quiebre democrático? En el Congreso. El Presidente o la Presidenta no nombraba una Comisión Engel, o cualquiera sea, para que armara proyectos para enviarlos al Congreso. Se pulverizó el sistema de partidos políticos.
¿Y cómo se hizo eso?
Lo que agrava enormemente esta crisis es haberle quitado al parlamento sus funciones básicas donde con eso podrías haber tenido unas negociaciones entre el Ejecutivo y el parlamento mucho más propias de un sistema de representación popular. El legado más peligroso de la Constitución de Pinochet fue el hiperpresidencialismo. Se sacaron cosas importantes pero se cometió el error de no entregarle mayores atribuciones al Legislativo. Y hoy en día nadie está diciendo que se le devuelvan esas atribuciones que tenía antes.
Ya en 1985 usted abogaba por un sistema parlamentario para Chile. En el clásico artículo publicado en la revista del Centro de Estudios Públicos (CEP) escribió: “El punto de partida debe ser el reconocimiento de que el régimen presidencial en Chile fracasó”. ¿A qué atribuye que la clase política y las elites no hayan atendido este tema?
Mi reflexión sobre el parlamentarismo surge efectivamente a partir del quiebre de la democracia chilena en 1973. En Chile, hubo personas que se entusiasmaron con la idea como Edgardo Boeninger, que claramente estaba en eso. A Andrés Allamand le parecía una buena idea, incluso había gente de la UDI que miraban con buenos ojos el parlamenterismo. Y llegó Boeninger como ministro Segpres pero no se hicieron esos cambios. ¿Por qué? Porque todavía estaba Pinochet en el Ejército. Entonces, la preocupación mayor en ese momento no era precisamente bajar el hiperpresidencialismo. La realidad política del momento no estaba para estar haciendo reformas de ese tipo.
Usted ha señalado que el golpe de gracia contra el sistema representativo ha sido la segunda vuelta presidencial. Cree que debiera ser el Congreso quien vote por los o las candidatas presidenciales que pasan a una segunda vuelta. ¿A qué se refiere?
Es así porque en el momento en que pones el sistema de segunda vuelta, todos los sectores afines creen que van a llegar a la segunda vuelta. Y si antes había una voluntad partidaria para presentar candidatos, ahí aparecen los protagonismos personales.
Y si a eso le agregas esto de la primaria entre partidos distintos. ¿Por qué hay una primaria entre partidos distintos? La primaria debería ser de tu partido para elegir a la persona de tu partido que va a ir. Lo que esto hace es hundir la coherencia y disciplina de partidos. Hasta cierto punto también beneficia el personalismo político. Qué es esto de que los parlamentarios están solamente preocupados por sus propias carreras.
Pero esa primaria de varios partidos, que pueden ser distintos entre sí, puede aglutinar a ciertas fuerzas políticas a formar un conglomerado que incluso puede ser una coalición de gobierno en un sistema parlamentario. ¿Por qué sería negativa?
Sí, en principio tienes razón. Pero con esa aglutinación no estás solucionando el problema de fondo. El problema de fondo es qué pasa cuando ninguno de los candidatos recibe efectivamente una mayoría. Si con eso pudieses crear en Chile la posibilidad de que esa primaria produzca un Presidente o una Presidenta que saque más de un 50% del voto, bien, pero eso no pasará.
El Congreso, al igual que varias de las instituciones políticas en Chile, pasan por su peor momento en términos de confianza. Con este escenario ¿Cree factible que se le puedan entregar más atribuciones al Congreso, como por ejemplo dirimir la segunda vuelta presidencial?
Desgraciadamente estamos en una situación donde el diagnóstico de la ciudadanía es que los parlamentarios son todos individuos que están buscando su propio interés. Pero la solución a eso no es mantener un sistema que, hasta cierto punto, corroe al sistema de representación ¡Hay una crisis de representación! En los países latinoamericanos, cuando se empieza a hablar de por qué veinte presidentes no han terminado su gestión, hay tres crisis. Una de representación; otra del Estado de derecho que afecta a Chile menos que a otros países pero donde también ha pegado muy fuerte y eso conlleva a su vez a una crisis de gobernabilidad. Decir que “no podemos tenerle confianza a los parlamentarios” es no entender que el problema es estructural, que llevó a que los parlamentarios quedaran desprestigiados. Pero lo que hay que hacer no es acabar con el parlamento. Y eso ha pasado en muchos países. Es cosa de mirar a Hugo Chávez, a Andrés Manuel López Obrador, a Jair Bolsonaro y Donald Trump. Entonces hay que fortalecer a la democracia representativa. Porque la democracia directa es el instrumento del mesías.
¿Y, a su juicio, qué deben hacer los partidos para mejorar esa credibilidad?
Aquí tenemos dos cosas que tenemos que preguntarnos para la democracia representativa: la ley electoral y la ley de partidos políticos. Y también el tema de la gobernabilidad, que todos se sientan representados. Si tienes un sistema electoral equivocado, si no tienes prohibiciones definitivamente de los partidos en contra de grandes financiamientos de la política y de los partidos, no se avanza. Tiene que haber democracia interna en los partidos y tiene que ser por ley también. Todo eso es fundamental para ir avanzando.
¿Cree que existen buenos mecanismos de democracia directa que aporten a solucionar el problema de desconfianza?
Mis disensos del libro recién publicado de Nicolás Eyzaguirre, Pamela Figueroa y Tomás Jordán titulado «El necesario cambio al régimen político. Hacia un presidencialismo parlamentarizado» es en el punto de los plebiscitos que realizarían para hacer una cantidad de cosas. Tiene que haber participación ciudadana pero esa participación no puede ser un plebiscito para ratificar algo que hizo ya el Parlamento. Ésta se debiera manifestar con audiencias en el Congreso. Cuando se esté discutiendo una ley importante sobre la educación, que lleguen grupos ciudadanos que estén a favor de educación gratuita, o lo que sea, que expongan, que busquen aliados en los partidos que están en el Parlamento, que están con ellos y que fueron elegidos por ellos. Así funciona la democracia representativa. Los plebiscitos son instrumentales para tergiversar la complejidad de las cosas. Como fue el plebiscito de Pinochet. Cuidado con el plebiscito. El referéndum o el plebiscito es el instrumento del mesías.
¿Y cree que se puede aplicar ese parlamentarismo en nuestro país?
En el caso de Chile, soy partidario del parlamentarismo. Reconozco que mucha gente está diciendo que no. Que es un cambio demasiado grande. Por eso acuñé la palabra “parlamentarizar el presidencialismo”. En la política se busca conocer cuáles son los incentivos para poder efectivamente detentar el poder. Entonces, en algún momento, ese incentivo tendrá que ser la cooperación. Y la clave, en cualquier sociedad, es que a pesar de la diferencia que hay en la población, tienes un sistema que efectivamente puede darle las políticas públicas necesarias que necesita el país. O sea, cómo transar para gobernar.
A raíz del proceso constituyente, en los últimos meses se han organizado varios grupos de independientes, que no militan en los partidos pero que quieren participar en las posibles elecciones para elegir a las y los convencionales que redactarán la nueva Constitución. ¿Cree que el sistema también debe abrirle espacios a las personas que no son parte de los partidos?
Si quieres participar de la política, si quieres atraer a gente, si quieres decir que mis propuestas son mejores que las otras, debieras armar un partido político ¿Qué es ser independiente? Es: voten por mí. Esa es la personalización de la política. Lo que queremos para fortalecer la democracia representativa no es un sistema que permita esta personalización. O sea, todas las críticas que hace la derecha al sistema electoral, de que cómo salió un tipo que sacó un 2%. Es una persona que fue elegida por partidos políticos porque aquí hay una coherencia institucional. Entonces darle una entrada a lo “independiente”, no tiene sentido. Por eso la ley de los partidos políticos tiene que ser una ley muy importante.