Columna de Héctor Soto: "El fuego de la política"

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"A veces, en un contexto como el nuestro, donde el Ejecutivo tiene un color y el Legislativo otro, pensamos que la política son las negociaciones, las cuña para el mármol a la hora de las noticias, las amenazas entre los bloques, la cocina legislativa de trasnoche y las denuncias cacareadas por distintos operadores a diestra y siniestra. Pero no".



Hay que darle un vistazo al documental que está ofreciendo Netflix sobre Alexandria Ocasio-Cortez, la más joven de las congresistas del Capitolio, representante demócrata por el distrito 14 de Nueva York, que cubre el Bronx y parte de Queens. Y vale la pena hacerlo, porque siempre es sano tener a la vista el sentido profundo y final de la política.

A veces, en un contexto como el nuestro, donde el Ejecutivo tiene un color y el Legislativo otro, pensamos que la política son las negociaciones, las cuña para el mármol a la hora de las noticias, las amenazas entre los bloques, la cocina legislativa de trasnoche y las denuncias cacareadas por distintos operadores a diestra y siniestra. Pero no. Esos son básicamente voladores de luces, anécdotas, ritos tribales y prácticas gremiales más o menos revenidas. La política, la verdadera política, como lo recuerda este documental, es sobre todo hoy otra cosa. Es una extraña mezcla entre testimonio, cabeza, trabajo y emoción. Sí, sobre todo emoción. La cinta recoge las experiencias de campaña de cuatro figuras asociadas a un movimiento paralelo y a la izquierda al Partido Demócrata, el Brand New Congress, que quisieron llegar al Capitolio en las elecciones de medio término del año pasado.

Alexandria, hija de una familia de inmigrantes puertorriqueños, saltó a la palestra nacional en los Estados Unidos luego de derrotar en las primarias al cacique del distrito, Joe Crowley, quien, además de representante eterno del distrito, era parte del establishment del Partido Demócrata. Nada menos que la cuarta jerarquía a nivel nacional. Cuando ella se lanzó a la política no tenía ni experiencia ni dinero, ni menos posibilidades. Sin embargo terminó imponiéndose sobre su rival gracias a una campaña levantada a pulso por cientos de voluntarios, jóvenes y no tan jóvenes, que dejaron las vísceras en la calle y el activismo comunitario. A partir de ahí su banca en la Cámara de Representante ya era suya, porque el distrito -ayer de italianos e irlandeses, hoy de latinos, afroamericanos e inmigración reciente- es incuestionablemente un feudo demócrata.

A la conquista del Congreso -así se titula el documental de Rachel Lears- captura bien las emociones de la epopeya de Ocasio-Cortez. El gran activo del documental es tener imágenes suyas de los tiempos en que se ganaba la vida como barman en NY. La política vino después, lo cual en realidad no es tan cierto, porque antes del bar (dato que la película oculta) ella fue parte -parte muy menor, desde luego- del staff del senador Ted Kennedy para temas de inmigración. En el año 2008 hizo proselitismo al teléfono por Barack Obama y ocho años más tarde se la jugó a fondo en su zona por la campaña de Bernie Sanders. Hoy, Alexandria es un potente activo de la izquierda del PD, a muchos les gustaría verla como precandidata a las primarias presidenciales de su partido, pero lo importante es que -equivocada o no, eso es otro cuento- encarna un ideal de renovación de la política, de ruptura con las viejas trenzas del poder, de prioridad de los ideales sobre la claudicación, de rechazo a las componendas y de esperanza en que las cosas se pueden hacer mejor para cambiarles la vida a millones de ciudadanos. Porque, al final, ¿para qué diablos sirve la política si no es para eso?

Es una curiosidad de contornos trágicos que siendo estas las emociones que forman parte del núcleo duro de la política -póngale usted el nombre que quiera: ruptura, hartazgo, indignación, esperanza, cambio-, el ejercicio del poder las corroa o las desvanezca tan rápido. A veces simplemente las burocratiza, y el efecto es casi igual. O al menos esa es la impresión que deja la ola de malestar e indignación ciudadana que atraviesa medio mundo ante las prácticas más tóxicas del poder y que se traducen en corrupción o privilegio, en indolencia o complicidad con la injusticia. Por lo mismo, se diría que en estos tiempos los políticos que no conecten a lo menos en parte con estas emociones están perdidos. Y ojo, porque esta conexión no es tan simple como el documental asume. De hecho, aquello con lo cual Alexandria conectó desde la izquierda, a su modo también se parece, para no ir más lejos, a aquello con lo cual el Presidente Trump terminó conectando por la derecha. Y desde qué derecha. El fuego al final es el mismo, el antiguo fuego abrasador de la política. Otra cosa es que el combustible para encenderlo pueda ser muy distinto.

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