Columna de Ascanio Cavallo: La vocación de chusma
No es imaginable la resurrección del pinochetismo en los términos en que existió; la historia no tiene retorsiones tan truculentas. La derechización de la derecha no va por esa senda. Lo que la mueve, principalmente, es la conducta de una izquierda que no termina de diferenciarse en su irritabilidad.
¿Se derechiza la derecha chilena? Desde luego; y no hay por qué extrañarse. Sabemos desde hace un par de siglos que la dialéctica política consiste en eso: cuando un sector se mueve hacia una punta, el otro se inclina hacia la contraria. La derechización de la derecha es una excrecencia de la izquierdización de la izquierda. Quien haya escuchado la forma en que la derecha, incluso la moderada, la centrista, se refiere al gobierno de la Nueva Mayoría, sabe esto desde el primer día de la campaña presidencial pasada. ¿No estaban allí casi todos los síntomas: los competidores en las primarias de Chile Vamos, la candidatura desmarcada de José Antonio Kast y, sobre todo, la maciza y enojada movilización para la segunda vuelta presidencial?
Pero eso no equivale al regreso del pinochetismo. No es la entronización del diputado Ignacio Urrutia ni de la diputada Camila Flores, que tienen lo suyo y lo defienden con bravura, pero ya está. La reivindicación de Pinochet se va a producir, más tarde que temprano, aunque solo sea porque ha sido demonizado hasta el grado imposible de pretender su inexistencia. Hace 30 años obtuvo más del 44% de los votos y es inicuo pretender que esa adhesión se volatilizó. Más aún: desde entonces, solo Lavín y Piñera han conseguido votaciones mayores en la derecha.
Así y todo, no es imaginable la resurrección del pinochetismo en los términos en que existió; la historia no tiene retorsiones tan truculentas. La derechización de la derecha no va por esa senda. Lo que la mueve, principalmente, es la conducta de una izquierda que no termina de diferenciarse en su irritabilidad.
¿Qué cosas operan hoy en favor de la derechización? De un lado, algunas conductas de sus adversarios: la pasión caníbal por devorarse a sí mismos y a sus mejores líderes; la ausencia de respuestas prácticas a fenómenos complejos, como la inmigración, donde ningún pietismo basta para aplacar el sentimiento de amenaza; el silencio bovino hacia gobiernos impresentables que siguen activos en América Latina; las descalificaciones a órganos que les disgustan, como el Tribunal Constitucional, que una patota traduce luego en una encerrona callejera; el desequilibrio desembozado para distribuir la calidad de criminal político; en fin, la terca inclinación a preferir la historia como pantallazos y negarla como procesos.
Y del otro: el impresionante ascenso de la derecha dura en Europa, ya no solo en los países exsocialistas -otro ejemplo de dialéctica política-, sino también en el moderado centro oeste, que fue el paraíso de la socialdemocracia, Italia, Holanda, Bélgica, Francia; el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, apabullante para un país que pasó 23 años bajo gobiernos de izquierda (la del lulismo, "más a la izquierda" que Fernando Henrique Cardoso), sin olvidar la victoria de Iván Duque en Colombia, solo por sostener que las Farc fueron derrotadas, y esa vieja sensación -por cierto, inconfirmada- de que la derecha siempre lo hace mejor en las cuestiones de administración y de fuerza.
¿Quién gana con la ciénaga de Carabineros? Cualquiera, menos la izquierda. Aparte de batir el récord de sacar a 47 generales y dos generales directores en nueve meses, el Presidente Piñera recibió del general Hermes Soto un valioso regalo: su negativa a renunciar, permitiendo al Presidente cursar un decreto fundado del que se hacen parte, aun sin desearlo, el Congreso y la Contraloría. ¿Se puede imaginar un mejor diseño para reforzar la autoridad presidencial?
Piñera no se irá con esto hacia la derecha "dura"; eso no está en su constituency ni en su experiencia vital. Pero esa derecha ve con satisfacción la intervención del gobierno en un organismo que hasta hace unos meses era visto como un subalterno de los gobiernos de centroizquierda. El general Bruno Villalobos llegó a salvar el cargo cuando se descubrió el mayor fraude monetario de la historia de Carabineros, con el simple recurso de decirle a la entonces Presidenta Bachelet que su mantención era una garantía de que lo resolvería; quizás la Presidenta no advirtió que esa era una nueva versión del argumento usado por el general Pinochet cuando el Presidente Aylwin le dijo que prefería que se fuera del Ejército. Pero de ahí en más, Villalobos pareció un protégé de la administración, razón suficiente para que se abriera una batalla campal dentro de la policía.
Esta vez, la realidad imita a la caricatura. Parece una broma que dos generales puedan estar en liza, acumulando por delante y por detrás a otros generales y coroneles, y unos y otros se ataquen con toda clase de herramientas infectadas (¡un bando llegó a utilizar a un diputado del PC!), a la vista de 51 mil subordinados que solo esperan oír una voz de mando, una sola. ¿Quién la ofrece? El gobierno de derecha, el Presidente de derecha, que saca al general aunque se resista, echa a 10 más si es necesario, y llega al récord de 47 generales: ¿No es la tan postergada reestructuración de Carabineros?
Tampoco hay que exagerar: la andrajosa situación de Carabineros será una oportunidad, pero maldita sea la oportunidad. Ha costado una vida y las seis peores semanas del gobierno interior. Los gobiernos, como las personas, envejecen prematuramente con estos dramas, se vuelven más escépticos y amargos.
Pero en su entorno las cosas se mueven de otro modo. Si Jacqueline van Rysselberghe ha vuelto a imponerse en la UDI no es porque resurja el pinochetismo, sino porque sus militantes habrán percibido una mejor capacidad para contener a quienes los quieren desbordar por la derecha. El polo magnético en que se ha convertido José Antonio Kast para ese sector es el mayor quebradero de cabeza que haya tenido nunca Chile Vamos, y eso que a Kast le falta la ordinariez del gran líder populista, esa vocación de chusma y refundación que ha ido de Perón a Mao, de Catilina a Chávez.
De pronto, las elecciones que vienen, las municipales y regionales del 2020, empiezan a tomar otro sentido. Capaz que sean la medición de cosas que hace solo un tiempo no imaginábamos.
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