Pocos días antes del 18, el Ministerio de la Mujer viralizó una oportuna publicidad con el eslogan "las tareas las hacemos entre todos". Se refería al hecho de que, junto con la alegría de las celebraciones de Fiestas Patrias, se origina un enorme trabajo. Y la idea de "compartir" las tareas pone la atención, justamente, en una carga que normalmente ni siquiera se ve y que la mayoría de las mujeres asume con callada resignación.

Pero el hecho de "atender" a los otros ha sido parte de una división sexual del trabajo que ha regido por muchos siglos y que, claramente, ya debiera estar superada. Las mujeres han ingresado masivamente al mercado laboral, aportan a la economía y deben cumplir con las demandas del trabajo y el avance profesional igual que sus pares masculinos. Lógicamente, eso demanda una distribución distinta de las tareas de cuidado.

Es cierto que los principios tradicionales de división del trabajo han ido cediendo algún terreno. En 1990, siete de cada 10 hogares biparentales se regían por este esquema. En 2015, cuatro de cada 10 dicen repartir tareas. Pero ¿se han renegociado los roles de género en el espacio doméstico? No realmente. Según la encuesta Casen de 2015, las mujeres destinan 21 horas semanales al trabajo doméstico, mientras ellos, 9,4.

Y las demandas son crecientes. Hoy estamos frente a una crisis del cuidado que es urgente enfrentar. Además de los niños, niñas y adolescentes que requieren dedicación, hay una población creciente de adultos mayores que vive más años, que tiene necesidades más complejas y, en muchos casos, requiere cuidados profesionales. Se ha transformado el perfil de la demanda de cuidados en Chile. Desde 2012 ha aumentado progresivamente la proporción de personas potencialmente dependientes respecto de la población activa.

Aún se asume la disponibilidad de la mujer naturalmente para estas labores, aunque su vida se complejice. Por eso, el verdadero cambio social viene con la corresponsabilidad. Que hombres y mujeres compartan por igual los derechos y las responsabilidades de cuidado. Y eso es mucho más que repartir tareas. Es repartir por igual la administración del hogar -la permanente disponibilidad mental a estas tareas- y el tiempo, para que, también, cada uno pueda tener su tiempo privado.

Hablamos del tiempo libre, ese que cada cual dedica a las cosas que elige. Es el tiempo en que se constituye la individualidad, en que se alimentan las ideas, la vida creativa y el espíritu o el fértil tiempo de ocio.

Cuando algunos se preguntan por qué la creación de las mujeres en las ciencias y las artes, por ejemplo, ha sido menos prolífica que la de los hombres, puede haber parte que se deba a las dificultades de acceso a la educación o el trabajo, pero otra, sin duda, a la falta de ese "cuarto propio" al cual aludía la escritora Virginia Woolf. Ese espacio respetado en que la persona puede imaginar, pensar, leer o divertirse, sin estar en falta, sin sentir culpa. El tiempo propio. Ese espacio les ha sido negado tradicionalmente a las mujeres y aún se les debe.