La necesidad de incorporar a las mujeres en el espacio público no es algo nuevo. Existe una larga historia de lucha de los movimientos de mujeres que han promovido la igualdad, el respeto hacia las mismas y el poder participar en distintas esferas del ámbito social. Un ejemplo concreto de lo anterior es la consagración del derecho a voto que obtuvieron las sufragistas a mediados del siglo pasado, pero también tenemos ejemplos recientes, como la incorporación del criterio de paridad en la última elección parlamentaria, que obligó a los partidos políticos a inscribir listas con una presencia significativa de mujeres (no menos del 40% ni más del 60%).

Las manifestaciones de las estudiantes universitarias que actualmente estamos presenciando, que reclaman que el lugar de estudio sea un lugar de respeto y no de humillación y violencia contra las mujeres, recoge esa tradición y nos dan ejemplos concretos que nos permiten, una vez más, entender que esa anhelada igualdad entre hombres y mujeres todavía no está consolidada y que tenemos grandes desafíos pendientes.

Uno de los espacios claves en los que se está empezando a promover el respeto e inserción real de las mujeres es el ámbito laboral.

Los desafíos que enfrentan las mujeres en el mundo laboral son múltiples. Solo para iluminar este punto, existe una clara segmentación de funciones al interior de las empresas. Es común encontrar empresas que tienen muchas mujeres en cargos de poca responsabilidad, pero a medida que estas van aumentando, la presencia de las mismas va disminuyendo, hasta ser muy escasa en los cargos de máxima responsabilidad. A su vez, es igualmente común encontrar lugares de trabajo en que mujeres y hombres reciben distintos salarios (es menor el de las mujeres) por labores que requieren destrezas similares. Es importante tener presente que este fenómeno se da tanto en el ámbito público como privado.

Cuando estas diferencias no son azarosas. Muy por el contrario, forman parte de una larga historia de desvalorización del rol de las mujeres en los espacios públicos. Lo interesante es que esta forma de organizar el espacio laboral está cambiando.

Por una parte, desde hace algunos años se están empezando a dictar leyes que justamente buscan revertir la discriminación que afecta a las mujeres en el espacio laboral, para lograr su plena incorporación. Prueba de ello es el ingreso de las normas sobre la prohibición de acoso sexual en el ámbito laboral (Ley Nº 20.005), la consagración del principio sobre igualdad en las remuneraciones entre hombres y mujeres (Ley Nº 20.348), las modificaciones en la última reforma laboral que establecen la obligación de incluir a mujeres en los directorios de sindicatos y en los comités negociadores (en el marco de las negociaciones colectivas), junto con posibilitar la celebración de pactos de adecuación de jornada laboral al amparo de la lógica de la corresponsabilidad parental, además de la ley que sanciona la discriminación arbitraria o Ley Zamudio (Ley Nº 20.609).

Estos cambios legislativos dan cuenta que la real incorporación de las mujeres en el ámbito laboral, no es simplemente un asunto de buenas prácticas laborales, sino que hay un mandato legal que propende a dicho objetivo.

Por otra, se está desarrollando una cultura de valorización de la diversidad e inclusión al interior del ámbito laboral, que se ve fortalecida con la plena inserción de las mujeres al mismo.

El respeto por la diversidad promueve un ambiente de pleno desarrollo para las personas que trabajan en las empresas y en el Estado. Tiene un impacto positivo tanto en términos de equidad como de productividad. El respeto por la diversidad, además de ser un valor en sí mismo, es rentable. Su promoción beneficia a todos y, por lo mismo, las ventajas y los desafíos que se derivan de su incorporación deben ser considerados como una oportunidad.

Existen varios estudios que dan cuenta de que la incorporación de la mujer en el espacio laboral tiene directa incidencia en los indicadores de las empresas. Genera un impacto positivo en factores tales como la productividad, los índices de seguridad al interior de la empresa, retención de clientes y de empleados, entre otros. Asimismo, tiene efectos positivos en términos de creatividad como de innovación.

Si hasta hace muy pocos años la organización y los objetivos de una empresa debían responder, principalmente, al paradigma de la eficiencia y la eficacia internas, ahora nos damos cuenta de que esa eficiencia también viene dada por la consideración de nuevos estándares en el ambiente laboral que procuran un mejor desarrollo de las personas que trabajan en ese lugar.

Es importante destacar que estos beneficios se logran no solo con la incorporación de las mujeres, sino que la riqueza del valor de la diversidad al interior de las empresas también se genera con la incorporación de personas en situación de discapacidad o con diversos capitales culturales de los migrantes.

Los cambios legales y de organización interna de una empresa dan cuenta que la incorporación de la mujer es, sin duda, una oportunidad que permite dejar de ver la diversidad como un foco de conflicto, o como la presión de un grupo de interés, sino que junto con propender el pleno desarrollo de las personas que trabajan en un mismo lugar, tiene claros beneficios para la empresa misma en consideración a los indicadores tradicionales. De esta forma, tiene sentido que empecemos a transitar desde una mirada sancionadora de los abusos a una que eleva los requisitos propios de una organización hacia estándares que buscan respetar y garantizar el respeto por la diversidad y la inclusión.

En definitiva, la inserción de las mujeres en el mundo laboral es un desafío que debe convocarnos a todos y que incide en los resultados de una organización moderna, ya sea en el sector privado o en el sector público.