Aunque en dos de los temas prioritarios de la agenda actual –la crisis de la Iglesia Católica y la batalla que están dando las mujeres por la equidad de género- el margen de acción del gobierno se ha visto un tanto disminuido, sea porque son fenómenos que no lo interpelan directamente, sea porque se trata de conflictos que son más culturales que políticos o bien porque el Presidente ya explicó cuál sería su contribución a la causa de las mujeres, lo que haga o deje de hacer por estos días La Moneda sigue siendo importante en términos de señales y afectos o de símbolos y gestos. En tiempos en que los ejes de la discusión pública se corrieron resueltamente hacia el polo de la moral (mala hora para los pragmáticos y peor incluso para los cínicos), los retornos de la política están asociados en lo fundamental a demostrar que tus causas son nobles, a simpatizar con los buenos y a probar que suscribes valores que la gran mayoría ciudadana aprueba.
Desde luego, hay motivos para pensar que el Presidente se apresuró mucho respaldando la conducta del carabinero que disparó al chofer del auto que se resistió a un control policial de rigor en el aeropuerto de Santiago. Sí, pudo haber dicho que esperaba para pronunciarse una investigación más acabada de los hechos. Sin embargo, pocos minutos después del episodio, Piñera salió a apoyar a Carabineros y a recordar que nadie está por encima de la ley y nadie tampoco tiene derecho a resistir una detención ni un control de tránsito, de vehículo o de identidad, porque son procedimientos para los cuales la policía uniformada está facultada. Es más: debe hacerlos. Más allá de la discusión sobre la proporcionalidad entre medios y fines en este caso particular, el mensaje de respeto a la autoridad fue claro e incide en un ámbito donde el gobierno tiene instalada una de sus grandes prioridades: la recuperación del orden y la seguridad pública, el rescate de la acción de Carabineros desde la zona de descrédito en que lo dejó la pasada administración y la vigencia del principio de legalidad en todos los ámbitos de la convivencia, porque es inaceptable que un ciudadano se salte deberes elementales de seguridad y pretenda terminar haciendo lo que quiera. Al clavar su bandera ahí, el Presidente -aparte de hacer política- se hizo eco del fastidio de la gente con la impunidad y la delincuencia, instaló que a Carabineros se le debe respeto y no dejó duda alguna de su lealtad a uno de los valores que ha definido desde siempre a la derecha.
Quizás ya han comenzado a cambiar las cosas en Chile en esta dirección. La sentencia del caso Lushsinger-Mackay, el escándalo a raíz del juez de garantía que dejó en libertad a dos delincuentes que transportaban armas en su vehículo, el ridículo en que quedó el magistrado que sobreseyó un alunizaje para darse el gusto de contar el chiste y, en fin, el creciente piso que está dando la opinión pública a la política del que rompe-paga como sanción al vandalismo en las tomas de colegios y universidades empiezan a describir un nuevo escenario. La sensación dominante es que ya basta y el ministro de Interior la ha traducido bien en sus intervenciones, cuando exhorta a todas las instituciones del Estado a poner algo de su parte para afrontar la delincuencia. Barrios enteros están demandando de las autoridades condiciones mínimas de seguridad. Las tomas, la expresión más bárbara del subdesarrollo latinoamericano en el sistema educativo, siguen perdiendo el poco rating que tenían. Los forados que presenta el actual sistema de responsabilidad penal juvenil no dan para más. Y precisamente porque la opinión pública está cada vez más sensibilizada con las flagrantes deserciones de la justicia, ya no será tan fácil para los jueces desligarse del escrutinio público ni tampoco de la responsabilidad social que comporta la responsabilidad cívica de administrar justicia.
Son aspectos que suman en las cuentas del gobierno. Especialmente el orden, el crecimiento económico y el foco social de las políticas públicas es lo que explica que Piñera esté donde está. Y no es menor para un Presidente y un gobierno como este, de tanta fe en la gestión, que estén tomando conciencia del valor envuelto en las señales políticas cuando son pertinentes y oportunas. Las señales, los gestos, no serán hechos ni serán cifras, pero tampoco son humo. Que lo digan si no los economistas, que todavía no se ponen de acuerdo para explicar cómo es que la economía esté reaccionando con la fuerza que lo está haciendo al solo hecho de saber que hay un gobierno no enemigo, tampoco neutral, sino profundamente comprometido con el crecimiento; son las expectativas se dice, pero lo que es -en verdad- es pura política. Y que lo diga también el gobierno socialista que acaba de jurar ante el rey en España. No tiene mayoría, apenas 85 diputados entre 350. No tiene programa inmediato. Y tampoco presupuesto, dado que está amarrado por el que dejó Rajoy y que aprobó con el rechazo del PSOE y el apoyo del PP, Ciudadanos y el Partido Nacionalista Vasco. Pero, pese a todo eso, tiene el horizonte libre en los próximos meses para hacer política en base a gestos, a guiños, a complicidades y empatías –política en estado puro- que eventualmente podrían cambiar por completo la baraja política española. Al menos es la pretensión de Pedro Sánchez. Y lo primero que hizo fue también un gesto, bien evaluado por los medios, un tributo a las mujeres, que se tradujo en la designación de 11 ministras en un gabinete de 17 miembros. Después decidió acoger en Valencia a los inmigrantes que viajaban en el Aquarius, que ningún país había querido acoger. No son grandes cambios, según algunos. Pero incluso ellos saben que sí lo son.
Hacer política no necesariamente es más caro que no hacerla. Y cuando está bien hecha, los dividendos pueden rendir tanto o más que las grandes obras de infraestructura.