¿En qué está la izquierda? ¿Dónde está la izquierda? ¿Qué es la izquierda? ¿Cuáles son sus causas hoy? Estas preguntas han venido recorriendo hace ya años a la izquierda europea, que durante los 90 y la primera década del nuevo siglo fue hegemónica en ese continente y contribuyó a darle la fisonomía de progreso, crecimiento y solidaridad que tuvo durante esos años. Más o menos desde el 2011 ese impulso se frenó y aún no consigue recuperarse.
Desencantados por el sesgo centrista que había tomado la socialdemocracia, que ya no lograba diferenciarse de la derecha civilizada, algunos militantes de izquierda volvieron la vista hacia el "socialismo del siglo XXI" del comandante Chávez -con el entusiasta apoyo de los teóricos del populismo, que suelen entender poco y mal la política-, mientras que otros optaron por volver al radicalismo de los años 70, sin el componente terrorista de aquella época negra.
No había que ser mago para saber dónde terminaría el experimento chavista. (Tampoco hay que serlo para imaginar a dónde llegaría Andrés Manuel López Obrador si no fuera porque su verdadero contendor no está en México, sino en la Casa Blanca). La estrella de hoy es el experimento portugués, la gerigonça, alianza política entre socialistas, comunistas y el más izquierdista Bloco de Esquerda. La novedad de la gerigonça es que unido a dos encarnizados enemigos históricos, el PS y el PC, aunque el gobierno lo monopoliza el PS, mientras el PCP y el Bloco han decidido mantenerse fuera. Una de las claves de la lealtad dentro de la alianza es que los socialistas han tenido la determinación de no tratar de quitarles terreno a sus socios, es decir, han renunciado a izquierdizarse.
Dadas las singularidades propias de su cultura e historia, los entresijos de la forma en que funciona el entendimiento de la izquierda portuguesa son menos relevantes que la concepción que está detrás. Hablando con la revista española Estudios de Política Exterior, el dirigente socialista Pedro Nuno (también ministro de Asuntos Parlamentarios) la puso en los siguientes términos: "Necesitamos recuperar el conflicto ideológico". Y para abundar: "No podemos aceptar el fin de la dicotomía izquierda-derecha (…). La que nos interesa preservar es la basada en cuestiones socioeconómicas, la que siempre ha permitido la autonomía estratégica, la identidad de los socialistas".
Mientras debatía especiosamente sobre las otras dicotomías (abierta-cerrada, conservadora-liberal, productivista-conservacionista, y así por delante), la izquierda europea no se dio ni cuenta de que el pueblo, el viejo pueblo llano, diferente de las élites, estaba siendo cautivado no por la derecha, sino por la ultraderecha populista y xenófoba. Hoy, la Unión Europea está escorada por la cohesión del Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia) y sus políticas cuasifascistas. La izquierda casi ha desaparecido en esos territorios. ¿Y no fue por lo mismo, por hablar de otras discotomías, que Hillary Clinton fue humillada por Donald Trump?
La palabra ideología tiene cierta mala prensa, especialmente en la derecha, a pesar de que solo significa un conjunto de ideas con alguna coherencia. En tiempos en que abundan la ira y los arrebatos, recuperar el valor de las ideas no parece tan insensato, porque al final del día es el conflicto de ideas, no el de pasiones, lo que hace avanzar a las sociedades. En palabras de Nuno: "La democracia es la organización civilizada del conflicto, la diferencia que necesitas para que las sociedades evolucionen".
¿Ha comprendido estas cosas la izquierda chilena, enviada a la oposición en las elecciones de fines de 2017? No es tan claro. De momento, parece prevalecer la lucha por invadir el terreno ajeno, o impedir que otros lo ocupen. Esta tendencia casi define la historia del Partido Socialista: en los años 60 y 70, ante la ansiedad de ser desbordado por el Mapu o el MIR, el PS se fue izquierdizando hasta dejar en la soledad al Presidente Allende. Ninguna época puede compararse con otra, pero el enervamiento del actual PS parece una reacción similar ante la emergencia del Frente Amplio (además de la persistente crítica del PC al proceso de la transición).
Tampoco el conjunto de la izquierda local parece asignarle a la alternancia en el poder el valor dialéctico que le confiere Nuno: el solo hecho de que la derecha haya regresado al gobierno le resulta una especie de aberración popular, un retorcimiento del modo en que debería contarse la historia, sobre todo después del masivo impulso reformista que tuvo el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Que ese impulso haya sido el motivo por el cual Sebastián Piñera volvió a La Moneda es algo que parece escapar a la imaginación de izquierda.
La consecuencia lógica de esta lógica negacionista es que todavía la izquierda no logra concebir algo distinto del puro obstruccionismo, que consiste en prohibir a sus militantes toda colaboración con el gobierno, tratar de derribar ministros, entorpecer designaciones de funcionarios y, cuando los haya, torpedear los proyectos legislativos. Esta estrategia no tiene premio si la situación del país es medianamente normal, esto es, si no hay crisis económica, ni desempleo, ni desánimo. Por el contrario, si el país percibe que al gobierno le va bien, el obstruccionismo es la manera segura de continuar en la oposición por tiempos largos. Pero es, sobre todo, una expresión de inseguridad, una forma de perder la voluntad de poder.
La otra dimensión es la inclinación a sustituir "la dicotomía izquierda-derecha". El PS acaba de confirmar su filiación de izquierda ("centro de la izquierda", dijo su presidente) y luego, en un alarde de sentido noticioso, se declaró también feminista. Menos de una semana después demostró que, en realidad, este segundo valor está subordinado al primero. Al costo de romper un acuerdo, los diputados del PS impusieron a sus senadores votar en contra de la nominación de Ángela Vivanco para la Corte Suprema por su filiación conservadora, considerada superior a su condición de mujer. No es lo que se pueda llamar el imperio de las ideas.
Pero también es preciso poner las cosas en perspectiva. La izquierda lleva menos de cuatro meses en la oposición y no estaba preparada para ello. Vive, además, con el fantasma de que entre los muros de Valparaíso puede hacerse fuerte creándole obstáculos al gobierno. Le habla a una galería que todavía le resulta confusa, donde se mezclan feministas, estudiantes, anticatólicos, ecologistas y antisistémicos, programas y agendas que no coinciden, con prioridades que tampoco calzan.
Necesita un tiempo.R