Columna de Álvaro Vargas Llosa: Los condenados de la tierra

Bajo el eufemismo de la "exportación de servicios profesionales", Cuba ha enviado a la fuerza a decenas de miles de personas a servir al extranjero.



Utilizo el famoso título de Frantz Fanon, icono intelectual de la izquierda marxista durante muchos años, para llamar la atención sobre el descuido interesado de tantos socialistas, lo mismo los carnívoros que los vegetarianos, en lo que respecta a una práctica sistemática del gobierno cubano que se parece mucho al tráfico de personas y el trabajo forzado y que roza la esclavitud.

La traducción al español del libro de Fanon, Les Damnés de la Terre, no atrapa del todo el sentido de la palabra "damnés", que se refiere a los condenados al infierno. Esa era, para este infatigable detractor del capitalismo y el colonialismo, psiquiatra de profesión y escritor de vocación hasta su muerte en 1961, la condición de las víctimas de un sistema que explotaba al ser humano sin misericordia. "El trabajo forzado, la esclavitud, han sido los principales medios", dice en uno de los pasajes de su libro más famoso, "utilizados por el capitalismo para aumentar… sus riquezas y establecer su poder".

Parece una frase para describir lo que hace Cuba, desde hace una década y media, con decenas de miles de personas a las que, bajo el eufemismo de la "exportación de servicios profesionales", ha enviado a la fuerza a servir al extranjero bajo condiciones que harían estallar de ira, con plena razón, a cualquier conciencia de izquierda incluso si una versión edulcorada y limitada de esta práctica fuera realizada por un gobierno de derecha.

Vaya ironía que haya tenido que venir Jair Bolsonaro, desde la derecha brasileña, a poner el dedo en esa purulenta llaga anunciando que solo aceptará recibir a los médicos cubanos que La Habana exporta a su país si se les paga todo su salario y pueden llevar consigo a sus familias. Que la "ultraderecha" pida que los trabajadores dejen de ser explotados y sus familias secuestradas para que el programa de prestación de servicios por parte de profesionales cubanos en Brasil siga adelante, solo puede ser el resultado de una atroz confusión. La confusión que tienen los defensores de Cuba (tanto los abiertos como los taimados o los tartufos) con respecto a lo que es y no es un sistema laboral digno.

Lo digo porque, tras el anuncio de Bolsonaro, la izquierda denunció la terrible miseria que traerá a Brasil prescindir de los servicios médicos cubanos, decisión que por cierto fue de La Habana, pues el gobierno de la isla respondió que no a la invitación a modificar las condiciones del servicio pagándoles la totalidad de su salario a los profesionales y permitiéndoles viajar con familia (nótese, por cierto, la ironía migratoria consistente en que no es el país receptor el que les dice a los profesionales que no pueden traer a sus familias, sino el país de origen el que prohíbe que los profesionales estén acompañados por ellas durante los años en que residen afuera prestando su servicio).

¿De qué estamos hablando? A comienzos de la década de 2000, Cuba salía del "periodo especial", como se denominó a los años de economía de guerra de una isla que había perdido el subsidio soviético y había quedado expuesta en su profundo subdesarrollo. Por aquel entonces buscaba nuevas formas de generar ingresos y, sobre todo, las ansiadas divisas. Una de ellas, que con el tiempo se volvería el principal, fue la exportación de servicios profesionales, lo que quería decir desde médicos y enfermeras hasta maestros, entrenadores deportivos o incluso geólogos.

No se trataba de un voluntariado, como el que ha habido en tantos países, por ejemplo en Estados Unidos a través de los "Cuerpos de Paz". Como en Cuba todos estos servicios pasan por el Estado y los profesionales están sujetos a un régimen que no ofrece opción de ejercer la profesión por la vía privada, y como quien no obedezca las órdenes del poder está condenado a la muerte civil, miles de cubanos pasaron forzosamente a formar parte de esta nueva modalidad exportadora. ¿En qué consistía? En que el gobierno cubano hacía un acuerdo con otro país mediante el cual le enviaba un número determinado, por lo general algunos miles, de profesionales a prestar sus servicios durante unos pocos años. A cambio, el gobierno receptor de estos profesionales pagaba al Estado cubano el salario de los trabajadores en lugar de pagárselos a ellos. Les daba, durante la prestación de los servicios, cama y comida, y un estipendio elemental, pero el salario iba a parar a las arcas del Estado cubano. El "Estado cubano" significaba, para estos efectos, cualquiera de las decenas de empresas estatales que tuviera que ver con los servicios en cuestión. Como queda dicho, ellos cubrían una amplia gama de actividades.

¿Qué hacía el gobierno con el salario de los trabajadores profesionales que el país contratante enviaba en divisas al régimen castrista? Sencillamente, se embolsillaba el dinero. A las familias de los profesionales les pagaba en pesos cubanos una fracción muy pequeñita de lo que había recibido en divisas por cada uno de ellos. Por ejemplo, a las familias de los médicos les pagaban el salario doméstico, unos 65 dólares al mes, más una bonificación de entre 50 y 100 dólares. El gobierno recibía varios miles de dólares por cada trabajador y a cada uno de ellos le pagaba un porcentaje mínimo de ese dinero. Para colmo, lo pagaba dentro de Cuba, a través de la familia y en pesos de escasísimo valor.

Eso no era todo: ningún profesional podía viajar con su familia. Por tanto, estaban todos condenados a separarse de sus familiares durante algunos años. La idea era tener a los familiares en calidad de rehenes como garantía de que los profesionales no desertarían, aprovechando su estancia en el extranjero para librarse de Cuba. Si alguno de ellos desertaba, se le prohibía regresar a Cuba antes de ocho años y a sus familiares se les prohibía salir de la isla antes de cinco años, en el caso improbabilísimo de que obtuvieran el permiso para ello al cabo del periodo de castigo.

Esta "exportación de servicios profesionales" se vio muy alimentada por el subsidio venezolano, pues una de las maneras que tenía Caracas de disimular el regalo cuantioso de recursos que hacía de forma sistemática al gobierno cubano era la contratación, mediante acuerdos de Estado a Estado, de servicios como estos. De allí que hubiera tantos cubanos en las "misiones" venezolanas en su momento (también sirvieron estos servicios para camuflar el ingreso de asesores militares y policiales que han permitido al chavismo crear un sistema represivo muy poderoso y una vigilancia interna a prueba de disidencias organizadas en las Fuerzas Armadas).

Con el tiempo, esta práctica, contra la cual nadie en el mundo que no fuera un crítico muy severo del castrismo protestó, ganó prestigio internacional. A tal punto que Naciones Unidas, a través de la Organización Mundial de la Salud, le dio su aval. De allí que la Organización Mundial de la Salud (OPS) se involucrara en el programa convirtiéndose en supervisora y, oh maravilla, en receptora de una parte de los fondos que los gobiernos contratantes de los servicios pagaban a La Habana por cada trabajador. Esto continúa hasta hoy: en la actualidad la OPS recibe un 5% del dinero que paga un país como Brasil por cada profesional cubano. La inmensa mayoría del dinero sigue, por supuesto, destinado al gobierno, no a los trabajadores.

No hay un solo de los adjetivos que intelectuales emblemáticos del marxismo como el martiniqués Fanon emplearon en su día contra la explotación capitalista que no calce como guante a esta práctica cubana.

El Cuba Archive, que hace una esmerada labor tratando de recopilar información para ofrecer estadísticas sobre Cuba que son casi imposibles de obtener de fuente oficial por la opacidad que rodea al castrismo, ha buceado en toda la documentación posible, mayormente originada en la isla, para ponerle cifras a lo que esta explotación representa. Según ellos, en 2003 Cuba generaba unos 845 millones de dólares; apenas dos años más tarde, la cifra había aumentado a 4.151 dólares y en 2008, a más de 6.200 dólares. Hacia 2012 y 2013, este tráfico de seres humanos y exportación de trabajo forzado o de semiesclavitud alcanzó su auge, con casi 10.500 millones de dólares.

Hoy, Cuba sigue generando miles de millones de dólares de esta práctica que abarca más de 60 países contratantes y que en década y media ha utilizado a centenares de miles de personas. Es, de hecho, la principal fuente de divisas, por encima del turismo o las remesas extranjeras. Solo a Brasil, donde el gobierno de Dilma Rousseff firmó en 2013 el acuerdo con Cuba que está a punto de terminar, han sido enviados casi 20 mil cubanos en oleadas sucesivas. Aunque América Latina, por el rol clave de Venezuela y el Brasil del lulapetismo en todo esto, ha sido la principal región destinataria, los cubanos han servido en muchos países del mundo, incluyendo, por ejemplo, el Medio Oriente. Cuánto recibe el gobierno por cada trabajador es algo que depende del Estado contratante: no es lo mismo la Arabia Saudita de los petrodólares (donde Cuba Archive calcula que pagan hasta 25.000 por cada profesional) que el Brasil que desde 2010 vive un situación económica muy complicada y paga unos 3.600 dólares.

Algunos de estos cubanos despojados de sus salarios y sus familias han tratado de rebelarse. Les está prohibido, por cierto, organizarse en sindicatos, realizar huelgas y ni hablar de la posibilidad de la negociación colectiva. Pero algunos han acudido a tribunales locales, por ejemplo en Brasil, e incluso ha habido casos en que alguna instancia les ha dado la razón y ha condenado los términos de su contratación por parecerse a la "esclavitud". Pero en la medida en que es Cuba quien decide qué hace con ellos, la vía judicial doméstica no ha sido demasiado efectiva para poner fin a este tráfico.

¿Dónde están los indignados? ¿Por qué no vemos multitudes en las calles denunciando esta vil explotación, vituperando a los vampiros que se beben la sangre de los explotados, a los tiburones que se engullen a los pececitos, a los poderosos que están deshumanizando cruelmente a los débiles al despojarlos de sus derechos? No es difícil imaginar el espectáculo de solidaridad que estaríamos atestiguando en medio mundo si cualquiera de los regímenes de derecha que forman parte de la demonología contemporánea hiciera con los trabajadores algo parecido a lo que hacen los tiranos de Cuba en nombre del socialismo. ¿Por qué la Organización Internacional del Trabajo no dice nada sobre una política que viola de manera tan flagrante los más elementales códigos laborales del mundo civilizado?

Por una sencilla razón: porque en cierta forma, como dijo Malraux de la suya hace varias décadas, vivimos en una época extraña en que la izquierda no es la izquierda, la derecha no es la derecha y el centro no está en el medio.R

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