Columna de Héctor Soto: Ciclos y tumbos
Este podría ser el inicio de un ciclo político centroderechista. Es sano y prudente insistir en el "podría", puesto que no hace mucho la cátedra dio por hecho que habíamos entrado a un nuevo ciclo político, el ciclo de la izquierda, donde Bachelet nos iba a rescatar de las fauces del capitalismo salvaje y ocurrió que, cuatro años después, a raíz del mayor triunfo electoral conseguido por la derecha en su historia, Piñera nos terminó rescatando de las garras de Bachelet. ¿Será capaz Chile Vamos de darle gobernabilidad a Chile por un período de tiempo semejante al que entregó la Concertación?
El tema que está en juego en el actual debate sobre el futuro de la derecha es si Chile Vamos será capaz, en definitiva, de darle gobernabilidad a Chile por un período de tiempo semejante al que entregó la Concertación. Hasta aquí, en función de lo ocurrido en este primer año de la segunda administración de Piñera, esa posibilidad no tiene por qué ser descartada. Sí, podría ser que el futuro huela a Chile Vamos. No solo porque hasta aquí al gobierno le ha ido relativamente bien este año. Y no solo porque la oposición sea en estos momentos un páramo, más allá de las rendijas de protesta que le abre la muerte de Camilo Catrillanca, el Pacto Migratorio de Naciones Unidas o la historiada remoción del general director de Carabineros que no quiso renunciar. También porque la izquierda está con un severo déficit de proyectos no solo en Chile, sino en todo el mundo.
Así las cosas, este podría ser el inicio de un ciclo político centroderechista. Es sano, sin embargo, además de prudente, insistir en el "podría", puesto que no hace mucho la cátedra dio por hecho que habíamos entrado a un nuevo ciclo político, el ciclo de la izquierda, donde Bachelet nos iba a rescatar de las fauces del capitalismo salvaje y ocurrió que, cuatro años después, a raíz del mayor triunfo electoral conseguido por la derecha en su historia, Piñera nos terminó rescatando de las garras de Bachelet. Una de dos: o el electorado nacional se ha vuelto muy voluble o, tal como para comer pescado, en la métrica de los ciclos políticos hay que tener mucho cuidado. Una cosa son los ciclos, que se gestan y maduran con el tiempo, y otra los tumbos, que son solo vaivenes violentos en el camino… Por lo mismo, nada impediría que en la próxima elección el país optara por otro golpe de timón, también brusco como el del año pasado.
Hasta aquí, al menos, eso se ve difícil. Sin embargo, todo puede cambiar si la centroderecha se divide, riesgo que en los últimos días ha estado creciendo y que eventualmente podría, de cuajo, echar por tierra la posibilidad del supuesto nuevo ciclo.
No hay que conocer demasiado las lógicas de la derecha chilena para concluir que el fantasma de la división siempre estará presente. Lo estuvo en el pasado y lo seguirá estando en el futuro. Hay sí una diferencia y es que ahora las discusiones públicas más apremiantes de la actualidad -la seguridad ciudadana, el tema de la migración, la protección a la clase media, el Aula Segura- se juegan mucho más en canchas de la derecha que de la izquierda.
¿Tendrá la derecha el talento que tuvo en el pasado la Concertación para aceptar, resistir y procesar civilizadamente sus diferencias internas? El asunto en realidad está por verse. La derecha nunca toleró mucho la diversidad. Incluso, el 2010, el bloque político que estuvo detrás del primer gobierno de Piñera, la Coalición por el Cambio, fue más un manojo de intenciones que una experiencia de convivencia civilizada. Recién ahora, con Chile Vamos, la situación ha comenzado a cambiar un poco. En primer lugar, porque hay mayor sintonía entre el gobierno y los partidos oficialistas. Y, además, porque, a la sombra del poder, algo ha madurado el sector y hoy existe mayor conciencia en su interior del valor de la unidad.
Pero sin duda que subsisten diferencias en el bloque y tanto la proporcionalidad del sistema electoral como los nuevos tiempos -las redes sociales, la desintermediación de la política- agregan combustible al fuego para que las divergencias se manifiesten. Las últimas jornadas no han sido especialmente plácidas en Chile Vamos. Un día es por culpa de Bolsonaro o Pinochet y al otro es por las elecciones de la UDI o por José Antonio Kast. Una turbulencia tras otra. En la derecha hay discusiones en curso sobre dilemas fundamentales que la izquierda -en su larga siesta posderrota electoral- ni siquiera imagina.
Por lo mismo que el panorama no está muy fluido, todavía cuesta saber si va a ser el proyecto del gobierno o será otro el que definirá el futuro de la derecha. El de Piñera consiste en refundar al sector desde el centro político, que se vació en la época de la Nueva Mayoría, dejando una vacancia que hasta ahora ninguna fuerza política ha podido llenar. La suya parecía una idea razonable, pero distintas evidencias de los últimos meses -relacionadas, sobre todo, con el despertar de una derecha más dura en temas de memoria, de inmigración y de seguridad pública- sugieren que el eje del proyecto podría desplazarse ahora un poco más a la derecha de lo que el Presidente quisiera. Hasta aquí, la posición de La Moneda es reconocer que en la coalición hay gran diversidad, sobre todo en los temas del pasado, pero que en los dilemas del futuro el sector no se pierde ni por un instante, porque está completamente alineado.
¿Será tan así? ¿Lograrán cohabitar liberales y conservadores, duros y blandos, doctrinarios y pragmáticos en un solo gran bloque capaz de dar continuidad al actual gobierno? ¿Dónde comenzaría tal bloque, en la UDI o en José Antonio Kast? ¿Qué negociaciones y transacciones tendrían que darse para hacer posible una coalición ampliada? ¿Cuánto podría ganar y cuánto podría perder Chile Vamos en una operación así?
A raíz del surgimiento de los nuevos populismos, la experiencia mundial a este respecto no es definitiva. Es Estados Unidos el fenómeno Trump quebró los ejes tradicionales de la política y, entre vacilaciones y tumbos, sigue generando muchas tensiones. En Europa, por su parte, la extrema derecha ha debido correr por un carril enteramente separado del resto del arco político, salvo en Italia, donde hizo alianza con un movimiento populista que venía de la izquierda. Hora de injertos raros y oportunismos a la carta de los que hasta ahora al menos hemos estado a salvo. Hay que tocar madera, eso sí.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.