"Cayó una piedra en mi corazón. Andaba buscando rosa mosqueta. Solté mis cosas. ¿Qué irá a pasar?, dije yo. Llamé a mi hijo. 'Yo estoy bien, mamita, no se preocupe', me dijo. Pero esa noche no dormí. Tenía ganas de llorar. Algo pasó, pensaba yo, algo cayó en mi corazón", relata Marta Córdova Sandoval (65) en un español rápido, a ratos ininteligible -su lengua natal es el mapudungún-, al recordar el desasosiego que la inundó la tarde del domingo 1 de abril de 2018.
La mujer es morena, delgada y tiene el rostro surcado por arrugas. Cuenta que estaba aquel día cerca de su casa en Tres Cerros, en la comuna Padre Las Casas, en La Araucanía, cuando el miedo la acorraló. Pensó en su hijo, Federico Quidel Córdova, el primogénito, que figura sin padre en su partida de nacimiento, que a esa hora se encontraba en el fundo La Alborada, en Los Niches, en la Región del Maule, donde trabajaba en la cosecha de manzanas. Aunque él la tranquilizó, Marta intuyó que la roca que se alojó en su pecho era un mal agüero.
Cuatro días después, Federico fue trasladado desde el "rancho" donde se hospedaba, en el mismo campo en que se desempeñaba como temporero, al Hospital San Juan de Dios de Curicó. Allí fue operado para sustraerle desde el recto un cepillo de dientes que le perforó los intestinos y le produjo una septicemia de la que nunca pudo recuperarse. Ingresó a la urgencia médica siendo un hombre fornido, de 44 años y cerca de 1,70 metros. Cuando dejó de respirar, el 17 de marzo de este año, a las 10.50 horas, era un bulto de no más de 40 kilos. Su parte de defunción consigna como causa de muerte sepsis y trauma rectal operado atribuible a terceros.
"Le hubieran pegado, lo hubieran pateado, estaría vivo. Para no vivir me lo dejaron", se queja Marta mientras se aferra a lo poco que Federico le reveló.
- Me dijo que le trancaron la puerta de su pieza en el galpón, lo encerraron. Él les echó la aniñá: "Déjame, huevón; déjame huevón", les gritó. Sus tripas le rompieron con un cepillo. Para no vivir me lo dejaron.
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En febrero de 2018, Federico y su amigo Juan Huentecol Huaiquinao (21), junto a dos tíos maternos, Alfonso (45) y Luciano Córdova Necul (42) y cinco primos llegaron hasta Los Niches para trabajar en la recolección de fruta. En el sector, en el fundo San José, ya estaban instalados dos hermanos: Marco (23) y Manuel Antonio (29) Namuncurá Nahuelcura.
La migración desde Lleupeco, donde vivía con su abuelo, hacia el centro del país era habitual para Federico: desde la adolescencia recorría la zona para tareas que se extendían por cuatro meses. A veces recalaba en Casablanca o Rancagua, pero desde hacía un par de años, el área cordillerana de Curicó era un destino frecuente. El resto del tiempo sembraba legumbres en el campo familiar.
La educación del temporero mapuche era precaria: había llegado a segundo básico, lo que no es raro en el rubro. Según un estudio de 2016, liderado por el profesor de Agronomía e Ingeniería Forestal de la UC Óscar Melo Contreras (49), la mayoría de los trabajadores de temporada no superan los nueve años de escolaridad, promedian 40 años y reciben entre $ 7 mil y $ 12 mil diarios.
Su análisis reveló también que la labor estacionaria ha traído consigo una especie de "inquilinaje moderno".
"A los trabajadores que son de otras regiones o de otros países se les ofrece alojamiento en zonas alejadas de poblados. Es conveniente para ellos, porque ahorran, pero es muy difícil la convivencia por los orígenes distintos. Un conflicto se puede escapar de las manos", advierte Melo Contreras.
Marta cree que algo así pasó con Federico: un altercado del que nadie le entrega detalles. Los familiares que estaban con él en aquellos días han dejado de hablarle y ella ha intentado reconstruir la historia en medio de versiones imprecisas. La más repetida es que su hijo fue acosado por ser mapuche. Lo cierto es que la tesis que ha investigado la fiscalía es que si hubo un ataque -no se ha corroborado- , este habría sido perpetrado por personas de su mismo pueblo, no por un asunto racial, sino por la sospecha de que Federico era gay.
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El primer viaje de Sandra Chicahual Córdova (28) fuera de La Araucanía ocurrió hace 12 meses y de él solo guarda recuerdos oscuros. Es la menor de los cinco hijos de Marta y fue quien la acompañó desde la comunidad Mariano Lleuful hasta Curicó cuando Federico quedó hospitalizado.
-Cuando lo vi, estaba dormido. Al despertar, le pregunté qué había pasado. Me dijo: "Juan sabe muy bien lo que ocurrió". A él lo molestaban porque no tenía mujer. Cuando joven tuvo una polola por la que sufrió mucho y nunca más, pero no era gay. Y si hubiera sido, no se merecía lo que le pasó.
Sandra está convencida de que su hermano, que fue finiquitado por la empresa mientras estaba convaleciente, fue víctima de una violación. Dice que en los largos meses de agonía -Federico nunca fue dado de alta, solo trasladado en julio de 2018 al Hospital Hernán Henríquez Aravena, en Temuco- no acusó a nadie de forma directa, pero sí aseguró que la familia que lo acompañaba estaba al tanto de lo ocurrido. "Ya te dije a quién preguntarle", era la respuesta que obtenía Sandra cada vez que insistía: "¿Qué te pasó, Fede? Cuéntame, no le diré a nadie".
La fiscal de Delitos Sexuales de Curicó, Carmen Gloria Manríquez (47) ha investigado el caso desde que Marta hizo la denuncia, el 17 de abril de 2018. Dice que el silencio de Federico explica por qué la causa está a punto de cerrarse sin responsables: "Era esencial actuar de inmediato para periciar la ropa, la habitación. No existe hoy un solo antecedente que permita al Ministerio Público identificar la participación de terceros", apunta.
En concreto, Federico acudió por primera vez a la urgencia del Hospital San Juan de Dios el 3 de abril de 2018, pero se retiró antes de ser atendido. Al día siguiente, volvió por un supuesto dolor estomacal. Recibió medicamentos y retornó al "rancho". La noche del 5 abril, la cocinera del Fundo Alborada, Gabriela Ortega González (51), lo fue a buscar a su dormitorio, extrañada por no haberlo visto durante el día. Lo encontró febril e hinchado y lo trasladó al hospital, donde se le diagnosticó peritonitis. Una radiografía reveló la presencia de un cuerpo extraño en el recto. Federico, que además presentaba golpes en el rostro y en las piernas, que según el informe clínico eran de más de 48 horas, se mostró sorprendido y callado. Dijo que se había caído borracho. Nada más. Se asumió entonces que había usado el cepillo dental en un acto de autosatisfacción y no hubo denuncia alguna.
Había, no obstante, precedente de agresiones. El 7 de marzo de 2018, Federico había acudido a Carabineros por una riña con Manuel Namuncurá Nahuelcura. El hombre había ido a su rancho a golpearlo. Ambos acumulaban antecedentes policiales por peleas y Federico sumaba también hurtos.
Según Huentecol Huaiquinao, compañero de cuarto de Federico, Manuel habría vuelto a atacarlo a fines de ese mes, cuando él no estaba. Los hermanos Namuncurá Nahuelcura abandonaron Los Niches el 27 de marzo de 2018, por lo que esa disputa ocurrió una semana antes de que Federico buscara ayuda. ¿Pudo haber sido esa la ocasión en que fue atacado? Sandra cree que no, que la noche clave es la del 1 de abril, cuando se realizó un "cocimiento" -curanto en olla- en el fundo. Afirma que al día siguiente, Federico le relató a su madre que lo habían encerrado.
Según el coloproctólogo Rodrigo Azolas Marcos (52), del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, las molestias por un objeto en el tracto rectal "son inmediatas ". Sin embargo, la perforación intestinal puede darse varios días después. Ese podría ser el caso, aunque el especialista también alude a que "es frecuente que se utilicen este tipo de elementos" con fines sexuales.
¿Por qué Federico no explicó cuál era su situación? El historiador Fernando Pairicán Padilla (34) alude a la cultura conservadora de Chile, que se acentúa en el campo. "El mundo mapuche no está ajeno a eso. Hay una ausencia de debate sobre los derechos de género. No hay un concepto para hablar de homosexualidad, había un nombre peyorativo, puesto por los curas: bueyes. De ahí la vergüenza de contar un ataque sexual".
La orientación sexual de Federico era un tema recurrente entre los temporeros. Manuel, por ejemplo, declara que Federico a veces era "desvergonzado" y que sus primos "le hacían bromas muy pesadas, como echarle ají en los cachetes del poto", afeitarlo y lanzarlo desnudo a la calle para que "otros lo vieran y se burlaran". En privado, lo llamaban "maraco".
Pablina Roco Lazcano (46), secretaria del Fundo San José, narra que tenía prohibición de contratar a Federico en ese predio, entre otras razones, porque "se supo por ahí que era medio raro, homosexual, exhibicionista".
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Un lavatorio con agua y trihue (laurel) para espantar las pesadillas fue lo primero que se instaló en la casa de madera de Marta, en Tres Cerros, el lunes 18 de marzo, al iniciar el heluhún (funeral) de Federico.
Luego, el ataúd fue puesto en el centro del hogar y a cada costado se colocaron bidones para entregarle ofrendas al difunto. Durante los cuatro días que fue velado, sus familiares y amigos compartieron con él carne, sopaipillas y hasta mate.
El jueves 21 de marzo se encendieron en el patio las fogatas para honrarlo. Alrededor de cada una, sus seres queridos prepararon comida.
-Doce fuegos se prendieron por mi hijo-, cuenta Marta con orgullo. "Doce fuegos es mucho cariño", explica.
Antes de llevarlo al cementerio en Lleupeco, guardaron en sacos los alimentos que se le habían ofrendado para enterrarlos con él y dos de sus hermanas lo despidieron. Sandra fue una de ellas.
-Le dije a mi hermano: "Ándate contento, sin mirar atrás. Ándate liviano, pero no dejes dormir a quienes te mataron".
Sandra piensa que Federico partió tranquilo: "Cuando lo enterramos, todas las velas se prendieron, y eso que había viento. Después no se querían apagar".
Quidel significa "antorcha encendida". R