El 11 de septiembre de 1973 estaba en Barcelona acompañando a un amigo de muchos años, Santiago Pollmann, quien se había radicado en dicha ciudad. La razón de estar en Barcelona obedece a que al día siguiente del denominado tanquetazo, el 29 de junio de 1973, salí de Chile, invitado por la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, a hacer un curso, en la sede del INSEAD ubicada en la ciudad de Fontainebleau, Francia, curso que duraba desde julio a septiembre. Terminado el programa, viajé a Escocia a visitar a otro amigo, Arturo García, comandante de la Armada de Chile, que estaba a cargo de la construcción de los submarinos en la ciudad de Glasgow. Posteriormente, volé a Barcelona y allí estaba el 11 de septiembre donde, luego de un paseo matinal, volví a la casa de mi amigo Pollmann quien me cuenta que en la televisión están informando de algún tipo de movimiento militar en Santiago. Aun cuando la información era confusa y entrecortada surgió como evidente que algo estaba ocurriendo en Chile. Mi primera reacción fue intentar comunicarme con mi familia en Viña del Mar, cosa que fue absolutamente imposible. Usted comprenderá que ver en la televisión lo que ocurría en Santiago originó un impacto significativo. Observé el ataque de los hawker hunter, el incendio de La Moneda, conocí del suicidio del Presidente Allende y todo ello fue, sin lugar a dudas, una sorpresa no posible de olvidar. Pensé que podía haber sido un pronunciamiento militar que condujera a que el Presidente Allende entregara el mando y se abriera la posibilidad de un exilio. Pero el hecho que él tomara la decisión de mantenerse en La Moneda llevó a que el acto de toma del poder tomara un cariz de violencia y, por ende, la decisión de atacarla en la forma que efectivamente se hizo.
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Cuando salí de Chile, en el mes de agosto, la situación del país ya era insostenible: el racionamiento de productos de toda naturaleza, las eternas colas para conseguirlos, el quiebre del sistema económico y la presencia de una inflación descontrolada, a todo lo cual se unían hechos de violencia física, reflejaban que el país estaba viviendo un caos moral, político y económico, en definitiva, un escenario que no hacía posible una salida democrática. Personalmente no tenía ningún antecedente concreto que esto podría ocurrir. En ese entonces, no conocía al general Pinochet, aunque sí había tenido contacto con el almirante José Toribio Merino, quien ejercía el cargo de Intendente de Valparaíso y Comandante en Jefe de la Primera Zona Naval. Pero nunca tuve ningún antecedente que se estaba preparando el pronunciamiento ocurrido el 11 de septiembre.
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Conocido el detalle de los hechos acontecidos decidí volver de inmediato a Santiago. Había dejado, en nuestra casa en Viña del Mar, a mi señora y a mis tres hijos, luego tuve tres más, y había, además, vivido algunas situaciones de amenazas de carácter político y, por lo tanto, surgía una legítima preocupación.
Volé esa noche a Madrid y al día siguiente me encontré con la hermana de don Pedro Ibáñez, la señora Ismenia Ibáñez, y con otro amigo, que en ese tiempo vivía en Madrid, nos juntamos para comentar lo ocurrido lo cual nos producía la alegría de observar que el país había logrado salir de la posibilidad de que se implantara un gobierno marxista. Comimos esa noche en un restaurant ubicado en la Plaza Mayor de la capital española. Me fue muy difícil conseguir un pasaje, ya que habían muchos periodistas que intentaban venir a cubrir las noticias que se generaban en el país. De hecho, pude volar a Santiago sólo el 14 de septiembre, debiendo quedarme en Buenos Aires. Para viajar a Santiago se requería de un salvoconducto especial que entregaba la Embajada de Chile y había una larga cola de espera. Recuerdo haber divisado, entre las personas que esperaban el salvoconducto a Fernando Leniz, quien fue Ministro de Economía del gobierno militar. Sólo pude volar a Santiago el 22 de septiembre y en todo ese período no me fue posible tener ninguna información del estado de mi familia, quienes tampoco sabían que yo me encontraba en Buenos Aires.
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Foto: Roberto Candia[/caption]
En los días en la capital argentina viví dos circunstancias especiales. La primera de ellas fue hacer de intérprete del inglés al castellano a una gran cantidad de periodistas ingleses, japoneses y franceses que querían formular preguntas respecto de lo que ocurría en el país en la sede de la Embajada de Chile. La segunda situación fue observar el impresionante desfile de homenaje a Salvador Allende en la avenida 9 de julio, en la que participaron miles de argentinos. Fue algo que me causó gran impacto y aún más observar que el desfile lo encabezaba un inmenso lienzo con el rostro de Salvador Allende. Era una manifestación de duelo ante el suicidio de quien había ejercido la Presidencia de Chile.
Sólo el día 22 de septiembre logré un cupo en un vuelo. Me emociona aun recordar que cuando llegué a Santiago y bajé la escalinata del avión, al término de ella, había un oficial de la Fuerza Aérea a quien en forma muy espontánea me nació extenderle un gran abrazo de agradecimiento por la decisión de las FF.AA. y de Orden de asumir las tareas de gobierno en cumplimiento del compromiso de resguardar los valores de la Patria.
Viajé inmediatamente a Viña del Mar para reencontrarme con la familia y me causó una gran impresión la cantidad de banderas chilenas que flameaban en la mayoría de las casas en el trayecto entre Santiago-Viña del Mar lo cual revelaba que los chilenos reconocían la decisión y la voluntad de las FF.AA. y de Orden y experimentaban, con esperanza, el inicio de una nueva etapa para el país. Se había salido de un proceso extremadamente complejo que había significado dolor, angustia y gran incertidumbre para prácticamente la totalidad de los chilenos y el izamiento de la bandera de Chile se expresaba como un homenaje.
Ya de regreso a Santiago, volví a mis tareas académicas y me mantuve en la Escuela de Negocios de Valparaíso hasta el año ´82 cuando asumí la responsabilidad de Presidente del Banco Central. Antes de ello el Presidente Pinochet me había denominado Miembro del Consejo de Estado. En esa circunstancia conocí al general Pinochet y ahí comienzo una labor más directa con el gobierno militar.
La tarea del Consejo de Estado era asesorar al Presidente Pinochet en todas las materias que estimara conveniente y estuvo presidido hasta el año 1980 por el ex Presidente de la República don Jorge Alessandri. Recuerdo que una de las primeras asesorías que nos solicitó el Presidente Pinochet fue en materia tributaria. Chile estaba viviendo un período bastante crítico como consecuencia de la crisis del petróleo que emergió en al año 1973. A ello se unía el deterioro que se había producido en el país como resultado de las políticas implementadas en el período de la Unidad Popular. El Presidente Pinochet pidió al Consejo de Estado evaluar la posibilidad de establecer un impuesto al patrimonio. Me correspondió formar una comisión junto con don Jorge Alessandri y llegamos a la conclusión que para el país no era conveniente establecer este tipo de gravamen, considerando que en esas circunstancias, que se caracterizaba por ausencia de inversión, era totalmente contraproducente gravar al capital con un impuesto. El Presidente Pinochet acogió la recomendación y no hubo impuesto al patrimonio.
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Mi apreciación es que el bombardeo a La Moneda fue necesario. El país vivió, en el período del pronunciamiento, una situación de guerra y frente a la negativa de dejar voluntariamente el poder emergió la condición en la cual las FF.AA. y de Orden debían desplegarse con todos los medios. Así, no hubo otra opción que el bombardeo de La Moneda que fue lamentable, pero necesario. La figura del incendio en La Moneda quedó grabada en la memoria de todos los chilenos y fue un doloroso testimonio de lo que ocurre en una sociedad cuando se rompe en forma violenta una voluntad de entendimiento.
En cuanto a la situación de los DD.HH. estimo que ello debe colocarse en un marco de referencia. Para ello, debe recordarse que en el año 1967 el Partido Socialista concluyó que la violencia era un camino legítimo para alcanzar el poder del gobierno. Se generó en esas circunstancias una situación de peligrosa animosidad que derivó en hechos de violencia que condujeron finalmente al pronunciamiento militar del 11 de septiembre. Hubo muerte y destrucción y como una forma de intentar una pacificación se promulgó, en el año 1977, una Ley de Amnistía que favorecería a todos los que de alguna manera habían intervenido en situaciones de la naturaleza indicada. Con posterioridad a ese año ocurrieron violaciones a los DD.HH. que han sido debidamente reconocidos, incluso por el Presidente Pinochet. Sin lugar a dudas, fueron hechos que debemos lamentar. Sin embargo, estimo necesario indicar que esas violaciones no constituyeron una política de Estado. Discrepo radicalmente con esa apreciación con independencia del dolor que implica muchas de las situaciones ocurridas que afectaron a distintos sectores políticos y que todavía reflejan un sentimiento de permanente animosidad.
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El último ministro del Interior del régimen militar (1973)[/caption]
-¿Conoció al expresidente Salvador Allende?
-No.
-¿Conoció al exgeneral Pinochet?
-Conocí al general Pinochet en el año 1976 cuando me nominó miembro del Consejo de Estado. Luego en agosto del año '82 Rolf Lüders, recién nombrado Ministro de Economía y Hacienda, me comunica que el Presidente Pinochet desea designarme como Presidente del Banco Central ad portas de la gran recesión de 1983. Ejercí esa responsabilidad ahí hasta febrero del año ´83, donde fui designado Ministro de Hacienda cargo que ocupé hasta abril de 1984. Volví luego a mi actividad docente y al ejercicio de director de varias empresas. Luego de la derrota del Presidente Pinochet en el plebiscito en 1988 el Ministro Secretario de la Presidencia me convocó a La Moneda para comunicarme el deseo del Presidente que asumiera el cargo de Ministro del Interior. Ahí estuve hasta el 11 de marzo de 1990. En esa fecha el gobierno militar cumple con el compromiso de volver a sus tareas específicas luego de haber restablecido un nuevo orden de democracia cumpliendo así el itinerario establecido en la Constitución Política del año 1980.
-¿Cuál fue el hecho que más lo marcó de ese período?
-Dos aspectos constituyen, a mi juicio, el legado más significativo de las FF.AA. y de Orden: la formulación de una nueva política económica y el establecimiento de un nuevo orden constitucional. En materia económica se formula una política coherente con la presencia de una economía de mercado que se abre a la competencia internacional y en la cual el Estado, en un rol de subsidiariedad, resguarda los denominados equilibrios macroeconómicos. Se cambia de manera radical la estrategia de una economía cerrada que había caracterizado la economía del país desde la crisis de 1929 y que había implicado la presencia de una política de protección, con creciente intervención del Estado, distorsión en el sistema de precios, permanente inflación con las consecuencias negativas en cuanto a crecimiento de la economía nacional. En el plano del ordenamiento político la Constitución Política de 1980 crea las condiciones para la presencia de un Estado subsidiario y el ejercicio pleno de la responsabilidad individual en todas las materias que son de su competencia. En ambos órdenes, económico y político, se han generado modificaciones a lo largo de estos 45 años. Sin embargo, los fundamentos del orden social que le dan permanencia a una sociedad de libertades se mantienen inalterados y sobre ellos el país ha experimentado un muy importante crecimiento económico que ha significado un creciente bienestar para todos.