18 femicidios
Consideremos simultáneamente los femicidios y las demandas estudiantiles. ¿Es posible abrir un diálogo entre las demandas de las movilizaciones ciudadanas y las masculinidades aferradas a la ceguera de género que los conduce hasta la muerte?
El jueves recién pasado nos despierta la desalentadora noticia del octavo caso de femicidio en una semana en nuestro país. Estos dramáticos asesinatos de mujeres nos asfixian cada día. No es posible aún conocer el número de femicidios cometidos por desconocidos, pero sí tenemos registro de los 18 femicidios ocurridos durante el año 2018. Desde el enfoque victimológico que manejamos en investigación psicojurídica partimos de la claridad de que no existe un perfil de víctima, salvo su vínculo con el agresor. De acuerdo con la información registrada por Sernameg, se trata de mujeres de distintas edades, con o sin hijos, del centro, norte o sur del país, quienes fueron asesinadas a manos de sus parejas o exconvivientes, de los cuales 12 se encuentran detenidos y seis se suicidaron.
Los femicidios se definen como la forma más extrema de violencia contra las mujeres, donde el crimen es la aberración final luego de un extenso calvario de sufrimiento, pero también de múltiples formas de lucha por sobrevivir. Las investigaciones en psicología jurídica nos muestran que estas violencias tienen efectos nefastos y a largo plazo en la vida familiar, en especial en los hijos e hijas que sobreviven a su orfandad, daña los vínculos comunitarios próximos, fragilizando las redes de confianza, y conlleva secuelas emocionales en las personas próximas a su historia y desenlace.
En las redes sociales circula la idea de que estos crímenes de odio podrían estar intensificándose en la escena actual de reivindicaciones feministas. Imagen donde algunas masculinidades tendrían arrebatos de odio frente a un cambio cultural que derrumba su imaginario y privilegios, ¿pero ello es pertinente para explicar que ciertos hombres actúen ensañándose contra sus parejas? Pienso que esta visión es insuficiente para comprender y responder a estas tragedias.
Consideremos simultáneamente los femicidios y las demandas estudiantiles. ¿Es posible abrir un diálogo entre las demandas de las movilizaciones ciudadanas y las masculinidades aferradas a la ceguera de género que los conduce hasta la muerte?
Sin duda, las formas de movilización estudiantil expresadas hoy nos traen aire fresco. Sus reivindicaciones revitalizan los llamamientos de mujeres que por oleadas han buscado incidir en la expansión de derechos, denunciando las distintas formas de violencia de género que nos afectan en la sociedad. Así es como las nuevas generaciones de mujeres nos interpelan, con el fin de transformar nuestras maneras de relacionarnos, cuidando la democracia en los espacios cotidianos.
De acuerdo al trabajo nacional e internacional en el campo de las violencias de género, no es posible responder a las formas extremas de violencia sin antes reconocer su incumbencia con el conocimiento que los feminismos han ofrecido para explicar y comprender el fenómeno. A nivel nacional, este planteamiento está puesto en el debate hace más de una década.
La actualidad nos llama a reconocer que las violencias de género contra las mujeres son formas abusivas de ejercer un poder amparado y conocido como patriarcado, por lo que si queremos buscar formas de desbaratar las estructuras que sostienen dichas violencias extremas, no podemos sino asumir y estar dispuestos/as a transformar los fundamentos mismos de lo que concebimos como "nuestro mundo", donde la masculinidad hegemónica tiene, sin duda alguna, un lugar de confort, y por eso puede verse amenazada.
Estar dispuestos/as a enfrentar las violencias implica darnos el tiempo como sociedad para revisar nuestras formas de relacionarnos entre mujeres y varones, desde las formas de encontrarnos en la vía pública, las maneras de interactuar en la escuela o en el trabajo, apuntando a modificar las prácticas institucionales, las pedagogías, las comunicaciones o la publicidad, hasta impactar en los espacios más íntimos y afectivos de una pareja heterosexual. Se trata de dar espacio al reconocimiento de unas y otros como personas humanas plenas de derechos.
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