Columna de Fernando Villegas: "Súper ricos"
El movimiento del que Eyzaguirre y otros forma parte no ofrece, insistimos, ninguna novedad. Es la función de rotativo de siempre, con un guión cuya trama y desarrollo siguen el de las doctrinas religiosas de todos los tiempos y el de las liberales del siglo XVIII y principios del XIX. La fe en el socialismo es una sórdida copia de la misma película, con un comienzo glorioso y un final doloroso.
Entre los espectros del fallecido régimen que se niegan a liberarse de este mundo se encuentra Nicolás Eyzaguirre. Recientemente se le ha unido la señora Narváez. Con gran sentido del humor esta dama inauguró sus penaduras aseverando que "en 15 días el gobierno de Piñera ya ha hecho retroceder al país". La comicidad se basa en la coexistencia de lógicas imposibles y ese requisito lo cumplió a la perfección.
Volvamos a Nicolás. El hombre no tuvo una muy lucida performance como ministro de Educación, donde se limitó a defender su tesis de grado acerca de los patines, pero tampoco en Hacienda, donde sus desvelos fueron o misteriosos o muy dudosos, pero tal vez tenga mejor suerte como fantasma invitado en las sesiones espiritistas del progresismo. En su última manifestación criticó las ideas tributarias que desea implementar el actual gobierno para hacer la ley inteligible y quitarle su carácter de tope a la inversión. Esto, para Eyzaguirre, equivale a favorecer a los "súper ricos". La frase está en feliz armonía con las venerables reliquias verbales -del tipo "yanqui go home"- que el PC suele publicar en grandes pancartas instaladas en las avenidas para ilustración de los fachos pobres, a ver si aprenden de una buena vez; recuerda también los clichés propios de dirigentes colegiales, aunque no faltan en el coro adultos jóvenes y hasta bien madurones. Los últimos son víctimas del enbalsamamiento mental que traen años de repetir lo mismo, mientras los primeros lo son de la precoz infección ideológica que siempre asalta a las nuevas generaciones. El ADN no guarda ni lega ninguna lección de la historia de modo que una y otra vez es posible evangelizar con el mismo marchito devocionario a nuevas camionadas de nenes. Las criaturas llegan a este mundo desnudas en su límpida ignorancia, en calidad de tabula rasa, listas para ser programadas. No tiene remedio. Fiat Voluntas Tua.
Los credos
Así ha sido desde los albores de la civilización. Una y otra vez la humanidad se compra casi la misma evangelización y también una y otra vez a los acólitos les parece flamante. El fenómeno toma distintas formas. Ahora los llaman "movimientos", pero tal como sus antepasados ideológicos la distancia abismal entre promesa y realidad recuerda la existente entre los solemnes afiches promoviendo una función de "cine-arte" y el soporífero vacunazo que suele ser. Esa brecha y junto a ella la reiterada creencia de encarar una Revelación se repite ad nauseam. Lo mismo su mecánica: un profeta cacarea sobre la injusticia, conciencias doloridas y receptivas caen de hinojos, la anunciación se convierte en dogma, en el penúltimo capítulo hay un sacrificio o derrota gloriosa y entonces llegan aun más fieles porque los martirologios suelen tocar una vendedora veta de masoquismo. Finalmente, sostenida por ese entusiasmo que es la virtud cardinal de los conversos, la Fe se impone a una mayoría que sólo tiene existencia estadística y una actitud tibia e inarticulada ante todas las cosas, mera suma de individuos sin credo que los aglutine.
Eyzaguirre, quien lo hubiera pensado, se sumó a dicho elenco de entusiastas creyentes. Si se convirtió con la Virgen del Santo Carisma o la cosa venía de antes, vaya a saberse. Tal vez se trate de un virus que puede entrar en letargo por muchos años y revivir de súbito si se recibe un cargo ministerial. Lo cierto es que debe haber estado dormido mientras sacaba el máster porque con la teoría de los "súper ricos" lo habrían rajado. Así es la Fe; uno tal vez olvida por largo tiempo los hermosos preceptos con que nos educaron en la niñez, pero llega un día cuando se nos quiebra la cadera y nos abruma la ciática y eso nos lleva a una profunda reflexión.
Rotativo histórico
El movimiento del que Eyzaguirre y otros forma parte no ofrece, insistimos, ninguna novedad. Es la función de rotativo de siempre, con un guión cuya trama y desarrollo siguen el de las doctrinas religiosas de todos los tiempos y el de las liberales del siglo XVIII y principios del XIX. La fe en el socialismo es una sórdida copia de la misma película, con un comienzo glorioso y un final doloroso. El nacionalismo, tóxico en sus implicaciones y sus efectos, no fue menos vitoreado al nacer ni fue ni es menos sórdido al morir. En resumen, cada movimiento es en su anatomía y fisiología como todo otro movimiento, sin otras diferencias que el grado mayor o menor de estropicios y violencia que traen en su estela, cosa inevitable cuando un núcleo de ideas o posturas se convierte, a lomos de las masas y de quienes las azuzan, en un catálogo de idiotismos vociferantes. Aun si no se derrama sangre -ese "viejo y tradicional producto" como se la describía en La Naranja Mecánica– los portavoces y feligreses inevitablemente terminan construyendo su tambaleante utopía en el territorio del fracaso y la violencia, peor aun, en el de la demencia senil.
Fervor
Aunque en esencia intrínsecamente ancianas, las doctrinas a las que presta su concurso Eyzaguirre y otras luminarias se maquillan tan intensamente que parecen juveniles. Se espolvorean su ajado rostro con un activismo enardecido y multiplicado por el crecimiento canceroso de los medios de comunicación y además tan presentes en todo orden de cosas que es posible seamos testigos de las contracciones del inminente nacimiento de un nuevo paradigma civilizacional. Los pujos toman formas algo estridentes y militantes; aparecen como rabiosas denuncias femeninas, un amor por los inmigrantes convertido en postura evangélica, en reivindicaciones de toda la gama imaginable de sensibilidades hormonales, en la asfixiante imposición de lenguajes correctos, en el fervor por nativismos e indigenismos, el descubrimiento de un "pueblo originario" tras otro y un largo etcétera de imposible detalle. Bajo ese guirigay late, sin embargo, el viejo corazón de la izquierda y la clase de frases del año de la pera del gusto de Eyzaguirre.
Lo más extraordinario
Por eso uno de los aspectos más extraordinarios del Credo al que se sumó Nicolás no es que pretenda gobernar por proxy, presumiendo así que Piñera debiera hacerse cargo de SUS proyectos y discutir eternamente SUS iniciativas y defender SU legado o se le negará la sal y el agua, lo cual es una pretensión inédita, sino el hecho aun más pasmoso de que sus militantes se crean solícitas madres acunando una preciosa criatura recién nacida, cuando en verdad no son sino albaceas testamentarios representando un cliente muerto hace mucho. ¿Qué cabe pensar de una doctrina que pese a los cambios semánticos propios de época y lugar propone siempre los mismos remedios, exhala las mismas quejas y da lugar a los mismos arrebatos y desastres?
La reiteración de una idea machacona se manifiesta primero que nada en la fallida intención de disimulo que hay en su lenguaje; por eso es interesante señalar el de Eyzaguirre cuando criticó la revisión de la ley tributaria. Lo de los "súper ricos" es un ejemplo de eso, de aparente juventud en el lenguaje pero senil marchitez en el contenido. Lo novedoso es la parte "súper", pero la parte "ricos" tiene todas las horrendas implicaciones de inequidad que ya Caín le reprochaba a Abel. Pudo también Nicolás, en su gran sintonía con los modismos, haber dicho con no menor tonalidad adolescente "mega ricos" o "híper ricos". O en subsidio usar el lenguaje apocalíptico de los profetas judíos que se quejan a destajo en el libro de los Jueces del Antiguo Testamento. O en onda retro hablar de la "gran burguesía", de los "explotadores" o de los "capitalistas".
No es trivial. Con las palabras se moldean los pensamientos y de estos salen las medidas. Hablar de "súper ricos" en vez de flujos de capitales e inversión lleva a creer por pasos sucesivos que el progreso económico y la justicia social consisten en estirarle el pescuezo a la gallina. Es lo que creyó Chávez, lo que cree Maduro, lo que cree Morales y por cierto la expresidenta. Que lo crea también Eyzaguirre muestra el poder redentor de la Fe: de mundano pecador con un máster en economía tenemos ahora un inocente colegial.
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