¡Apareció Kast primero en una encuesta presidencial de menciones espontáneas! "El noticiario del gran mundo" (para copiar una expresión de Dickens) está conmocionado. Nerviosa la derecha de Chile Vamos, porque un "díscolo" arrastra apoyos desde la UDI y RN y sus candidatos in pectore se van sintiendo retrasados. Nervioso el gobierno, porque una carrera presidencial abierta antes de cumplir un año solo puede ser una migraña.

Más que nerviosa la oposición, y en especial la izquierda, porque no termina de calibrar a José Antonio Kast: ¿Es el pinochetismo, una amenaza autocumplida? ¿Es la ultraderecha, con toda la extensión antidemocrática de ese concepto? ¿O es un Bolsonaro à la chilenne, que de puro excéntrico hace parecer que todo el pasado ha sido un despilfarro?

Antes de unas definiciones más precisas, lo que ha hecho Kast desde su irrupción en la campaña de 2017 se resume en una idea: confrontar a una izquierda demasiado refundacional, muy vociferante, que se ha vuelto arrogante hasta pasarse de largo, como por ejemplo -Boric, otra vez- tomarse a la chunga el asesinato de Jaime Guzmán en vez de asumirlo como un magnicidio político. La derecha irritada a la que Kast representa es, con nitidez, la que se movilizó en masa en la segunda vuelta presidencial, no tanto para proteger la victoria de Piñera, sino para impedir la de la Nueva Mayoría y su casi segura rendición al Frente Amplio.

Gonzalo Müller ha observado que en la base de esta soflama está el esfuerzo por negar la calidad de la transición, que a pesar de nacer en el ambiente generalmente mal informado de algunos jefes frenteamplistas, contaminó a la militancia de la Nueva Mayoría hasta el grado de maltratar al expresidente Lagos. Si la izquierda quiere desconocer la transición –sigue el razonamiento de Müller- no se ve razón para que la derecha no acepte el desafío y se proponga también partir de que todo ha estado mal y, más mal que todos los males, la moderación.

El "gran mundo" no es la aristocracia, sino una clase parlamentaria encerrada en los muros del feo edificio de Valparaíso, que es elegida por los ciudadanos, pero no tarda en olvidarlo para pensar que sus puntos de vista son más valiosos cuanto más sesgados. ¡Qué inagotable fuente de satisfacción la de quienes admiran sus propias opiniones, sus singulares visiones de la historia! Kast es el espejo de esa polarización, el reflejo devuelto hacia la revolución de salón.

Solo que es un producto inteligente, que comete muy pocos errores -por ejemplo, no imparte instrucciones al gobierno, como el senador Ossandón- y que usa Twitter como un gatillo para ponerse al frente de la izquierda entusiasmada, estudiantil o de la vieja guardia. Los cortafuegos que imaginan algunos legisladores -por ejemplo, el proyecto del negacionismo, los ataques al Tribunal Constitucional, el saboteo de la re-forma tributaria, son gasolina para ese pequeño fuego

Es una trampa perfecta, porque por otro lado, ¿qué puede hacer la oposición para recordar que existe? La inteligencia política consiste en esto, en caminar sobre la cornisa de las decisiones difíciles haciendo lo posible para no tropezarse. Si alguien en ella cree que Kast es una amenaza mayor que el gobierno de Piñera, ya casi sabe dónde se tropezará.