Una de las grandes definiciones que se discuten en el actual proceso constituyente es la forma de gobierno que adoptara el país, ya sea mantener un sistema presidencialista con un Ejecutivo con altos poderes o transitar hacia un sistema semipresidencial o parlamentario. En esta columna argumentamos que los sistemas presidenciales con un gobierno fuerte, centralista y con débiles contrapesos no son compatiblse con procesos de desarrollo moderno y que la evidencia lo que pareciera indicar es que un sistema semipresidencial o un sistema parlamentaria es el que mejor combina los adecuados contrapesos que deben existir en todo sistema de gobierno junto con la necesaria eficiencia que permita tramitar leyes en tiempo y forma.

Contrario a lo que pudiera pensarse, la mayoría de los países del mundo no tienen sistemas presidencialistas. De hecho, solo los países de América (con la excepción de Canadá) además de algunos países de África y del sudeste asiático poseen sistemas presidencialistas.

Desde el punto de vista económico, ¿importa la forma de gobierno? Intentando responder esta pregunta, en un reciente estudio, los economistas Richard McManus y Gulcin Ozkan del Reino Unido, analizaron la información proveniente de un gran número de países durante el periodo 1950-2015. Sus resultados revelan que los regímenes presidencialistas consistentemente producen peores resultados económicos comparados con sistemas parlamentarios, particularmente en países donde el (la) presidente tiene amplios poderes legislativos.

En particular, los autores encuentran que en un sistema presidencialista la tasa anual de crecimiento del PGB es entre 0.6 y 1.2 puntos porcentuales más baja y la inflación a lo menos cuatro puntos porcentuales más alta bajo los regímenes presidencialistas que bajo regímenes parlamentarios. En términos de desigualdad del ingreso la diferencia es aún más profunda. La desigualdad es entre un 12 y un 24% más alta en sistemas presidencialistas.

Los investigadores sugieren que una de las razones de por qué los regímenes presidenciales producen peores resultados se debe a que cuando personalidades políticamente ponderosas están envueltas, la transición entre presidentes es dura y conflictiva, enviando ondas de choque a través de toda la economía. Al contrario, en un sistema parlamentario, los individualismos son menos relevantes mientras que los consensos son esenciales, fomentando la cooperación entre partidos políticos, permitiendo cambios de gobierno suaves.

El estudio anteriormente referido se une a otros ya existentes (por ejemplo, Gerring, Thacker y Moerno 2008) que dan ventajas al sistema parlamentario no sólo en dimensiones de desarrollo económico sino también desarrollo humano (mortalidad infantil, esperanza de vida, alfabetismo) y político (estabilidad, corrupción, respeto a la ley, etc.). Un estudio particularmente relevante para la región (Kim y Lee, 2018) muestra que en países con abundantes recursos naturales (y donde un alto porcentaje de las exportaciones son commoddities) los sistemas presidencialistas suelen asociarse a menores tasas de crecimiento que en países con sistemas parlamentarios, reflejando quizá el surgimiento de populismos que buscan explotar dichos recursos a costa del resto de la economía. Como se dijo anteriormente, los sistemas parlamentarios dificultan el personalismo y fomentan la cooperación entre partidos.

Usualmente la explicación de presidentes fuertes y autoritarios en América latina ha sido la necesidad de orden y progreso, y eso ha recorrido la historia latinoamericana a través de 200 años, pero quizá esa historia es lo que está cambiando y esa historia es eso: historia.