Como conclusión de una entrevista en LT donde explicaba por qué renunció a la decé, Soledad Alvear dijo ser necesaria una nueva mirada -humanista cristiana, cómo no- capaz de hacerse cargo del "exacerbado individualismo" de la época. Como convocatoria está muy bien siempre que no sea necesario interpretarla o de lo contrario es un enigma. En efecto, ¿a cuál "exacerbado individualismo de nuestra época" se refiere? Nunca se había visto como hoy tan completa identificación del ciudadano medio con el catálogo de comportamientos gregarios que Ortega y Gasset describió en su Rebelión de las Masas. Las apariencias engañan; no porque tantos ciudadanos vivan absortos manipulando sus iPhones e inmersos en otras formas de aislamiento social estamos encarando a exacerbados individualistas; al contrario, son tan miembros de una muchedumbre como quienes desfilaban por el Führer en 1934.
Es, la de hoy, una masa atomizada en su manifestación física, pero no menos masa. Esas posturas solitarias, autistas, son engañosas; no manifiestan la creación y preservación de una autonomía personal, sino las condiciones urbanas y tecnológicas que nos separan del Otro. En su interioridad ese presunto individualista es parte de una tribu congregada a base del más mínimo común denominador. Si un nuevo humanismo ha de hacerse cargo de algo es precisamente de eso.
Habría también que ocuparse de otro rasgo de estas muchedumbres disfrazadas de individualismo; es el sentimiento elemental y a menudo letal que el poeta W. B. Yeats describía como "apasionada intensidad". Se refería a quienes se asocian fanáticamente a devocionarios y "narrativas" porque son ellos, estos apasionados dados a recitar una palabrería arrogante y vacía, quienes originan las etapas más oscuras de la historia humana. Ojo, Soledad, con los santurrones deseosos de ir en piño a la Tierra de Nunca Jamás. Pretenden demolerlo y reconstruirlo todo y en su delirio les resulta intolerable la mera existencia de los descreídos. Avanzan en fila siguiendo la utopía del momento y puesto que el fracaso es consustancial a las utopías, entonces, en su deseo por encontrar a los culpables del fiasco, husmean incluso las palabras que el prójimo usa y el tono con que las dijo. Ejemplo: una niña del credo feminista nos advirtió que era desdoroso hablar de "poetisas"; hay que decir "la poeta". Lo nuestro era un acto machista. Así es: hasta en sus suspiros se busca a los heréticos, vivos o muertos.
Los individualistas
En los individualistas lo que predomina, Soledad, no es la exacerbación sino el escepticismo. Benditos sean por eso porque quienes carecen de convicciones carecen también de motivos para imponerle nada a nadie. Siempre es posible tratar y acordar con quien no se hace ilusiones megalómanas relativas a su raza o cultura, duda de toda idea universal que convoque a una Gran Marcha y no mira obsesivamente ni el pasado ni el futuro. En su relación con el prójimo gente así solo busca establecer un marco de convivencia civilizado. Busca a otro ciudadano, no a un "correligionario". Aspira a crear un espacio común donde impere la libertad individual -la única que realmente existe– dentro de límites consensuados. El carente de convicciones tiene, a lo más, una sola: que no hay base para suponerse dueño de la verdad y ningún derecho a obligar a nadie a seguirla aun si creyera poseerla; solo quiere cooperar en lo que importa a la seguridad y prosperidad de todos y respetar y ser respetado.
Los majaderos
Entonces preocúpese, Soledad, no del "individualista exacerbado" sino del intoxicado por la "intensa pasión". Desde ya oramos para que en su futuro referente no haya ninguno de estos últimos. Hay más que suficientes.
Desconfíe de quien desprecia los sencillos arreglos de la vida cotidiana, demuele instituciones, modifica incluso el léxico y en el camino pisotea a los fachos pobres de turno. Recuérdelo: los majaderos que imaginan haber nacido para salvar la galaxia ni siquiera son capaces de salvar su partido. Cargando utopías tropiezan a cada paso con la realidad y a partir de eso no acumulan experiencia y sabiduría, sino solo frustración. De ahí viene la violencia que por ahora solo ha tomado la forma de pateaduras en patota, pero sus perpetradores bien podrían un día buscar la aniquilación de los infieles. El terrorista islámico es solo un caso extremo del mal. Repletos de resentimiento, los intensos apasionados se mueren de ganas de hacerle pagar al mundo su propia inanidad.