Para los que nos tocó vivir todo ese período fue muy difícil, porque había una crispación muy grande. Desgraciadamente, nos habíamos ido separando y no habíamos logrado entendernos unos con otros. Esto venía de antes del gobierno de mi papá. La izquierda le había negado públicamente a mi papá la sal y el agua para su gobierno, y cuando salió el Presidente Allende ya hubo una polarización entre la derecha y la izquierda y los que estábamos por conservar la democracia. Nos tuvimos, desgraciadamente, desconfianza y no nos creímos capaces de salir adelante con toda esta situación. Los días antes del 11 de septiembre fue nuestro momento más duro, había rumores de todo tipo, desde que iba a haber un golpe militar a un acto de la izquierda, y que estaban todos armados en los cordones industriales, en fin. Había mucho temor, muchos problemas en la calle, enfrentamientos cotidianos, y ahí surgió, en esos días, una idea de don Raúl Silva Enríquez, nuestro cardenal, para reunirlos a todos en una gran mesa de diálogo, tanto al gobierno del Presidente Allende como a sectores de la oposición a ese gobierno. Pero en esos momentos mataron al capitán Arturo Araya, que era edecán de Allende. Mi papá fue a La Moneda a darle el pésame al Presidente y le dijo que estaba esta mesa, que iba a ir Patricio Aylwin, que en esos momentos era el presidente del partido (PDC). Le dijo expresamente que él iba a hacer todo lo posible para que esta mesa de diálogo fructificara y no llegáramos a ningún punto crítico. Pero ese 11, desgraciadamente, comenzaron temprano los rumores. Nos avisaron que había movimientos de la Armada y de las fuerzas militares. Pusimos la radio y empezamos a oír todo lo que estaba pasando. Mi papá, desgraciadamente, era muy odiado por la extrema izquierda y era muy odiado por la derecha. Teníamos mucho temor de que le pasara algo y, por eso, le pedimos que saliera de su casa. Mi marido lo fue a buscar y mi mamá fue muy enérgica en que mi papá se protegiera y se vino a nuestra casa. Cuando empezó todo, los bandos, el llamado a las personas que tenían que entregarse, ya la situación se veía que era más que difícil. Ahí también dijeron, en el bando, que iba a haber un bombardeo de La Moneda; el Presidente Allende estaba en La Moneda, y mi papá tomó contacto con un funcionario que había sido edecán aéreo y le dijo que estaba viendo noticias, que esto era extremadamente grave, que él pedía y exigía el respeto a la vida del Presidente y de su familia. Y esta persona lo escuchó y le contestó: 'Voy a contar de su llamada'. Bueno, al poco rato ya vimos pasar los aviones y empezó el terrible bombardeo.

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Llamaron a la casa, habrán sido unas dos horas después del bombardeo, diciendo que al Presidente lo habían encontrado en una sala y que se había suicidado. Fue un golpe, porque, además, éramos amigos con el Presidente Allende y su familia. Por ejemplo, cuando mi papá estaba terminando su mandato y al Presidente Allende ya lo habían ratificado en el Congreso, vino el asesinato de René Schneider (comandante en Jefe del Ejército durante la elección presidencial de 1970) y en la noche veo llegar a Allende a la casa de mi papá. Después, varias veces Allende llamó desde el palacio presidencial de Viña a mi papá. O sea, en el primer tiempo había un contacto más normal. Después se fueron cortando estos contactos y hubo un alejamiento entre ellos, y la última vez que mi papá vio a Allende fue cuando murió Araya. Incluso, cuando estaba ratificado, mi papá lo invitó a él y a la señora Tencha para mostrarles La Moneda, fue la primera vez que entraba Allende como Presidente ya electo a La Moneda. Ahí estuvieron conversando y él le contó a mi papá que él se iba a cambiar de donde estaba y que había comprado una casa en Tomás Moro.

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Foto: Roberto Candia[/caption]

Entonces, no lo podíamos creer. Creíamos que se decía 'vamos a bombardear La Moneda' como una amenaza para que la gente que estaba allí saliera. Era impresionante, era una casa que conocíamos, que sabíamos que había, además de personas, muchas cosas históricas. Estaba el Acta de Independencia, estaba la piocha de la banda presidencial que había sido de Bernardo O'Higgins... Entonces, para mí era inimaginable, uno pensaba '¡Oh! Esto debe ser película, ¡cómo va a ser verdad!'. Y después, cuando se podía ir al centro, fuimos con mi marido y mis hijos y no lo podíamos creer, cuando llegamos y veíamos los escombros en La Moneda, era sobrecogedor, más al saber que había muerto tanta gente. Nunca se me pasó por la mente que iba a ser verdad.

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Mi papá estuvo con nosotros varios días. Cuando se acercaba la ceremonia del tedeum en la Catedral (19 de septiembre), lo llamaron de protocolo del gobierno militar preguntándole si iba a asistir o no, porque iban a ir todos los otros expresidentes. Mi papá le contestó que no iba a asistir. Después lo llamó el cardenal Raúl Silva Enríquez y le comentó que no iba a hacer un tedeum en la Catedral, que no correspondía realizar un tedeum de acción de gracias, pero sí que haría una oración por Chile, en la Iglesia de los Salesianos, en la Alameda. Y me acuerdo que mi papá se emocionó, porque don Raúl le dijo: 'Usted no me puede dejar solo, usted me tiene que acompañar'. Ante el requerimiento de su amigo, que le pedía 'no me deje solo', mi papá accedió y fue. Ahí hizo declaraciones, a la entrada y a la salida, diciendo que venía porque el cardenal nos estaba invitando a todos a una oración por Chile.

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Ese 11 lo recuerdo como un día gris. Había en el barrio donde vivíamos gente que gritaba en la calle y sacó banderas. Y, por otro lado, veíamos que la represión iba a ser feroz. Mi papá estuvo muy callado todo el día, muy, muy callado. Lo único que nos decía: 'Ustedes no saben, ustedes no saben lo que esto va a ser. Ustedes no se imaginan lo que va a pasar'.

Fue un día de negro. Vivimos la tragedia de la muerte de un Presidente y de muchas personas, que después se fue conociendo cómo las mataron, las torturaron, en fin. Fue un día negro también porque se perdió la democracia. Pero nunca me he olvidado de lo que mi papá nos decía esos días: 'Esto no va a ser corto. Esto va a ser largo y muy terrible'.

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Exsenadora e hija del expresidente Eduardo Frei (1973)[/caption]

-¿Conoció al expresidente Salvador Allende?

-Sí, mucho, a él, a la señora Tencha y a sus hijas. Mi papá con Allende eran amigos. Incluso, viajaron juntos cuando eran senadores, compartieron pieza en algunas visitas y reuniones que tuvieron en otros países. Ambas familias teníamos casa en Algarrobo y nos veíamos constantemente en la playa. La casa de los Allende estaba en la pasada de donde nosotros nos instalábamos en la playa y siempre estaba la señora Tencha en la terraza y mi papá muchas veces pasaba a conversar con ella, porque ella leía mucho y a mi papá le llegaban muchos libros. En fin, hay muchas anécdotas familiares. Incluso, en la casa de Algarrobo, que la tenemos todavía, hay un cuadro que Allende le trajo a mi papá de China.

-¿Conoció al exgeneral Augusto Pinohet?

-Lo conocí cuando fue senador vitalicio, en el Senado, no antes.

-¿Cuál fue el hecho que más la marcó en este período?

-Primero, la represión, porque lo vivimos muy de cerca. Yo seguí trabajando en lo que era Cema, nosotros teníamos la personalidad jurídica y ahí tuvimos nueve allanamientos en la oficina de Vicuña Mackenna. Incluso, hubo un bando en contra de nosotras. Y, segundo, la muerte de mi papá. Vivimos muy juntos todo el período del plebiscito, cuando mi papá hizo la convocatoria a todas las fuerzas de oposición en el Caupolicán y en su discurso interpeló directamente al general Pinochet a tener un diálogo frente a la ciudadanía para poder discutir y llamar a una asamblea constituyente. Yo creo que en ese discurso mi papá firmó su sentencia de muerte, porque fue muy claro en que no íbamos a seguir aceptando un régimen que negaba sistemáticamente la libertad a miles de chilenos por pensar distinto. Después, él murió. Nosotros siempre tuvimos la duda de que algo raro había pasado en la clínica y por eso el año 2002, cuando ya tuve dudas muy fundadas, pudimos entrar con una querella criminal por el homicidio de mi padre.