Hay veces en que se agradecería que el carácter de las personas pesara en la política algo menos de lo que pesa. Es lo que a cualquiera le hubiera gustado en el desarrollo de la visita del Presidente Piñera a China. Todo indica que fue un viaje provechoso, que estableció nuevos puentes y que abrió oportunidades para el país. Sin embargo, dos lamentables incidencias -la declaración de que cualquier país se da el gobierno que quiere, lo que fue un error, y la presencia de los hijos del Mandatario en la comitiva, lo que fue un descriterio- terminaron devaluando los alcances de la experiencia y disolviéndola en esa peligrosa área de la discusión pública que se extiende entre el chisme, la farándula y la mala fe. Triste, porque objetivamente el esfuerzo merecía otro desenlace.
Piñera es Piñera y nadie lo va a cambiar. A raíz de lo ocurrido, muchos se preguntaban en qué estaban los asesores del Presidente. En sus puestos, se supone. El cuadro se complica cuando hay un Mandatario que se las sabe todas, que triunfó dos veces en campañas presidenciales difíciles, que cree saber más que todo su gabinete junto y que no siempre logra conectar con los momentos, con la época, con la calle, con las emociones colectivas y con el clima anímico del terreno que está pisando. Sin duda que es un problema. Pero es una variable con la que hay que contar. Desde luego no es un factor invalidante. Después de todo, como dice Jack Lemmon en la escena final de Una Eva y dos Adanes, "nadie es perfecto". Así las cosas, puesto que nuevos temas van entrando a la discusión, vamos a la página siguiente.
Vienen otros momentos y otros desafíos. Este año, incluso, ya está bastante exigido y va quedando poco espacio para que el gobierno siga complotando contra su propia agenda política con declaraciones mal pensadas, medidas mal evaluadas, chistes inoportunos y anuncios que a veces ni siquiera consiguen flotar 24 horas. La verdad de las cosas es que nada de esto hace historia. Es pura hojarasca. Pero está visto que tiene un efecto ferozmente corrosivo en la encuesta Cadem de todos los lunes.
De alguna manera, la ciudadanía premia la seriedad y el trabajo honesto y bien hecho. El momento actual es delicado, porque los retornos de la economía todavía distan de ser lo que se esperaba, porque son pocas las buenas noticias en materia de seguridad pública y porque es de temer que este invierno, más que agua, traiga nuevos desencuentros, no obstante que la tramitación de la reforma tributaria ya empezó y que están sobre el tapete reformas que no debieran esperar mucho: la de Fonasa, la de las isapres, la laboral. En algún momento se conocerá, además, la tantas veces prometida red de protección para la clase media. Para un solo gobierno, basta y sobra, toda vez que el desempeño de la economía acompañe.
Es importante tener en cuenta, por otro lado, que lo que aquí está en juego es más que el éxito o el fracaso de este gobierno. Lo que está en riesgo es el modelo, es decir, la estrategia de desarrollo que el país, bien o mal, con más o menos compromiso u ortodoxia, ha seguido en los últimos 30 años. Si a este gobierno le va mal, lo más probable es que la pelota salte a otras canchas, en parte porque el bloque opositor hasta este momento no ha logrado articular una alternativa de poder ni un proyecto de país que sea convincente. Y en parte, también, porque la polarización ha trasladado la comandancia en jefe del bloque opositor desde lo que fue la centroizquierda al Frente Amplio. Es esta coalición, minoritaria y todo, inorgánica como todavía parece ser, la que dirige los temas, asigna los roles, pone el setting, arma las filas y cuenta los votos en el Parlamento. En estas circunstancias, cualquier cosa puede ocurrir; de hecho, escenarios solo un poco más líquidos que el nuestro han conducido en otros países a engendros políticos muy raros y lo cierto es que Chile no está inmunizado a este respecto.
Sería a lo mejor injusto decir que el país está entrampado. Pero estamos pagando las consecuencias de una cierta ambigüedad electoral, porque, por una parte, la ciudadanía le entregó al Presidente a fines del año 2017 un mandato político robusto y, por la otra, dejó a su coalición en minoría en el Congreso. Hay ahí una contradicción evidente. En ese cuadro, como se ha dicho tantas veces, no hay otra salida que los acuerdos. Dicho así, la solución parece fácil. El problema radica en que se está poniendo cada vez más difícil la pista para lograrlos.