El Presidente parte de vacaciones y las cuentas que debe estar sacando de su primer año seguramente lo tienen contento. Su tenacidad, su aplicación, su enorme capacidad de trabajo y también su compulsión por estar en todo explican buena parte de los logros que ha obtenido. Piñera es un Presidente que lamenta que el día tenga solo 24 horas, que presiona mucho a sus ministros y que vive pidiendo cuentas. Por eso, no hay área donde su administración no haya dejado ya huellas perceptibles. Y en algunas -como en Educación, en Transportes, en infancia o en asuntos de la mujer- podría incluso estar haciendo historia.
No es por ahí, sin embargo, no es por el lado de su activismo agotador por donde este gobierno calificará ante la posteridad. La impresión que muchas veces queda es que son demasiados los platos que La Moneda está haciendo girar en el escenario. Y que si se concentrara en menos, tal vez las cosas podrían ir mejor. Porque en realidad falta foco. Es tan poco lo que los gobiernos pueden en realidad mover las agujas en cuatro años que por supuesto es válida la pregunta de si vale la pena gastar pólvora en gallinazos en todos y cada uno de los frentes de la actividad nacional. En realidad, como este cálculo estratégico no solo es conveniente, sino también ineludible, el gobierno va a tener que aprender en su segundo año a ser más selectivo y a priorizar mejor. Simplemente porque hacerlo todo -como lo sabe cualquiera que entienda de estas cosas- es imposible. Imposible incluso porque llega un momento en que el cumplimiento de las metas programáticas entraña contradicciones insolubles.
Descontada la atención que el Presidente pone en el comportamiento de cada uno de los indicadores económicos, cosa de la cual la gente está al tanto, pero no siempre agradece, porque para eso llamó a la centroderecha al gobierno, hubo dos o tres temas este primer año que tal vez podrían contribuir a perfilar la administración. Uno es el de la infancia, donde se empezó a trabajar en serio y con un mayor horizonte de oportunidades; no cabe duda de que en este plano La Moneda podría instalar una diferencia. Otro es el del mérito, siempre y cuando si además de transformarlo en puerta de ingreso a los liceos de excelencia el gobierno también lo convierta en un valor superior de todo el proceso educativo y del trabajo docente. También fue interesante la idea de empezar a proteger un poco mejor lo nuestro, particularmente aquello que está en riesgo, y que se expresó en planos tan diversos como el rechazo a la violencia en los colegios o en el fin del caos migratorio que dejó la administración anterior.
El gobierno tiene para este año dos desafíos enormes y que están en la base de las expectativas que convocaron de nuevo a Piñera al gobierno. El primero se refiere a la red de protección para la clase media, en la que él mismo insistió mucho mientras fue candidato. Tenemos una clase media pujante, aunque todavía muy vulnerable, y se supone que el Presidente propondrá una fórmula para resguardarla y acompañarla en casos de emergencia.
El otro reto tiene que ver con la seguridad pública, tema que, desde luego, se complicó con los sucesivos patinazos de Carabineros en el último tiempo. No obstante que la delincuencia en Chile está lejos de estar fuera de control, una de las demandas más transversales de la sociedad, incluso más intensa en poblaciones que en barrios acomodados, tiene que ver con el orden y el imperio de la ley. En el puzzle de la seguridad pública chilena hay piezas que no están funcionado como debieran y se supone que en la centroderecha hay mayor voluntad para ajustarlas o cambiarlas. Eso, precisamente, es lo que el país está esperando.