Al paso que vamos, y más allá de cualquier pretensión futurológica, todo indica que en lo que resta del año las variables del juego político no es mucho lo que cambiarán. El gobierno enfrentará este largo invierno a la espera de que las cifras económicas mejoren después del tercer trimestre. El Presidente seguirá resistiendo con una descomunal agenda diaria de actividades el sostenido desgaste con que lo han venido golpeando las encuestas. La Moneda continuará enfocada políticamente en sacar adelante antes de enero próximo la modernización tributaria y la reforma del sistema de pensiones.
Es un desafío arduo, entre otras razones porque no habrá día ni semana de tranquilidad. Las dos iniciativas están pendidas con alfileres y colgarán durante su tramitación en el Congreso de hilos muy delgados. Qué duda cabe que la incertidumbre las acompañará hasta el final, como en una teleserie de suspenso barato, alargado e interminable. A estas alturas ya se está haciendo muy difícil para la gente distinguir en el debate entre ideas y consignas, entre razones y emociones, entre egos y convicciones, entre astucias y deslealtades puras y duras.
De hecho, están dadas todas las condiciones para que afloren las peores prácticas de la política. Por de pronto, el gobierno está en minoría en el Congreso y expuesto a una taimada rotativa de rechazos y vetos. Fue para abrir una pequeña ventana de oportunidades que el gobierno negoció un protocolo de acuerdo con la DC, pero el valor de este instrumento está en duda, porque hace rato la disciplina dejó de estar entre los rasgos que caracterizan a esta colectividad. Así las cosas, la mesa hoy está puesta para que roben cámara y accedan a sus 15 minutos de fama no solo los díscolos del partido, sino también todos aquellos que tienen cuentas pendientes con la directiva de Fuad Chahin o que sueñan con proyectar su propia identidad política por la libre y en grande.
Si el protocolo a la larga se cumple, el gobierno celebrará sus reformas y habrá roto con paciencia y buena letra el inmovilismo político de los últimos meses. Pero si no se cumple, bueno, el desgaste para La Moneda habrá sido en vano y, además, se hará patente no solo el fracaso de la directiva DC, sino también el de la apuesta por perfilar al partido en una identidad distinta a la que tuvo mientras fue parte de la Nueva Mayoría.
Vienen, por lo tanto, meses de tira y afloja y que serán fastidiosos. Como el Presidente no pierde la fe ni el optimismo en que su gobierno finalmente se recuperará, está claro que no dejará viaje, anuncio, visita, inauguración o punto de prensa por realizar. En términos de persistencia no hay a él quién le gane y este es un dato que está tanto en su ADN como en su trayectoria política.
También lo está el protagonismo. Piñera es Piñera y le gusta estar en todo. El Mandatario sinceramente cree que, estando él en la foto, el retorno político para el gobierno será siempre muy superior a que si no estuviera. La verdad es que el tema es discutible, entre otras cosas, porque parte del deterioro presidencial en los sondeos de opinión proviene de haberse involucrado innecesariamente en polémicas menores que comportaron para él puros costos y cero beneficio. Desde luego, también fueron devastadores los autogoles o errores no forzados, el más importante de los cuales -importante como símbolo, huelga repetirlo- ocurrió en el viaje a China. Como quiera que sea, en momentos como el actual, cuando el gobierno se enfrenta a un largo paro de profesores que hasta aquí, además, tiene amplio respaldo ciudadano, es cuando se vuelve dramático comprobar que el gobierno se comió gran parte de su capital político en la contingencia anecdótica del día a día y no en el blindaje de causas que realmente valieran la pena.
Como la política es un flujo, no un stock, las variables siempre pueden cambiar. Lo que se perdió un día bien puede recuperarse después, y lo que parece álgido en la actualidad quizás no lo sea mañana. El gobierno tiene claro, por ejemplo, que en el plano migratorio viene un reto de enormes proporciones y se ha estado preparando para ello, porque es un fenómeno que, más allá del buenismo y de las lágrimas de las imágenes de la televisión, puede generar, en un escenario de caos, enormes presiones económicas, culturales y sociales. Eso la gente lo intuye y es la experiencia que en distinta escala ya comienzan a vivir distintas ciudades del país. El problema para La Moneda es un desafío complicado. Pero también una oportunidad para conectar con los sentimientos predominantes.