Columna de Ascanio Cavallo: Los modales antes que la moral
El PS venía navegando con el poco viento que hoy tiene toda la oposición. Y de pronto, como un rayo, como una tromba, las elecciones internas lo han sumido en la más agria batahola de los últimos años, una olla de insultos e imputaciones de calibre demasiado grueso.
No era inevitable. Ni siquiera era previsible. Hasta abril todo sugería que las elecciones internas del Partido Socialista serían un mero trámite y que la directiva que encabeza Álvaro Elizalde tenía por descontada su reelección. Sería una victoria por walk over, por ausencia de rival, no por la aclamación propia de una gestión clamorosa. Tampoco es que la gestión fuese un desastre: ni tanto ni tan poco, el PS venía navegando con el poco viento que hoy tiene toda la oposición. Y de pronto, como un rayo, como una tromba, las elecciones internas lo han sumido en la más agria batahola de los últimos años, una olla de insultos e imputaciones de calibre demasiado grueso.
Y eso, ¿no era inevitable? Veamos.
En los últimos 30 años, el PS ha vivido la mayor parte del tiempo dentro del gobierno y, a lo menos desde Michelle Bachelet, con la expectativa muy razonable de regresar a él. Ha sido, por lo tanto, un "partido de sistema", aunque, como casi todos los grupos políticos que comparten esa condición, siempre albergase sectores críticos, incómodos o contestatarios.
Todo lo que estaba mal en el PS estaba mal en el gobierno, o viceversa: los descontentos tenían a la mano la ansiedad y la solución. Se tomó muy a la ligera la derrota de 2010 a manos de Piñera, con la cabeza siempre puesta en el regreso de Bachelet. La expresión mayor de esa ligereza fue la olímpica falta de autocrítica, a pesar de que los socialistas y su gobierno saliente ocuparon el centro secreto del fracaso de Frei Ruiz-Tagle.
La derrota de 2018, en cambio, sembró la idea de que pasa algo más grave en el socialismo chileno. La directiva de Elizalde se pudo lavar las manos sin culpa, porque su resultado parlamentario fue más que decoroso, incluso sorprendente, gracias al mismo tipo de ingeniería electoral que aplicó el Frente Amplio. Y a pesar de eso, a pesar de haber salvado los muebles, los opositores a la directiva de Elizalde han creado un reproche nuevo: su apoyo a la candidatura de Alejandro Guillier, que estaba condenada a la catástrofe. Pero, ¿tenía alternativa?
Este es un nudo del asunto: no hay respuestas. El PS ha sido desde su nacimiento un partido faccioso, fraccionalista, una reunión de tendencias equipadas con diferentes ideas acerca de qué es socialismo. Cada grupo podía tener su propio tamaño, pero siempre tenía respuestas. Hoy, el espacio del debate ideológico se ha despedazado: las tendencias fueron sustituidas por "lotes" y estos se agrupan por intereses, amistades, cercanías, cualquier cosa, pero por encima de todo, rencores. Cuentas por cobrar. Saldos y liquidaciones.
Un "lote" -no una tendencia- fue el que armó en cinco semanas una lista electoral contraria a Elizalde, con una candidata, Maya Fernández, que es en sí misma una provocación a la directiva vigente, además de una protesta.
¿Protesta por qué? Algunos dicen que por falta de energía opositora. Para ellos, el PS debería oponerse aún más de lo que lo hace a este segundo gobierno de la derecha, entre otras cosas porque podría venir un tercero. Otros le reclaman a la directiva su inclinación a entregarse a las demandas identitarias -feminismo, pueblos originarios, ambientalistas- sin atender a las necesidades precisas de sus presuntos electores. Y unos terceros lo acusan de estar perdiendo al pueblo socialista, que participa menos, vota menos, habla menos. Pero todo esto es challa.
Aunque nadie lo dice en voz alta, la acusación más frondosa -para allá y para acá, de ida y vuelta, sin un culpable solitario- es la del maltrato. Hay muchos dirigentes socialistas involucrados en grescas internas que se han insultado, que no se dirigen la palabra, no se saludan, se evitan o se agreden, ya no de la vieja manera versallesca, sino con estridencia. No predominan las razones políticas, sino las sospechas personales. Las confianzas están quebradas. Lo que se han dicho en público es apenas una sombra de lo que se han dicho puertas adentro.
En algún sentido, el PS chileno traduce a escala local la crisis de la izquierda mundial, que numerosos intelectuales han atribuido al desplazamiento desde las demandas de los trabajadores (un sujeto cuya existencia misma se ha vuelto frágil con los avances del hiperdesarrollo) hacia las demandas identitarias, que tienden a sustituir los problemas sociales por la satisfacción de grupos de interés. No es muy raro que esas satisfacciones -como declararse "partido feminista"- tengan un aire de oportunismo y, cómo no, una muy baja credibilidad. Pero, a decir verdad, en el socialismo chileno nada de eso ha sido materia de gran debate; no han sido en propiedad decisiones políticas, sino más bien reacciones en el vacío, en la ausencia de esclarecimiento. Nadie ha refutado en estas cosas a la directiva; a veces, ni siquiera la han oído.
La ausencia de esas discusiones, la total renuencia al revisionismo crítico, la concentración en la máquina por la máquina -"quién gana más puestos en el Central"-, el abandono del protagonismo intelectual, la frecuente rendición ante los eslóganes de moda, la pérdida de la histórica flexibilidad socialista, todo ese largo deterioro, ese desgaste que de ningún modo podría atribuirse a una, o dos, o tres directivas, ese cansancio psicológico es lo que parece estar detrás de la pérdida de las buenas maneras que viene sacudiendo al PS, el partido que una vez fue de "compañeros". Igual que la "fraternidad" democratacristiana parecía hundirse para siempre hace algunos meses, el compañerismo socialista se ha enfangado de encono y moralina.
En el momento más crítico de El abanico de Lady Windermere, cuando la amante es llevada al cumpleaños de la esposa, Oscar Wilde la hace decir una prevención ante la posible catástrofe: "Los modales antes que la moral, querido". O lo que es lo mismo: la política no puede empezar si antes no hay modales.
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