En una de sus primeras decisiones de política exterior, el gobierno de Sebastián Piñera creó la "visa de responsabilidad democrática" para facilitar la llegada a Chile de los venezolanos que huyen de la situación de su país. Esta semana, después de las elecciones del domingo 20, las peticiones de documentos para viajar a Chile llegaron a 500.000, la cifra más alta de potenciales refugiados jamás registrada en América Latina.

En verdad, la visa es muy difícil de obtener, porque se necesita un certificado de antecedentes que emite el Ministerio del Interior venezolano y un pasaporte al día, que las autoridades no están concediendo con el argumento de que carecen de papel, lo que más encima parece probable. El Estado corrupto en que se ha convertido Venezuela probablemente hará de estos documentos nuevos negocios de coima y extorsión, como ya lo son muchas de las reparticiones en que el Estado interactúa con los ciudadanos, incluyendo a los presos en manos del Sebin, el Servicio Bolivariano de Inteligencia.

Pero es evidente que la sola idea de medio millón de refugiados es un cambio cualitativo para cualquier observador del proceso venezolano. Se trata, ya sin espacio a duda, de otra expresión de la aguda crisis humanitaria en que está ese país: de las cinco fases en que la "Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria" de la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU califica la falta de alimentos, Venezuela ya ha alcanzado la número 4. La número 5 es la "catástrofe" o hambruna técnica, algo bastante peor que la hambruna metafórica. Una de sus métricas, por ejemplo, es la tasa de niños menores de cinco años con desnutrición de efectos irreversibles.

La otra cuerda del estrangulamiento que están viviendo los venezolanos es la económica. La inflación llegó al 1.087,5% el año pasado y galopa hacia el 13.000% para este año. El salario mínimo no alcanza para comprar una cesta de 30 huevos o dos kilos de papas, y al ritmo inflacionario que lleva, en unas semanas será papel sin valor. La especulación con el dólar no tiene techo, y por eso causó perplejidad la información de que el gobierno de Maduro pagó este mes 400 millones de dólares para cumplir sus compromisos de entrega de petróleo a Cuba.

Después de las elecciones del domingo 20, en que Nicolás Maduro se reeligió para gobernar hasta el 2024, el debutante canciller Roberto Ampuero anunció la no reposición del embajador chileno en Caracas, en línea con el acuerdo del Grupo de Lima, constituido para supervigilar la situación de Venezuela. Es una decisión delicada, aunque no demasiado relevante, porque la mayoría de los países del Grupo de Lima ya había retirado sus embajadores meses antes (y los restantes, México, Guatemala, Paraguay y Guyana, han llamados a los suyos a "informar"). Salvo Bolivia y Ecuador, ya casi no hay países de Sudamérica que mantengan embajador en Caracas.

Pero es también una decisión delicada, porque los diplomáticos chilenos -los profesionales de muy alto nivel que continúan en la embajada, incluyendo funcionarios de la PDI- se encuentran en medio de un gobierno que a menudo actúa con la mano mora de las pandillas y las turbas "espontáneas". No está de más recordar que en la embajada de Chile permanecen como "invitados" dos líderes importantes de la oposición y que hace solo unos meses salieron de allí cinco jueces que debieron huir por tierra de su país.

Maduro adelantó su reelección mientras se desarrollaba la mesa de diálogo en Santo Domingo, humillando al anfitrión, República Dominicana, y a los gobiernos de México, Paraguay y… Chile, pero no el de ahora, sino el de la expresidenta Michelle Bachelet (Bolivia y Nicaragua, los otros integrantes, no se ofendieron, porque siempre comprenden a Maduro). Chile tuvo una dura respuesta privada, que el madurismo rechazó con otra dura respuesta privada, como ha sido usual hace ya años en la relación bilateral.

La reelección ha puesto una vez más a la izquierda latinoamericana entre la puerta y la bisagra. En Venezuela no hay elecciones democráticas por lo menos desde el 2004, cuando el "comandante eterno", el fenecido Hugo Chávez, publicó la "lista Tascón", los nombres y direcciones de los varios millones de venezolanos que habían firmado la petición de un referendo revocatorio, lo que -a quienes no desconocieron su propia firma- les ha hecho la vida imposible por 14 años. Una parte de los cuatro millones de exiliados venezolanos procede de esa infamia.

La izquierda chilena no escapa de la encrucijada, porque la posición frente a Venezuela está definiendo en buena medida la manera de ser de izquierda en América Latina y en una sociedad democrática: un debate similar al que vivió en los años 60 frente a la revolución cubana y que la condujo a tantas calamidades, solo que entonces podía alegar que carecía de precedentes.

Salvo el senador Alejandro Navarro, que solía usar como ringtone una orden de Chávez, únicamente el Partido Comunista tiene claro que en Venezuela se viene instaurando un régimen al que la democracia solo le interesa como simulacro, porque lo inspira el perentorio mandato de Fidel: el poder no se entrega. Que el PC de hoy suene tan pretendidamente naif como el de otras eras, cuando apoyaba la entrada de los tanques rusos en Checoslovaquia o la invasión de Afganistán, es solo una pequeña ironía histórica. El poder no se entrega, chico.

Los partidos tienen derecho a equivocarse, pero no a mentirse. Da lo mismo lo "limpio" que sea un recuento electoral si has proscrito a los principales opositores, si haces difícil inscribirse para votar y si manejas las tarjetas con que los ciudadanos adquieren comida. Maduro aprendió de Chávez que las elecciones se realizan solo para ganarlas, y que cuando se pierden, como le ocurrió un par de veces a Chávez, hay que declarar que se trató de "unas elecciones de mierda" y revertirlas por otro camino. A Chávez lo derrotó la muerte, y si se le cree a Alfredo Barrera Tyszka en su espléndida Patria o muerte, murió llorando no por perder la vida, sino el poder.

En las otras izquierdas, por ejemplo, la ex Nueva Mayoría sin PC, la línea la han fijado el excanciller Heraldo Muñoz y, más drásticamente, el exembajador Pedro Felipe Ramírez, figura histórica de la Izquierda Cristiana, que denominó al régimen venezolano como "una dictadura corrupta".

El Frente Amplio duda. Tiene un grupo claramente antichavista -el Partido Liberal, de Vlado Mirosevic- y otros grupos a los que parece faltarles información. Y no puede, en este caso, mirar al español Podemos, porque todavía se investiga cuántos miles de millones de dólares -sí: miles de millones- transfirió Chávez a los líderes de ese partido aun antes de que se formara.

No se trata de un debate académico, sin conexión con la realidad local. La gravedad de la crisis amenaza con hacer estallar el polvorín venezolano, desatar la presión sobre las fronteras de Colombia, Brasil y Guyana y ampliar bruscamente un exilio que afectaría a la totalidad del hemisferio americano. Incluso el chantaje petrolero, que fue el gran instrumento de Chávez, carece hoy de fuerza, porque Maduro ha conseguido llevar la producción a menos de la mitad de lo que tenía, sin contar con los embargos a puertos, terminales y buques que lo afectan por aquí y acullá.

La paradoja es -otro problema para la izquierda- que la oposición más dura contra Maduro se ha venido generando entre sectores que se declaran chavistas y que consideran que el actual gobernante ha traicionado el proyecto bolivariano. Estos grupos se hallan con más frecuencia en el hábitat original de Chávez, las Fuerzas Armadas. Uno de ellos había organizado una sublevación para el pasado 22 de marzo, pero fue interceptado y arrestado por la Inteligencia madurista. La semana pasada, las versiones sobre un tiroteo en un cuartel de Caracas concluyeron, misteriosamente, con el arresto de 12 oficiales, sin que el gobierno entregara más detalles.

Algunos analistas venezolanos han interpretado el adelantamiento de las elecciones del domingo pasado -que debían realizarse en junio- como una maniobra de Maduro para encarar al purismo chavista, poniéndole al frente el apoyo que aún tiene en sectores populares. Las elecciones serían, en esa versión, un ajuste de cuentas entre socios enemistados. Como lo ha demostrado ampliamente, las enemistades con Maduro no se resuelven con diálogo, sino a tiros.

Las mismas elecciones han puesto un candado a las posibilidades de una salida negociada, al menos en el corto plazo. Desde el domingo se ha instalado la idea de que la crisis de Venezuela derivará, tarde o temprano, en un acto de fuerza.

Maduro ya ganó su hueco en la historia: hizo de la opulenta Venezuela un país en la miseria, convirtió su orgullosa infraestructura en pura ruina y puso a su país en el filo de la primera hambruna técnica del continente.