Columna de Ascanio Cavallo: Historia de dos prisiones

Imagen Carroza Norambuena 8
El ministro Carroza interrogó durante cerca de una hora a Hernández Norambuena.

En los confusos comienzos de la transición, los rebeldes del FPMR, los atrevidos, los que estaban seguros de tener la razón, imaginaban que Chile estaba en condiciones para entrar en un proceso revolucionario. Solo hacía falta detonarlo. Para ellos no había diferencia entre Pinochet y Aylwin y estaban seguros de que los aparatos de la policía política jamás serían desmontados.



La extradición de Mauricio Hernández Norambuena, que ha viajado desde una cárcel de Brasil a una de Chile, abre de nuevo las interrogantes que flotan acerca de la transición.

Las condenas perpetuas de Hernández sancionan dos crímenes de marca mayor -el asesinato de Jaime Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards- que fueron cometidos con el expreso propósito de sabotear el proceso de transición, y en lo posible revertirlo hacia una nueva fase de dictadura militar, una manera de "agudizar las contradicciones". Mucho antes de que se extendiera la crítica intelectual de la transición, cuya cristalización sería más o menos el Frente Amplio, un sector del FPMR levantado en contra de la dirección del PC decidió intentar la destrucción del proceso mediante la extensión de la violencia.

Muy a menudo se olvida que, además, uno de esos crímenes -el de Guzmán- fue ejecutado mientras se desarrollaba un proceso de consulta interna dentro del FPMR. Es decir, pretendía impedir que en un acto democrático -quizás el único en su historia- el FPMR decidiera dejar las armas. El asesinato hacía imposible que el Frente se volviera pacífico.

Sobre esas bases se abre luego el problema de la impunidad. Es evidente que en los delitos del FPMR solo han sido identificados unos pocos. Los demás permanecen en la sombra gracias al "pacto de silencio" que es connatural a estos crímenes y que les garantiza impunidad a pesar de que los pillados se sequen en la cárcel.

Los pistoleros del grupo -Hernández, Escobar Poblete, Palma Salamanca- parecen no haber encontrado después otra ocupación que el secuestro, y solo ellos saben cuántos más anduvieron en esto. Hernández estuvo 17 años preso en Brasil y ahora Escobar Poblete comienza una condena similar en México. Palma Salamanca ha logrado escapar una y otra vez. De ninguno de ellos se puede decir que haya vivido una vida apacible.

Pero el no a la impunidad que se ha desarrollado en Chile no acepta estas consideraciones. Tiene algo de despiadado. En fase temprana de la transición aceptó la compasión hacia Erich Honecker, pero después la rechazó para Pinochet y todavía hay quienes se enfurecen porque haya muerto sin ser condenado. Ni hablar de Punta Peuco. La compasión y la clemencia son palabras de otro léxico y huelen a impunidad, a pesar de que si la compasión no tiene cabida en la justicia ni en el clamor social, entonces no lo tiene en ningún lugar.

Eso tendría que esperar Hernández, y su defensa, dedicarse a rasguñar los años, los meses y los días que le puede descontar para la prisión que le queda por delante. Pero en la sociedad que le ha tocado, es un hecho que envejecerá tras las rejas. Salvo que escape de nuevo, para volver a lo mismo. El lado pegajoso del crimen.

¿Y no se dirá nada del contexto histórico?

Escribe Dickens en el inicio de Historia de dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos y el peor; la edad de la sabiduría y la de la tontería; la época de la fe y la época de la incredulidad; la estación de la Luz y la de las Tinieblas; era la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación: todo se nos ofrecía como nuestro y no teníamos absolutamente nada; íbamos todos derechos al Cielo, todos nos precipitábamos en el Infierno".

En los confusos comienzos de la transición, los rebeldes del FPMR, los atrevidos, los que estaban seguros de tener la razón, imaginaban que Chile estaba en condiciones para entrar en un proceso revolucionario. Solo hacía falta detonarlo. Para ellos no había diferencia entre Pinochet y Aylwin y estaban seguros de que los aparatos de la policía política jamás serían desmontados.

Por estos días, un diputado que ha tenido que corregir varias veces sus teorías sobre los crímenes políticos ha decidido que la excepción abarca solo a los actos de "resistencia" contra la dictadura. Esta descripción, con la más ancha de las mangas, conduce a validar la tesis de que en Chile se libró una guerra, que es lo que siempre quiso instalar Pinochet. Aunque las Convenciones de Ginebra les ponen ciertos límites, los actos de guerra, e incluso de un mero "conflicto armado", se rigen por legislaciones especiales, que no castigarían todo lo que había que castigar en Chile. Los grupos de defensa de los derechos humanos siempre rechazaron esa forma de explicar lo que ocurrió en Chile.

Desde luego, Hernández, Escobar Poblete, Palma Salamanca et al no participaron de un conflicto armado ni de una guerra y, en el caso de los crímenes por los que están condenados, ni siquiera de una dictadura. Pasará mucho tiempo antes de que se pueda entrar en esas cabezas que veían la realidad de esa manera, con esas luces deslumbrantes y esos espejos estroboscópicos. Y quizás no se encuentre nada más que hormonas, secreciones que solo necesitaban, entre la Luz y las Tinieblas, liberarse por medio de la violencia.

Dickens concluye la incomparable apertura de su novela con una frase inesperada: "A tal punto era una época parecida a la actual…", que de pronto, de manera casi alevosa, hace ver que cualquier época, cualquier contexto, ofrece los mismos espejismos, las mismas justificaciones, idénticos escondites y la misma retórica analgésica para las conciencias estragadas. ¿Qué puede hacer el país con eso?

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