Hay una lógica un tanto miserable en el recambio de la agenda informativa. Es la lógica del rating. Son noticia solo aquellas que las redes sociales primero, los medios después y los líderes de opinión al final -suponiendo que todavía quedan- consideran tales. El resto no. La semana antepasada fue la de la crisis migratoria en Chacalluta y era por ahí que el mundo se estaba viniendo abajo. Esta semana fue el escándalo del agua en Osorno y eso nos mantuvo hipnotizados frente a las imágenes –interminables, repetitivas- de caños de agua de los cuales no salía ni aire. ¿Significa que se arregló la cosa en la frontera norte? No. Con los días la situación puede haberse aliviado, pero la presión venezolana continúa igual. Sin embargo, cambió la dirección del viento informativo y la semana que pasó estuvimos en otra y ya veremos de qué hablamos la próxima. A cada día su propio afán.

No obstante, el tema migratorio requiere una discusión más amplia que la generada por los dramáticos cuadros de estrechez, de pobreza, de frío, de hambre, de enfermedad y llanto infantil en que los noticiarios se refocilaron durante 10 días seguidos. Está bien. Sin duda que la dimensión emocional es necesaria. Pero también es pertinente la pregunta de si lo que cabe en las actuales circunstancias es que el país abra sus fronteras sin mayor control a todo el que quiera entrar, no importa si viene a turistear, a trabajar, a quedarse o a buscar un techo donde pasar el mal momento para poder rearmarse luego y después volver a partir.

Para el buenismo, que en este, tal como en otros temas, lo tiene todo claro, cualquier política migratoria que no sea abrir las puertas indiscriminadamente es inhumana, porque segrega y porque entiende que la inmigración es tanto un derecho para quienes lo invocan como una obligación para los estados que han de acogerla. Desde luego es enorme la cantidad de problemas sociales, políticos, culturales y de todo orden asociados a esta opción. Pero de ninguno de ellos el buenismo se hace cargo. Ahí guarda silencio, como lo guardó cuando a partir del año 2016, mientras las autoridades de Interior miraban para el techo, cerca de 200 mil migrantes haitianos llegaron a Chile, en su gran mayoría como turistas, en su gran mayoría con la intención de quedarse y en una alta proporción con expectativas infladas por el engaño. Sin papeles y al margen de toda protección, muchos quedaron abandona- dos después a redes de explotación de trabajo informal y a merced del negocio inmobiliario del hacinamiento.

Tiene razón el gobierno en que sería lamentable para el país repetir la experiencia. Los flujos tienen que ser ordenados. En menos de cinco años la sociedad chilena, célebre por su autarquía demográfica y racial, ha recibido más de un millón de inmigrantes y hasta el momento, no obstante que el desempleo se mantiene alto, en cifras en torno al 7%, el mercado del trabajo ha sido capaz de absorber a cientos o miles de nuevos trabajadores. Magnífico que haya sido así. Es cierto que se han generado problemas de convivencia en algunos barrios, edificios o calles, pero, en general, el país ha resistido bien el shock migratorio. Mejor que varios otros países, europeos incluso. Aunque la situación no es del todo comparable, es pertinente recordar que fue el tema migratorio el que modificó el mapa político tanto de Europa como de los Estados Unidos en los últimos años. Esta, entonces, es una cuerda complicada, y que golpea incluso a quienes se obstinan en no reconocerla. Siempre se puede estirar un poco más, aunque llega un momento en que se puede cortar con consecuencias nefastas para todos.

No cabe duda de que la inmigración le está aportando a Chile más diversidad, energía y movilidad social. También más desarrollo. En el mediano y largo plazo, es pura ganancia. Los ciclos de absorción y adaptación, sin embargo, toman algún tiempo y está visto que los ingresos descontrolados generan problemas.

Ciertamente, el fenómeno de la migración venezolana descuadra el tablero. La crisis humanitaria que los medios describían en Chacalluta ocurre en realidad bastante más arriba, donde uno de los países más ricos del mundo terminó arrasado por el socialismo del siglo XX. Ojo, que esta semana Caracas será la sede del encuentro anual del Foro de Sao Paulo, en el cual participan la izquierda chavista latinoamericana y varios partidos y grupos políticos chilenos. Tres millones de habitantes ya han huido del derrumbe de Venezuela y se estima que otros cuatro millones lo harán de aquí a fines del año próximo. Estos números superarán la hecatombe migratoria siria y obligarán a encontrar mecanismos internacionales de cooperación para asimilarla. Y aunque no haya país que por sí solo pueda enfrentarse a las dimensiones de esta diáspora gigantesca, es el momento de extremar, por coherencia política y testimonio moral, los mecanismos de apoyo y acogida. Hasta donde sea posible.