Como se pronostica lluvia para esta tarde, la mujer entra los leños desparramados en el antejardín. Lo hace de forma meticulosa, uno a uno en medio del desorden. Solo un par de perros curiosos la miran trabajar; la tarea no levanta sospechas entre los vecinos, que pasan por la calle sin mirarla. Abrigada bajo una parka negra y una bufanda roja, va apurando el ritmo para terminar más rápido. Está en su casa, pero hace tres días que no duerme ahí.
A.M.A., la mujer, es la esposa de Manuel Pailahual (52), el operario de la planta Caipulli de Essal en Los Lagos que -según su declaración a la Policía de Investigaciones- olvidó cerrar a tiempo la válvula del estanque de petróleo de un generador eléctrico la noche del 11 de julio. Este error afectó a cerca de 50 mil hogares en Osorno por la filtración del combustible al sistema de agua potable. En un principio, tanto la empresa como las autoridades dijeron que el servicio se repondría en 48 horas. Finalmente, la ciudad estuvo 11 días sin agua.
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La población del operario Manuel Pailahual estuvo entre los 50 mil hogares que pasaron prácticamente 11 días sin agua.
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Mientras los habitantes de la ciudad marchaban indignados y el gobierno se movilizaba para solucionar la crisis, Pailahual se mantenía bajo la sombra de aquella noche, cuando era el único trabajador de turno. Junto a su esposa abandonaron su casa al oriente de Osorno el martes pasado. Ahora están sin trabajo, en el campo, donde probablemente se quedarán por una larga temporada.
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Cercanos al operador destacan que es una persona amistosa, aunque de pocas palabras. Siempre trabajó de noche y ha pasado casi tres décadas en la empresa, prácticamente los mismos 28 años que lleva casado con A.M.A. Él era de Villarrica y ella, de Valdivia. Después del matrimonio se fueron a vivir a Lago Ranco, en la Región de Los Ríos. Entonces entró a trabajar para la empresa sanitaria Essal. Ella quedó como dueña de casa.
En 2010, el operario pidió traslado por la discapacidad auditiva de su hijo mayor. Necesitaba vivir en una ciudad más grande, con mejores posibilidades de tratamiento y de trabajo. Así llegaron a Osorno.
Se instalaron en una casa amplia, de dos pisos, en medio de una población antigua. Su hijo trabaja en una empresa que se especializa en inclusión laboral. La menor, de 24 años, entró a estudiar a la universidad con la asistencia de la Beca Indígena que entrega el Mineduc.
Luego de casi 30 años en la compañía, dicen sus compañeros, conocía "al revés y al derecho" el funcionamiento de la planta Caipulli. Nadie se explica qué pudo haber sucedido para que se olvidara de cerrar a tiempo la llave. En su declaración a la PDI, Pailahual insinuó que las malas condiciones laborales podrían haber determinado su error. Dijo que llegó a hacer el trasvasije de petróleo y abrió dos válvulas; que tenía que esperar 40 minutos, pero pasaron 20 minutos más de lo correspondiente; que nunca se imaginó que la situación podía terminar tan mal; que salió a inspeccionar con una linterna, ya que no tenía luz apropiada; que no vio nada extraño, por lo que no reportó ninguna novedad al terminar su turno.
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"El estanque cuenta con un indicador de llenado que consta de una aguja, la cual periódicamente presenta problemas en el marcaje, razón por la cual hay que golpearlo con una piedra para que muestre el nivel real", declaró el operario.
Los trabajadores de Essal cuentan que las malas condiciones eran conocidas hace años por sus jefes. Los operarios nocturnos se quedan solos en la mayoría de las plantas. Deben preocuparse de varios procedimientos a la vez, sin una cadena de control externa y con escasa iluminación. Tampoco tienen personal de seguridad que los acompañe. Todo queda a cargo de una persona.
Con Pailahual, las falencias del sistema habrían sido particularmente serias, pues él no habría estado capacitado para manejar hidrocarburos, pese a su larga experiencia.
Essal había tenido varios incidentes similares antes de Caipulli. En septiembre de 2004, por ejemplo, la ciudad de Río Bueno también pasó tres días sin agua por la contaminación con hidrocarburos en una planta de Essal. Se informó que desconocidos entraron por la noche y rompieron un estanque de almacenamiento. El petróleo se filtró en el agua. Como en el accidente de Osorno, nadie controló el problema a tiempo.
"Si un trabajador se equivoca, no hay ningún otro control que pueda detectar el error", dicen.
Las mismas fuentes aseguran que hace dos años se discutió con el sindicato la posibilidad de mejorar las condiciones de la planta Caipulli. La iniciativa quedó en nada. También recuerdan que por esa época se negoció con Essal para aumentar las horas de trabajo de ocho a 12 horas diarias. Así ganaban un día más de descanso a la semana.
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Quienes han vivido este régimen cuentan que es exigente: el operador se queda despierto toda la noche, sin compañía, y al salir, a la mañana siguiente, le queda poco tiempo para dormir y hacer vida familiar u otras actividades. Según el informe económico de Dicom, Pailahual tenía una renta estimada de $ 450 mil por esas vigilias de madrugada.
Ni él ni el resto de los trabajadores sabían del informe que emitió la Superintendencia de Servicios Sanitarios (SISS) en octubre del año pasado sobre las graves irregularidades en la infraestructura de las plantas de Essal en Osorno. Tras el último corte de suministro, hay numerosas autoridades en el Congreso e incluso dentro del gobierno que están pidiendo el fin de la concesión.
"Que no exista claridad sobre lo que va a pasar no nos ayuda. Sabemos que los usuarios van a ser compensados, que va a haber una negociación con los emprendedores afectados y también sabemos que la empresa tiene seguros. Pero siempre hay efectos colaterales. Y esos efectos colaterales son los trabajadores. Estamos preocupados", admite José Pacheco, dirigente del sindicato de Essal.
La compañía, por su parte, no estuvo disponible para comentar el caso con Reportajes, argumentando que es materia de una investigación judicial en desarrollo.
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El barrio del operario estuvo 11 días sin agua; 11 días difíciles de olvidar. Tenían dos estanques de agua potable en una plaza, pero no alcanzaban para toda la demanda. Las colas para sacar algunos litros eran muy largas. "Acá la mayoría de la gente es muy mayor y los cabros jóvenes salen a trabajar. ¿Cómo iban a estar esas personas acarreando bidones de agua? Los adultos mayores sufrieron mucho", cuenta Alicia, presidenta de la junta de vecinos.
Los dos negocios del lugar mantuvieron los precios del agua mineral para ayudar a su clientela; los supermercados cercanos, en tanto, cobraron un poco más caro. Pronto se agotó el stock en ambos lados. La gente se desesperó.
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Los habitantes de la ciudad aún desconfían de la calidad del suministro e inventaron diversos mecanismos para filtrarlo.
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"Pasaron los días y hubo vecinos que tenían ronchas y mucha picazón en la piel. También hubo gente con vómitos", dice Alicia.
Durante esos días, una casa se quemó por un desperfecto eléctrico. Aunque el Cuerpo de Bomberos llegó a tiempo, algunos vecinos se lamentan; piensan que ellos podrían haber ayudado a apagar antes el fuego si hubiesen tenido agua. La familia perdió la casa entera. Se fueron de allegados a la sede vecinal. Quedaron sin agua y sin hogar.
Aunque las autoridades dijeron que el suministro se normalizó, la gente de Osorno aún desconfía. Dicen que el agua sigue saliendo turbia. En la población se popularizó una forma de medir la calidad del agua: dejan un paño blanco bajo la llave y se fijan el color que deja el chorro. En la mayoría de las casas permanece una mancha café en la tela. Nadie sabe qué es. Por las dudas, siguen consumiendo agua embotellada.
Los vecinos tampoco saben que uno de los suyos fue quien tuvo aquel descuido crítico en la planta de Essal. A Pailahual lo ven como un hombre deferente, que saluda a todo el mundo, pero que no tiene mayor relación con nadie y vive puertas adentros junto a su esposa e hijos.
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Tras conocerse el testimonio del operario a la PDI, la familia se fue del sector. Su abogado, Exer Quilodrán, así se los recomendó, para que no fueran asediados. Salieron a mediodía y en completo silencio, diciéndoles a sus vecinos que se iban de vacaciones al campo. No especificaron por cuánto tiempo se marchaban. Los hijos cambiaron sus nombres en redes sociales para no ser encontrados.
"Como trabajaba en Essal debe haber tenido harto trabajo el hombre y ahora debe haber quedado libre", especula un conocido.
Hoy ya no se ve al operario. Solo a su mujer y a sus hijos. Son visitas cortas para alimentar al gato de la familia, buscar las cosas que falten en el campo o recoger la leña. La casa quedó abandonada con las cortinas abiertas y el antejardín lleno de escombros.
En el exilio, la familia se ha concentrado en contener al operario que, dicen sus cercanos, lo ha pasado mal.
"Me retiré a mi domicilio a descansar, en donde alrededor de las 13 horas me entero de que el agua de Osorno proveniente de la planta Caipulli, mi lugar de trabajo, estaba contaminada con petróleo, momento en el cual me di cuenta de que lo más probable era que yo había sido el responsable", declaró a la PDI.
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Algunos osorninos ponen un paño blanco balo la llave para verificar el color del agua. Si la tela se mantiene limpia, pueden beber.
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Pasó los primeros tres días sin dormir. Tenía pesadillas con lo sucedido. Essal, siguiendo las normas del Código del Trabajo, le está prestando ayuda psicológica. Le recetaron ansiolíticos y ahora está un poco más tranquilo. El convenio colectivo incluye al abogado que ha tomado su defensa. Nadie más lo ha ido a ver.
Actualmente, el operario está con licencia médica indefinida. No lo han despedido de Essal, pero teme que su larga trayectoria en la empresa termine en los próximos meses. A pesar de la culpa, insiste en que los responsables del desastre son sus superiores. Después de declarar dos veces ante la PDI y la fiscalía, espera encerrado en su campo que el proceso judicial avance, que las aguas se vayan calmando.