Cuando parecía que Europa iba dejando atrás esa mezcla de desbarajuste económico y populismo iconoclasta y refundador que ensordeció con su ruido atronador a las democracias liberales a comienzos de esta década, las cosas se han vuelto a poner mal.
Me refiero a Italia, donde han subido al poder los populistas, y a España, donde una alianza de socialistas, comunistas e independentistas ha acabado con el desprestigiado gobierno de Mariano Rajoy, pero en la Europa de hoy, en la que los vasos comunicantes hacen que los fuegos nacionales enciendan rápidamente las praderas continentales, el asunto puede afectar al Viejo Mundo en su conjunto. Por lo pronto, los termómetros financieros ya marcan temperaturas afiebradas.
Empecemos por Italia. Todo empezó cuando, en marzo pasado, el populismo de izquierda y del sur, el del Movimiento 5 Estrellas, y el populismo de derecha y del norte, el de La Liga, sumaron más del 50% de los votos en las elecciones y produjeron la debacle del socialismo, llamado Izquierda Democrática, que estaba en el poder, y una deslegitimación del partido de Silvio Berlusconi, Forza Italia, superado, dentro de la coalición de derecha, por la propia Liga.
El contexto económico de esta reciente votación es el de una Italia que, a diferencia de sus vecinos de la Europa occidental, que ya se mueven en los dos y los tres puntos de crecimiento, a duras penas supera el 1%. El contexto social es el de una Italia que todavía tiene un desempleo alto y en el que el odio al inmigrante crece cada día. El contexto financiero es el de una Italia cuyos bancos poseen la cuarta parte de los activos tóxicos que todavía lastran al sistema bancario europeo (más de 200 mil millones de euros). Y el contexto político es el de una Italia que, al igual que ocurrió durante los años 90, cuando el rechazo a la corrupción de Tangentópolis arrasó con los partidos tradicionales, cuestiona profundamente a las organizaciones que reemplazaron a los antiguos democristianos (a la derecha) y socialistas (a la izquierda), pero con un agravante: millones de italianos tienden a ver a la Unión Europea, más exactamente a Bruselas, como parte de una estructura de poder ilegítima que es responsable de sus males. Ocurrió en días recientes, dado este panorama, lo inevitable: la imposibilidad de formar gobierno. El Presidente Sergio Matarella, moderado y proeuropeo, se resistió a nombrar en el gobierno italiano a algunas de las personas propuestas por el Movimiento 5 Estrellas y La Liga, que se han aliado para gobernar y pretendían hacer ministro de Economía a un conocido defensor de la idea de abandonar el euro. Al mismo tiempo, estos populistas amenazaron con privar a cualquier persona a la que Matarella, que tiene potestad constitucional para ello, nombrara primer ministro, de los votos necesarios para la investidura. Todo lo cual apuntaba a unas nuevas elecciones dentro de muy pocos meses. ¿Qué pasaría en esos comicios? Las encuestas indican que La Liga se ha disparado, pues obtuvo casi 18% en marzo y ahora supera el 28%, mientras que el Movimiento 5 Estrellas anda por el 30%, un par de puntos por debajo de lo que sacó en las elecciones. La suma de ambos es mucho mayor hoy que ayer, lo cual ha desatado las alarmas del "establishment" político italiano y europeo, y, como se ha visto, ha disparado la rima de riesgo de los bonos soberanos y por tanto los "credit default swaps", algo así como seguros contra la suspensión de pagos. También ha provocado escalofríos en la banca: las entidades financieras italianas tienen más papeles del Estado italiano que salvaguardas de capital, los bancos franceses tienen casi 45 mil millones de deuda soberana italiana y los españoles casi 30 mil millones.
Ante el impasse, La Liga y el Movimiento 5 Estrellas lograron forzar a Matarella a nombrar un gobierno de la nueva alianza populista, aunque aceptaron no insistir con darle el control de la cartera de Economía al enemigo del euro. Italia se encaminaba, por tanto, este fin de semana, a un gobierno controlado por dos fuerzas que están enemistadas con Europa y que, concesiones tácticas aparte, representan un desafío muy serio a la construcción europea desde el corazón del Viejo Mundo.
Italia no es Grecia, sino la tercera economía de la eurozona y la novena del mundo. Por tanto, que un gobierno populista antieuropeo llegue al poder significa más de lo que supuso el gobierno de Syriza en su momento en Atenas. Si Italia acabara saliéndose del euro, le daría el puntillazo a la moneda única y la onda expansiva probablemente golpearía al proyecto europeo en su conjunto. Precisamente por eso es que los populistas del Viejo Mundo, encabezados por la señora Marine Le Pen en Francia, han saludado lo que La Liga y el Movimiento 5 Estrellas están tratando de conseguir.
Por si esto no fuera suficiente para retrotraer a Europa a los años turbulentos de inicios de esta década, las cosas se han precipitado en España a raíz de la condena contra antiguos jerarcas del gobernante Partido Popular en la Audiencia Nacional por un sonado caso de corrupción (uno de muchos), que ha sido el detonante para la exitosa moción de censura que ha acabado con Mariano Rajoy. El gobierno de Rajoy llevaba unos años sobreviviendo a dos enemigos: el nacionalismo catalán y la decadencia moral de su partido. En medio de ese contexto encabritado, ha logrado hacer algunas reformas económicas -en los campos tributario, previsional y laboral, por ejemplo- para aligerar un poco la carga del Estado y aliviar la rigidez reglamentaria y legislativa que lastraba la creación de riqueza. Los resultados están allí: España crece ahora cerca de 3% al año y el clima económico en general, incluyendo la generación de empleos y el comercio, ha mejorado. Pero al mismo tiempo que ocurría esto se iba ensombreciendo el panorama político, pues los populismos españoles, activos tanto desde la derecha nacionalista (catalana) como desde la izquierda radical (Podemos y un sector del propio PSOE, es decir el socialismo) no cesaban de jaquear a las instituciones.
En este contexto, solo un muro de contención se erigía contra los populistas: Ciudadanos, agrupación que nació hace 11 años como una entidad de intelectuales y activistas interesados en hacer algo de contrapeso al nacionalismo en Cataluña, pero al que las circunstancias y el eficaz liderazgo de Albert Rivera han catapultado a la primera línea de la política española. Se llaman a sí mismos liberales y se sitúan en la órbita ideológica del Presidente Macron en Francia. Hoy las encuestas les otorgan el mayor respaldo popular, aunque no el suficiente para gobernar en solitario. Dado el abismo en que ha caído el Partido Popular en términos morales, Ciudadanos ha absorbido gran parte de los votos conservadores pero, curiosamente, también ha birlado votos al socialismo y, en menor medida, a Podemos. Aunque lo suyo es cualquier cosa menos una línea "antisistema", en cierta forma han gravitado hacia esta agrupación muchos españoles desencantados de la política tradicional.
Pero Ciudadanos no pudo impedir esta semana lo inevitable en el Congreso. Aprovechando la condena que afecta al Partido Popular en la Audiencia Nacional, Pedro Sánchez, líder del PSOE, planteó en el Congreso de los Diputados una moción de censura contra Rajoy que tuvo el respaldo de Podemos y de los nacionalistas tanto moderados como separatistas. Solo quedaban dos posibilidades: una renuncia de Rajoy para evitar que Sánchez subiera al gobierno con respaldo de los populismos nacionalistas y los populismos de izquierda y hubiera que convocar elecciones muy pronto, o que Rajoy fuera destituido por el Congreso, donde Sánchez ya tenía los votos suficientes, dando pie a un gobierno presidido por este hasta que termine la actual legislatura en 2020. El viernes ocurrió lo segundo.
Así, pues, en España el gobierno del Partido Popular ha sido reemplazado por un gobierno al estilo "Frente Popular", con socialistas y comunistas al mando, secundados por nacionalistas que quieren la independencia para su región y estarán en condiciones de extraer muchas concesiones de parte de un Sánchez que los necesitará para sostenerse hasta 2020.
Lo que sucede en Italia y en España renueva el entusiasmo de los populistas europeos que, desde la derrota de Marine Le Pen a manos de Macron, estaban en aparente retroceso. Digo aparentemente porque lo cierto es que el populismo no ha dejado de arreciar en algunas partes de Europa, especialmente la parte central. El llamado Grupo de Visegrado -Polonia, Hungría, la República Checa y Eslovaquia- está hoy por nacionalistas y populistas que tienen un fuerte entredicho con la Unión Europea. Hungría y Polonia han debilitado las instituciones de la democracia liberal y el estado de derecho, provocando condenas internacionales y la amenaza de que la Unión Europea modifique las reglas bajo las cuales de asignan los presupuestos entre los países miembros para condicionarlos al respeto a la democracia. Varios de estos países se han negado a acatar el mandato europeo en lo que se refiere a la distribución de refugiados e inmigrantes. Por si fuera poco, la extrema derecha es hoy parte de la coalición de gobierno de Austria, país al que los de Visegrado intentan atraer hacia su seno.
La victoria de Macron, con su discurso europeísta y liberal, había dado la sensación de que esa Europa occidental estaba de regreso en términos de iniciativa política y dispuesta a librar una dura batalla contra el resurgimiento del populismo con la colaboración de otros países de la eurozona en plena recuperación económica. Pero lo que ocurre en Italia y en España supone un retroceso y abre nuevas incertidumbres.
Como se recuerda, en 2010 la crisis europea alcanzó proporciones alarmantes. En 2011 tuvieron que ser rescatados Grecia e Irlanda, el año siguiente le tocó a Portugal, en 2012 se produjo el salvataje de la banca española y ese mismo año Chipre recibió su propio salvavidas. El presidente del Banco Central Europeo anunció entonces que haría "lo que haga falta" para salvar el euro y las aguas se aquietaron… hasta que Syriza alcanzó el poder en Grecia con aires de abandonar el euro. Pero eso no sucedió porque Syriza dio algunos pasos hacia atrás en su empeño y con el tiempo Grecia fue -muy lentamente- dejando atrás lo peor.
El resto de Europa, unos más, otros menos, empezó a crecer en términos económicos y las urnas cerraron las puertas del gobierno (o se las abrieron solo un poco) a los agitados nacionalistas y populistas antieuropeos, excepto que en el Reino Unido el Brexit nos recordó a todos que los peligros seguían allí. A pesar de ello, desde el Viejo Mundo, varios líderes, seguros de sí mismos y de su entorno, daban lecciones a Donald Trump sobre democracia liberal y sensatez administrativa. Hasta que Italia y España decidieron que era demasiado pronto para permitir que volviesen a Europa los tiempos aburridos.