Es muy cierto: está siendo cada vez más difícil encajonar el mundo de la política en los ejes de izquierda y derecha. Se dirá que nada nuevo hay bajo el sol, porque de esta letanía se viene hablando desde fines de los años 60. Pero ahora tal vez es distinto, porque efectivamente a la vieja democracia liberal le salieron al camino enemigos que nunca estuvieron en el libreto de la historia contemporánea ni tampoco en la imaginación de los cientistas políticos. Esos enemigos, básicamente, son los nuevos nacionalismos (que están haciendo furor en el mapa político de la Europa continental y del Este, principalmente) y los movimientos políticos que adscriben a la matriz del resentimiento.

Todos sabemos que hay una mirada ligeramente descalificadora y despectiva sobre el resentimiento como fuerza política. Un resentido puede arruinar hasta la más encantadora sobremesa. Mejor no invitarlo y de hecho la academia ha estudiado poco el fenómeno. La convención dice que si tienes un trauma o una herida, entonces anda primero al psiquiatra y solo después de eso dedícate a hacer política. Lo concreto, sin embargo, es que más allá de esa recomendación descomedida, hoy mucha gente se moviliza bastante más a partir de la forma en la que ha sido ninguneada o abusada que por las eternas disputas, por ejemplo, sobre el tamaño del Estado o el alcance de los derechos sociales en un país como el nuestro. No se trata, por lo visto hasta aquí, de un fenómeno pasajero, como se creyó al comienzo. Sin embargo, hay algo en la energía del resentimiento que se desvanece relativamente rápido, aun cuando nuevos agravios, nuevas humillaciones y nuevas pulsiones vuelvan a atizarlo.

Sabemos que las políticas del resentimiento son muy emocionales y que están dominadas tanto por el desquite como por la pasión. Furia e indignación, mezclado con un lejano sentimiento de inferioridad y con algo de fundamentalismo, fueron su gran aporte al adormecido lenguaje político de los 2000. Quizás hay mucho de eso en la singular apuesta institucional de los alumnos de Derecho de la Universidad de Chile por la construcción de una sociedad anticapitalista, antiespecie y antiimperialista. Sin duda que hubo resentimiento –explicable, sin duda, pero eso es otro tema- en las marchas del movimiento feminista del año pasado. También se olió lo mismo en las primeras manifestaciones del movimiento No+AFP.

Fukuyama, que ha pensado estos temas al margen de todo tipo de prejuicios, dice que la política contemporánea no podrá de dejar de contar con este factor. Nos gustará algo o nos disgustará mucho, él ve el tema muy asociado a la lucha por la dignidad y el reconocimiento de las personas, que en realidad está en los orígenes de la Ilustración y del liberalismo político. Es cierto que el nuevo rencor hoy es más de grupos minoritarios: los negros, las mujeres, la comunidad LGTB, los animalistas, el ambientalismo más radical. Por lo mismo, esta es una política que se construye básicamente fuera de los partidos y en torno a la identidad. A la izquierda esto le incomoda un tanto y por eso ha tratado de colarse como puede en estos rebaños. De hecho lo hace, la admiten aunque le dejan poco espacio de maniobra. La moral, la orgánica de los partidos no tiene nada que ver con estos movimientos sociales.

Ahora bien, dicho eso, ¿cómo no reconocer que esa es la fuerza y esa también es la debilidad que tienen?

No es tan arbitrario hablar ahora del resentimiento, atendida la acogida dispensada a la película "Jocker", tanto a nivel internacional como local. Se diría que es casi la superproducción que el mundo y Chile estaban esperando. Es una película que nos traslada al mejor de los mundos: veto, condena y rechazo al mundo de los ricos y poderosos, en un panfleto perfecto (entretenido, bien hecho), elaborado con las modernas tecnologías desde las mismísimas entrañas de la riqueza y el poder. Si a alguien no le suena esto un poco incoherente, bueno, entonces que lo disfrute. Godard decía a fines de los años 60 que no necesitábamos tantos filmes políticos; lo que necesitábamos era hacer políticamente los filmes. Pero de esta recomendación el propio Godard años más tarde desertó.

Mark Fischer, ensayista y crítico cultural inglés, horrorizado del "realismo capitalista", reivindicó en su libro Los fantasmas de mi vida, tres años antes de suicidarse, el resentimiento como materia prima de la política. Vio en las revueltas del 2010 y 2011 en Inglaterra (mientras otro tanto ocurría en Chile) una verdadera epifanía. Pero tomó distancia de la cultura de la indignación y fue capaz de reconocer sentimientos encontrados al respecto: terminó viendo en las revueltas momentos que hablaban tanto del furor de la política como de su estruendoso fracaso. Qué épica y energía, por un lado; qué voluntarismo y fugacidad, por el otro.