La política del sentido común avanza sigilosa y amable, como una serpiente que zigzaguea entre los escombros de algo que se derrumbó, un vertedero -de ideas, de proyectos, de futuro- que le sirve de nido y refugio. La nueva criatura se desliza en un culebreo aparentemente inofensivo, y se anuncia con un cascabeleo musical que se escucha en medio de un coro de buenas intenciones que claman por volver al pasado ideal, retornar a un mundo que se fue, tiempos lejanos cuando los vicios no existían y la juventud se caracterizaba por tomar limonada con jengibre y reunirse a saltar la cuerda y a jugar corre-que-te-pillo. Un pretérito perfecto inventado, pero que se invoca como una realidad concreta e irrefutable.
El más reciente movimiento de esta política del sentido común es la propuesta de un toque de queda para menores de edad, cuyo objetivo último es evitar el consumo de alcohol entre adolescentes. Una versión playmobil del Estado policial. El mensaje enviado a la opinión pública es que para inhibir que los más jóvenes se emborrachen, no basta la educación, no basta la intervención de los padres, no alcanza la prohibición de venderles alcohol: es necesario que el Estado se haga cargo restringiendo su circulación y procurando que voluntarios civiles los vigilen. Los mismos grupos que inventaron la expresión "Con mis hijos no te metas", calumniando programas de educación sexual, aplauden una medida que estimula a que extraños detengan hijos ajenos en la vía pública y les impidan transitar.
La autoridades de ocho comunas, la mayoría de Santiago, decidieron que la manera más adecuada para disminuir la ingesta alcohólica de muchachos y muchachas menores de edad era estableciendo toques de queda. Una idea de aspecto anticonstitucional, que disfrazada de plebiscito luce muy democrática. Como la consulta pública de 1978, aquella convocada para desprestigiar a los organismos internacionales durante los años dorados de las restricciones a las libertades individuales en Chile. El referéndum municipal se llevó a cabo. Votó menos del nueve por ciento del padrón habilitado, pero ganó el Sí, que es lo que importa.
Frente a fenómenos complejos, lo mejor son soluciones simples y concretas, que puedan plebiscitarse, anunciarse en el noticiero central y funcionar como carnada para matinales. Ya se lo decía Susanita a su amiga Mafalda: la mejor manera de que no haya pobres, es que se vayan del país, pero que antes dejen la limpieza hecha y el almuerzo cocinado. Sencillo, concreto, práctico. En este caso, la manera más apropiada de acabar con el consumo de alcohol y de drogas es limitando los horarios de libre tránsito para menores de 16 años. Un antecedente perfecto para que alguien, en un futuro cercano, pueda llegar a plantear extender la misma lógica a minorías, molestas al poder ¿Qué tal si evitamos que salgan a la calle, que se reúnan, que protesten y los obligamos a mantenerse en su habitación? Hagamos un plebiscito para eso, votemos si queremos ver a la gente rara encerrada o queremos la tranquilidad de toparnos solo entre parecidos.
Para hacer efectivo el toque de queda, el alcalde de Las Condes anunció la creación de una brigada de adultos y jóvenes voluntarios, una suerte de policía de la juventud que patrullará calles, veredas, plazas y esquinas, buscando rebeldes a quienes "recomendar fuertemente" volver a sus casas, porque ya no son horas de que estén en la calle. ¿Qué harán esos adultos si su advertencia no es escuchada?
El plan me recordó tramas de series distópicas y la historia de Rimsky Rojas, un cura salesiano que solía recorrer durante las noches de fin de semana las calles de Valdivia, Iquique y Punta Arenas buscando alumnos de fiesta, con la excusa de protegerlos y evitar que caminaran borrachos por las calles. La comunidad estaba fascinada con la iniciativa del sacerdote, que se sacrificaba todos los viernes y sábados, merodeando por la ciudad, subiendo al auto a jovencitos con tragos en el cuerpo. Un ángel de la guarda, un chaperón celestial. El cura se encargaba de llevar a los muchachos a sus casas. Años después, cuando el daño estaba hecho, las verdaderas intenciones del religioso fueron develadas por sus víctimas
¿Por qué una persona adulta querría salir a patrullar la conducta de adolescentes desconocidos durante la noche? ¿Qué requisitos deberán cumplir esos voluntarios? Tal vez para ser parte de la brigada solo sea necesario contar con la pulsión de establecer el orden nocturno a la fuerza, disponiendo de vidas ajenas con energía y señalándoles el buen camino como misioneros de la buena conducta.
Una nueva era de amenazas a las libertades individuales está comenzando a ser ensayada, esta vez con apariencia democrática y recubierta de las buenas intenciones del populismo de peluche, aquel que confunde el rol del político con el del espía y carcelero.