Si la oposición quería dar una exhibición acerca de su estado físico y espiritual al iniciarse la nueva legislatura, lo hizo con más expresividad de lo que cabría esperar. Por virtud de los infinitesimales cálculos con que se mueve cada parlamentario y cada partido, a la testera del Senado ha llegado el senador PPD Jaime Quintana. En la Cámara Alta no importa mucho que Quintana sea el autor de la idea-lápida de la Nueva Mayoría (la "retroexcavadora"), porque ese es un mundo aparte. Uno es esclavo de sus palabras, pero nunca tanto.
El número de fondo se desplegó en la Cámara de Diputados, con un largo proemio desarrollado en el PDC. La oposición -con más precisión: todos los diputados que no están en Chile Vamos ni en la Federación Regionalista Verde Social- había llegado a un "acuerdo administrativo" para copar la mesa y las comisiones legislativas ejerciendo su mayoría. Nuevamente, en aras de la precisión, hay que decir que se trata de una mayoría por agregación, no de una gran fuerza mecánica. En la desagregación, algunos de esos grupos son menores que los partidos grandes de Chile Vamos.
El "acuerdo administrativo" fue presentado en su momento como un gran paso en la articulación de un frente opositor al gobierno de derecha. Pero, como se sabe, el Frente Amplio quiso desconocerlo, lo que puso en crisis a la DC, aspirante a tener la presidencia de la Cámara por dos años. Las razones que tenía el Frente Amplio pasaron a ser irrelevantes cuando un mensaje anónimo -pero muy bien planeado, enviado en el momento exacto- acusó al candidato de la DC, el diputado Gabriel Silber, de haber cometido violencia intrafamiliar.
Silber había trabajado mucho -incluso más de lo necesario- para superar la amenaza del Frente Amplio, pero, inexplicablemente, esta denuncia anónima, desmentida y denunciada, bastó para sacarlo de la carrera. Los mentideros políticos han hervido de versiones acerca de cuál es la verdad, pero nada de eso habría ocurrido si Silber no hubiese depuesto su candidatura con tanta blandura, como si al otro lado del correo pendiera una espada mortal.
El problema se trasladó entonces a la bancada DC, que se dividió, según el estigma de nacimiento de ese partido, entre los más izquierdistas y los más derechistas. En una votación interna, el lunes, un candidato (Víctor Torres) sacó cuatro votos y el otro (Iván Flores), siete. Pero los diputados son 14. Muchos declararon su estupor e iniciaron frenéticas negociaciones con la unidad por delante. En la segunda votación, Flores fue proclamado por unanimidad.
Con este acto de magia y dignidad militante se llegó al día siguiente a la Cámara. Y entonces ocurrió que en primera ronda ganó el UDI Jaime Bellolio y a Flores le faltaron siete de los votos comprometidos, sin contar los cuatro del Frente Amplio que decidieron no reponer de ningún modo el "acuerdo administrativo". Hubo una atmósfera de pánico y luego partieron frenéticas negociaciones con la unidad por delante. En la segunda votación, Flores fue proclamado con tres votos más de los que necesitaba.
Similares cambios de humores vivieron la candidata a vicepresidenta, la PPD Loreto Carvajal (76 y 81 votos) y el segundo vicepresidente, el independiente Pepe Auth (70 y 75). De modo que no ha sido solo la DC la que sintió el vértigo de un daño hiriente en un torneo que solo les puede importar a los diputados, sino también la ex Nueva Mayoría y el Frente Amplio, quebrado antes de entrar a la sala.
Se puede decir que no es tan extraño que esto ocurra en un Congreso elegido con el nuevo sistema electoral, que significó el ingreso de muchos debutantes y no pocos que deben sus asientos a las cifras repartidoras. El sistema produjo renovación, sin duda, y algún revoltijo, como es propio de los cambios. ¿A eso hay que atribuir el comportamiento de la oposición parlamentaria?
¿Tan rotundamente mala fue la transición que ni siquiera legó ciertas normas de conducta, cierto sentido del decoro, como que los votos no son para jugar? ¿Vamos a llegar a la conclusión de que la transición solo pudo ser una verdura de la era, un rocío de los prados, mientras ahora imperan la normalidad, la representación ecuánime de lo que es el país?
Los diputados no han estado solos en su semana de diversión perversa. Todo esto se produjo a pesar de que sus líderes más añosos se lo pasaron en las bambalinas del PS, del PPD y, sobre todo, de la DC: prestando sus livings para reuniones de urgencia, asistiendo a cenas de escasos comensales, juntándose en el restaurante más privado. En la "cocina", como dijo una vez Zaldívar, sin saber que era el menos adecuado para decirlo, tratando de que Fuad Chahin -que se salvó de ser diputado- afirme al partido mientras trepida la estantería parlamentaria.
Ninguna confianza ha salido fortalecida. Nada constructivo, excepto un compromiso mal cumplido, de mala gana, que deja menos ganas de seguir otros compromisos menos cumplidos. La oposición no logró ser más oposición (ni tampoco menos, lo que se llama suma cero). La unidad es una fantasía que solo se pondrá seria cuando haya algo para intercambiar, pasando y pasando. Por ahora, esta semana, la política solo ganó en vulgaridad.