Ya casi nadie se acuerda, pero antes de asumir su mandato del 2010, la primera propuesta del Presidente Sebastián Piñera fue revivir la "democracia de los acuerdos" de inicios de los 90. En aquella ocasión, una de las explicaciones para su victoria consistía en que durante el gobierno de Bachelet 1, la derecha, manteniendo una oposición vociferante, había concurrido a aprobar todas las leyes importantes, con lo cual se había evitado la fea calificación de "obstruccionista".
Piñera 2 vuelve a tener la misma situación de entonces -minoría en el Congreso- y ha vuelto a convocar a una política de "grandes acuerdos nacionales", lo que para la actual oposición, a medias debutante y a medias enojada con su propia derrota, suena simplemente como el paso del viento. Sin embargo, consiguió algo en el acuerdo nacional por la infancia. Pero ¿querría alguien ser tan desalmado como para hacer oposición dura en semejante tema?
La verdad es que la acusación de "obstruccionismo" solo adquiere sentido político cuando calza con un estado de opinión pública, es decir, cuando se ejerce una oposición negativa que contraría a todas luces la voluntad ciudadana. Es lo que sucedía con la infancia y es lo que ocurrió esta semana en el Senado con el proyecto denominado Aula Segura -el nombre ya es un golpe de ingenio-, cuya popularidad se basa en los notorios actos de vandalismo estudiantil y la inopinada moda de los overoles blancos aficionados al molotov.
El gobierno decidió meter presión en este proyecto -cuya importancia es altamente discutible, y su necesidad, más aún- a sabiendas de que encontraría una Comisión de Educación hostil, con el propósito deliberado de enfrentar a sus integrantes con un clima de opinión pública que de manera muy obviamente mayoritaria rechaza la violencia entre los niños. La comisión se opuso al proyecto, como se esperaba, y hasta fue un pasito más allá de lo que había calculado el gobierno: intentó elaborar un proyecto distinto, incurriendo en una gruesa contravención de la Constitución. En ese punto entraron a evitar un incendio mayor, por la vía tortuosa de la Comisión de Hacienda, los senadores José Miguel Insulza, Juan Pablo Letelier, Ricardo Lagos Weber y Jorge Pizarro. Y el proyecto terminó en un acuerdo de todos los presentes en el Senado, con un solo voto en contra, el senador de Revolución Democrática Juan Ignacio Latorre, fiel hasta el final al origen estudiantil de su partido.
El plan de confrontar a sus contradictores más duros con la opinión de la calle fue un éxito para el gobierno, pero no con la sencillez que se le ha atribuido. En parte, se debió al rechazo ingenuo de la oposición "dura" (que calzó con sus cálculos) y, en parte, a que organizó su operación con un astuto despliegue de ministros y parlamentarios. Falta por saber lo que pasará en la Cámara de Diputados, pero es más difícil ahora que se pueda desandar el camino. Como quiera que se termine llamando, Aula Segura es un proyecto popular, porque es duro, y eso puede ser un indicio de hacia dónde se está desplazando la opinión de la gente.
Ahora, la verdadera pregunta no es cuántas veces podrá repetir Piñera 2 la maniobra de pinzas, sino cuántas veces se verá la oposición sometida a este dilema del prisionero.
Porque el gobierno se ha metido en el principal problema que enfrentan el centro y la izquierda en Chile (y, de paso, en el mundo): cuánto se están alejando de los problemas que las personas sienten como prioritarios por favorecer los debates identitarios (género, sexualidad, etnias, derechos culturales o intereses especiales), cuya entidad real podría estar subvencionada por las redes digitales. Cuánto se están alejando de la política en general para dedicarse a la política segmentada. Cuánto pierden de eficacia mientras se concentran en el particularismo. Bachelet 2 puso varios de estos temas en los primeros lugares de su agenda, pero ella podía hacerlo, porque enfrentaba a una sociedad muy retrasada. Después de cuatro años de innovaciones en esos campos, el electorado se inclinó por el pragmatismo.
La política no es puro testimonio ni puro pragmatismo: es un equilibrio muy movedizo entre ambos polos y el buen político es el que sabe identificar en qué punto de ese balance se comienza a perder sintonía con el público. Fue lo que hicieron los senadores de oposición de la Comisión de Hacienda. Y por eso es también comprensible que se molestaran cuando el Presidente eligió su peor herramienta -Twitter- para emplazarlos a elegir "de qué lado están". En la jerga política anglosajona, eso se llama overkill.
La oposición corre el riesgo de que algunas de las certezas que cree tener -por ejemplo, la simpatía con los movimientos estudiantiles- se confundan con el rechazo a expresiones desprendidas de un tronco inicial -por ejemplo, los overoles blancos. Este es solo un ejemplo -menor y lateral-, pero es bastante nítido para esclarecer la diferencia entre el pensamiento encapsulado y el pensamiento político.
Las cabezas más frías de la centroizquierda saben que con Aula Segura fueron sometidas a un dilema de fondo en un problema que no lo era. Algunas de ellas están molestas porque esto haya mostrado cierto amateurismo político entre sus filas; otras, porque están conscientes de que el gobierno tratará de utilizar los mismos recursos en encrucijadas mayores. Por de pronto, La Moneda se prepara para anunciar la reforma de las pensiones y más temprano que tarde tendrá que meter las manos en el avispero de la salud.
Y en el Presupuesto 2019, la reforma tributaria, las leyes de educación, el transporte, La Araucanía, los fármacos, las cárceles, el desarrollo urbano, en fin. En el período anterior, el mundo de Piñera 1 admitía, sotto voce, que Bachelet 1 había dejado resueltos muchos de los embrollos más enervantes de aquellos años. Los hombres de Piñera 2 creen que ahora fue al revés, que Bachelet 2 dejó más espinas que caminos planos.
Esta apreciación también es un reflejo de que el gobierno es parte del dilema, que casi no puede funcionar sin él: si no logra amenazar a la oposición, si no logra pasar de su benevolente idea de los "acuerdos" a la práctica algo más ruda de los "acuerdos forzados", estará en los mismos problemas. Pero es el prisionero 2. R