Columna de Ernesto Ottone: La virtud de la inconsecuencia
Decíamos hace algún tiempo que el populismo autoritario en América Latina, de tanto transitar por la izquierda aparecería por la derecha. Así pasó.
Con la maldita costumbre que existe en América Latina de demorar por varios meses los traspasos de gobierno, tendremos que esperar hasta el 1 de enero del 2019 para poder comenzar a observar cómo lo hace Bolsonaro en la Presidencia de Brasil. Por ahora, las señales están siendo dadas por los nombramientos de sus colaboradores cercanos. En cuanto a la retórica, difícilmente esta empeorará, porque las barbaridades ya están dichas y quienes lo votaron lo hicieron a sabiendas.
Se trata de un pensamiento simplón, categórico, sin matices, basado en una lógica binaria, buenos y malos, patriotas y antipatriotas, honestos y ladrones, valientes y cobardes, todo ello espolvoreado con misoginia, leves toques de homofobia y una fina capa de racismo.
Si bien se declara demócrata, admira a las dictaduras a condición de que sean de derecha; si bien se declara ajeno al sistema político, es un profesional de la política, diputado desde 1990. Todo ello es alarmante, al igual que sus amistades, en primer lugar aquella que manifiesta por su admirado Trump.
Él es un populista de derecha de tomo y lomo, recubierto de una estética nacionalista y religiosa.
Que no es un hombre de Estado se le nota a la legua y su ignorancia de los temas económicos la confiesa abiertamente con el desparpajo de quien no se siente llamado a ser un buen gobernante si no a conducir a un país hacia su salvación, hacia un destino manifiesto, cuyo contenido es brumoso.
Entregará, por tanto, la economía a un neoconservador doctrinario; el orden y la seguridad, a militares, y se guardará para sí lo nebuloso, lo profético, la mirada vaga de la promesa total.
En los tiempos actuales, el populismo de derecha con visos autoritarios hasta ahora había echado raíces en Europa y Estados Unidos.
En América Latina había tenido la particularidad de haberse desarrollado con una expresión retórica de izquierda con diversa intensidad y colorido.
Es el caso de Venezuela, donde el autoritarismo y la catástrofe han alcanzado niveles dictatoriales; en Nicaragua, donde ha llegado a cimas de cruel bufonería; en Bolivia, donde junto a resultados económicos y sociales presentables desarrolla un creciente autoritarismo. En Ecuador, afortunadamente, logró ser detenido desde su interior.
En otros países no se produjo alteración de la voluntad democrática, sino que asomó como un síndrome, reflejo de antiguas raíces y acompañado de extendida corrupción, es el caso de la Argentina de los Kirchner.
Lo sucedido en Brasil es muy triste, pues la gestión de Fernando Henrique Cardoso dejó una democracia bien encaminada que Lula en su primer gobierno prosiguió con éxito, impulsando una inclusión social notable, abriendo una esperanza de progreso sólido.
Desgraciadamente, cuando el ciclo económico cambió no hubo capacidad para proteger lo adquirido con sabiduría y serenidad, poco a poco la gestión del PT se volvió más errática, la corrupción que viene desde lejos en el sistema político brasileño escaló nuevos niveles de expansión, incluso fuera del cuadro nacional, que se hicieron insoportables para la gente en el periodo de vacas flacas.
Se abrió el espacio necesario entonces para una desconfianza total, la sospecha se convirtió en la actitud normal y los secretos que se rumoreaban se convirtieron en actos judiciales.
Las cosas terminaron muy mal, terminaron en la cárcel, probablemente hubo animosidad política. La aceptación del juez Moro de entrar al gabinete de Bolsonaro no lo presenta precisamente como un hombre movido solo por el fuego interior de la búsqueda de justicia y de una rectitud más allá de la terrena ambición política.
También es posible que algunos acusadores debieran estar junto a los acusados, pero resulta también imposible admitir que este triste desenlace es solo fruto de una conspiración de toda la institucionalidad democrática de Brasil a partir de la nada. La historia nunca es así.
Decíamos hace algún tiempo que el populismo autoritario en América Latina, de tanto transitar por la izquierda aparecería por la derecha.
Así pasó, y de qué manera, con una mayoría ensordecedora.
El electorado de Bolsonaro no está compuesto solo por ricos, que a final de cuentas pesan poco en el número de votantes, ni tampoco al parecer por un electorado de menor escolaridad, como en el caso de Trump, tampoco es un voto rural contra el urbano.
No todos los que lo votaron son fanáticos religiosos, ni siquiera la mitad. Por más que haya habido mucho dinero tras Bolsonaro, bien sabemos por experiencia propia que es posible en democracia derrotar el poder del dinero, aunque este sea mucho.
Detrás de Bolsonaro no hubo un gran partido férreamente enraizado y organizado, lo que hubo fue una bronca generalizada, un oscuro estado de ánimo, una desesperación frente al desgobierno prolongado que hizo aceptable una promesa tosca de sacarlos del descalabro.
Fue un grito contra el sistema político descrito como una porqueriza que estaba arruinando al país y dejando a sus habitantes en la inseguridad y la indefensión, y en donde el mejor vivir que hace algunos años habían avizorado, se los habían arrebatado una banda de corruptos.
Así se formó la mayoría de Bolsonaro.
Por ello, las expresiones de alegría de ese domingo electoral no eran del todo sanas, llevaban siempre rostros contraídos que reclamaban la expulsión del adversario más que un respeto a una minoría significativa.
Afortunadamente, en Chile nos hemos mantenido lejos de esos escenarios, aunque no han faltado quienes desde la izquierda han observado algunas de esas experiencias con ojos largos y mirada entornada, con suspiros de sentida admiración y gestos cariñosos. Tampoco faltan hoy en la derecha quienes miran hacia el Brasil de Bolsonaro con el corazón acelerado, sonrisa cautivante y lánguida añoranza. La distancia geográfica no los detiene, vuelan para abrazar a su nuevo ídolo.
El que hayamos evitado esos escenarios no quiere decir que estemos inmunes para siempre de esos populismos.
Ojalá nuestros políticos saquen las lecciones necesarias.
Mientras tanto, en relación a Brasil, quienes somos partidarios de una democracia pluralista que combina las libertades individuales con la búsqueda incesante de una mayor igualdad, no nos queda más que esperar, con un optimismo casi mágico, que Bolsonaro tenga la virtud de la inconsecuencia, se arrope con un manto de prudencia, se suavice y democratice, reciba una iluminación desde arriba y una exigencia desde abajo que atenúe sus ímpetus autoritarios y Brasil se mantenga en el camino de la democracia.
¡In nomine Domini!
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