En la política chilena existe hoy una derecha que gobierna sin prisas ni dramatismo, por ahora sin hacer un esfuerzo mayor, tiene un buen nivel de apoyo, sus reyertas internas carecen de toda elegancia, pero tampoco tienen al gobierno al borde de una crisis de nervios. El Piñera de hoy es más sosegado que el de ayer, y la composición de fuerzas en la derecha es más equilibrada y diversa, lo que le permite conectarse con un público más variado.
Existe una izquierda radical, muy heterogénea, que descubre los pasillos del poder y aprende a dar sus primeros pasos, con el encanto de lo nuevo; pelean harto, pero con un cierto pudor, tienen el instinto de guardar las formas hasta tener una tonalidad política que por ahora no se sabe mucho cuál será.
En el espacio reformador donde solía habitar la centroizquierda, hoy existe un zafarrancho difícil de descifrar. Habiéndose volatilizado la Nueva Mayoría, el desorden ha ocupado todos los espacios; las deserciones y los enredos están siempre presentes, pese al esfuerzo de cada partido por darse un mínimo de institucionalidad.
Todos claman por la unidad mientras se pelean, y a falta de conceptos se dedican con ahínco a establecer distintas ubicaciones geométricas de sus preferencias unitarias; el premio mayor se lo lleva, sin dudas, la ubicación del Partido Socialista en el centro de la izquierda.
Todo ello deja un enorme vacío en el espacio reformador democrático que otrora ocupó la Concertación con un prolongado éxito, más allá de sus naturales límites.
Ese sujeto reformador hoy no existe, no es una alternativa de gobierno para conducir al país hacia un desarrollo integral.
No existe ni como coalición ni se encarna en un partido; los partidos que antes conformaron esa coalición no son ni la sombra de lo que fueron, carecen de horizontes claros.
Construir para los tiempos de hoy un sujeto reformador tiene más obstáculos que facilidades. En primer lugar, porque quienes deberían construirlas son aquellos mismos que lo deconstruyeron, salvo pocas excepciones.
A la Concertación no la atacaron los alienígenas, implosionó desde dentro, se le destruyó el nosotros, reemplazándolo por una cacofonía de muchos yo; renunció a cualquier visión pasablemente positiva de lo realizado, renunció a su método y su ritmo, se llenó de personalismos y luchas intestinas de acomodamientos y frescuras, renunció a la mediación política, acogió sin espíritu crítico las demandas del movimiento social, tanto aquellas positivas como algunas narcisistas, identitarias y maximalistas. Al dejar sin voz la razón reformadora abrió la posibilidad a la derecha de representar a amplios sectores moderados, cansados de lenguaje terco de la Nueva Mayoría.
Ese vacío no se puede llenar con el pasado. La nostalgia solo lleva a la melancolía y esta solo a la extinción política o a una sobrevivencia residual.
La ausencia del vacío reformador puede terminar volviéndose irrelevante. De una parte el gobierno encarna casi el conjunto de la institucionalidad democrática, y los movimientos sociales dirigidos por sectores radicales son capaces de imponer una agenda por meses; los demás quedan como comentaristas preocupados, hasta que las cosas se agotan, porque todo tiene un final y los estudiantes vuelven a preparar exámenes en espera de la próxima explosión grupal.
Mientras los partidos tradicionales de la oposición piden leyes para discutir o se centran en sus tristes disputas, el Frente Amplio continúa su educación sentimental.
¿No será que esto le resulta cómodo a todo el mundo?
Lo señalo sin malicia, total a Chile si lo comparamos con la situación de muchos países y no solo de la región, no le va mal. En otras partes sueñan con lo que tenemos, nuestro rostro gruñón no se condice con nuestra realidad.
Afortunadamente, en Chile estamos lejos de lo que inquieta incluso a algunas democracias consolidadas en el mundo, caracterizadas por el auge "de los malos sentimientos", de las tendencias autoritarias nacionalistas y xenófobas que por un conjunto de razones económicas, sociales y geopolíticas han adquirido una fuerza desmesurada, dejando muy debilitadas las estructuras político-democráticas.
Pero la ausencia del espacio reformador, que fue la clave de la transición democrática, no puede seguir ausente, es peligroso para la salud democrática.
Por supuesto que la reconstrucción de un sujeto reformador será un proceso largo y trabajoso, pues son muchas las heridas autoinfligidas, deberá suponer cambios muy fuertes, sin duda generacionales y también éticos, pero de claridad política sobre todo.
Por ello, cuando escucho la palabra unidad a diestra y siniestra, pero no escucho ninguna idea, en ocasiones tengo la sospecha de que lo que quieren decir, en verdad, es algo menos noble, algo así como arrejuntémonos, para volver al gobierno y ojalá conmigo a la cabeza.
Sinceramente, no creo que la palabra unidad es hoy la palabra más importante en este momento, sino claridad sobre la visión y la propuesta, después vendrá lo demás.
Juntarse con pocas ideas y muchos titulares ya se hizo.
Ahora hay que dejar de lado el atolondramiento y la improvisación.
Solo así desaparecerá el vacío.