Columna de Ascanio Cavallo: El momento gris
Ningún partido había sido afectado de esta manera desde la restauración democrática. Hasta sus líderes tradicionalmente moderados y conciliadores parecen capturados por el odio, como si fuera una fuerza política legítima y adecuada para el momento. Sería totalmente irracional que, como ha circulado en muchos mentideros, el PS se dividiera. Pero sería más irracional que siguiera en su estado actual, sin tratar de arreglar los desaciertos que lo han llevado a esta ciénaga.
Si se cree a los resultados de la reciente encuesta CEP, habría que retener dos conclusiones importantes: primero, los electores chilenos siguen reuniéndose alrededor del centro político, al margen de que quienes representan tal centro ya no sean los partidos ni las figuras que solían ocupar esa parte del espectro político. El nuevo centro es representado por Joaquín Lavín, cuyo desplazamiento a pequeños y progresivos bandazos es un prodigio de avenimiento de la política con las pulsiones de un público moderadamente innovador y moderadamente conservador, pero sobre todo movedizo, que hoy es casi una definición de la sociedad chilena.
Esta situación es novedosa y paradójica por muchas razones. Los cientistas políticos de todo el mundo han venido discutiendo lo que se percibe como una creciente polarización de las dirigencias políticas en numerosas democracias de Occidente. La presión de este movimiento hacia los extremos no viene esta vez desde la izquierda, como en los años 60, sino desde la derecha, con un creciente número de líderes cuya alta popularidad se basa en principios de atrincheramiento nacional, tan en contra de la inmigración como de la disrupción cultural. Esta derecha exige más energía y claridad, más principio y ortodoxia, menos transacción con las ideas contrarias. En dos palabras: menos moderación.
Numerosos analistas coinciden en atribuir este fenómeno a la globalización iniciada en los 90 y convertida en la gran promesa del siglo XXI. Hoy hay pensadores liberales de gran notoriedad que aceptan que la globalización ha profundizado ciertas desigualdades entre las naciones y, dentro de ellas, ha incrementado el temor a los desconocidos y ha plantado amenazas a los empleos y los hogares. Dado que sus promotores han sido todos los grandes órganos multilaterales, la OMC, el FMI, el Banco Mundial, la Ocde e incluso la ONU, habría un peligro de zozobra en toda la institucionalidad mundial.
Los efectos de la globalización, el gran sueño liberal, condujeron a la derrota del liberalismo en Estados Unidos y a la entronización de Donald Trump como el símbolo de las nuevas ideologías de las fronteras, aranceles y muros por delante. El orden liberal europeo cruje ante la presión de la derecha dura, que ya es una opción electoral muy seria en Francia, España, Italia, Holanda y los países nórdicos.
A esta derecha polarizada comienza a responder, como es lógico, una izquierda que también se polariza y concuerda con su adversario en la idea básica de desbaratar el orden liberal. ¿Qué ha sido el movimiento de los "chalecos amarillos" franceses sino la expresión de esa alianza rabiosa en contra de la moderación?
Entre la enorme dificultad que significa "ser de izquierda" en el Occidente de hoy, la tradicional prudencia socialdemócrata empieza a ser desplazada por un cierto regreso de la vieja izquierda dirigista, estatista, a menudo autoritaria, que cree que ya no carga con el fardo del fracaso soviético, porque la experiencia histórica tiene los pies cada vez más cortos.
Pero no se puede decir de ningún modo que ni la presión de la derecha dura ni la reemergencia de una izquierda equivalente haya consolidado todavía el desplazamiento del centro político, ni siquiera en Estados Unidos. Las victorias de candidatos ultristas en Europa Oriental, Italia, Brasil y algunos otros lugares no son aún la pauta electoral del mundo. La polarización es un fenómeno más cercano a las élites políticas que a las masas electorales, aunque el temor que ella suscita pueda estar provocando cambios asustados en el propio orden de la globalización. Las regulaciones pueden aumentar, pero el mundo no va a dejar de estar cada vez más imbricado; como dijo alguna vez Bill Clinton, ese movimiento se parece más a una fuerza de la naturaleza.
Vuelta a Chile. La segunda conclusión de la encuesta del CEP es que se está acelerando la sustitución de la izquierda tradicional por el Frente Amplio. Salvo Michelle Bachelet, las figuras del costado izquierdo de la Concertación ya no disputan los lugares preferentes y reciben dosis de rechazo que dan miedo. Sus antiguos lugares son ocupados por los jóvenes emergidos el 2011, que ya son parte integral del paisaje parlamentario.
La sustitución es casi una garantía de que el espacio para que la izquierda recupere el gobierno en el corto plazo es mínimo, porque, además de dividir las fuerzas, el Frente Amplio no presenta todavía perspectivas de gobernabilidad. Quitando las consignas de uso semiautomático, parece imposible imaginar ahora cuál sería el nuevo programa de esta coalición si las elecciones fuesen dentro de un mes.
La caldera que más alimenta la sustitución anticipada es el Partido Socialista, cuyo conflicto interno ha develado odios, rencores, venganzas, castigos, toda clase de motivos e impulsos personales, prácticamente sin componentes ideológicos. La embestida contra la directiva es la más grave desde la secesión de 1979, pero las acusaciones de hoy bordean las redes del narcotráfico, que es lo peor que podría pasarle a un partido político, y peor que peor a uno de izquierda. Incluso, si se le quita el narco, queda todavía el veneno del aparato clientelista que hace que una sola y pequeña comuna pueda controlar las elecciones nacionales de un partido grande.
Ningún partido había sido afectado de esta manera desde la restauración democrática. Hasta sus líderes tradicionalmente moderados y conciliadores parecen capturados por el odio, como si fuera una fuerza política legítima y adecuada para el momento. Sería totalmente irracional que, como ha circulado en muchos mentideros, el PS se dividiera. Pero sería más irracional que siguiera en su estado actual, sin tratar de arreglar los desaciertos que lo han llevado a esta ciénaga.
El PS es una fuerza clave en el sistema político desarrollado en Chile desde mediados de los 80 y ha sido uno de los sustentos de la estabilidad de los pasados 30 años. La hecatombe que vive, ese "momento gris", como lo llamó un grupo de notables, formando un eco del último discurso de Salvador Allende (¡nada menos!), ¿será el anuncio del fin de ese proyecto sistémico -y, por lo tanto, el fin de una fase histórica para el país-, o solamente la confirmación por otras vías de que la izquierda tradicional vive una crisis global de identidad que la tiene tomada por e cuello?
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